Procuro no enojarme. Me convencí con los años que eso, efectivamente, solo sirve para tres cosas, para nada, para nada y para nada. Debo confesar, sin embargo, que hay hechos que me llevan al borde de la indignación. Como la noticia que escuché esta mañana, según la cual el bautizado por los medios como el carcelero de las Farc, Martín Sombra, declaró que estas habían sido las autoras de la masacre de Mapiripán.
Y como para no dejar dudas, él mismo se adjudicó haber dirigido la operación sangrienta, al mando de una columna denominada Marco Aurelio Buendía. Ya me había referido a ese siniestro personaje, mitómano y desequilibrado, manifestando mi incredulidad porque la JEP se desgaste con semejantes testimonios y audiencias. Marco Aurelio Buendía fue un mando destacado del Bloque Oriental, muerto en Cundinamarca en 2004.
A raíz de eso se creó la columna con su nombre. Así que es imposible que esa estructura hubiera actuado en 1997 en Mapiripán. Parece que alguien ha pensado en explotar al máximo al vulgar testigo, y este a su vez debe estar recibiendo algún beneficio por hacerlo. Al fin y al cabo, se trata de esos tipos que no tienen nada que perder. Son innumerables las pruebas que señalan que los autores fueron los paramilitares con ayuda del Ejército Nacional.
Quizás en qué más casos pondrán a rendir sus falsos testimonios a Sombra. Sus declaraciones me recuerdan las de otro farsante de marca mayor, Fernando Bahamón, presentado por el gobierno de Uribe en el fallido proceso judicial de la farcpolítica, asegurando haber sido de las Farc, basado en que cuando estaba preso por violencia sexual, había conocido en la cárcel historias que contaban los guerrilleros recluidos y que luego se adjudicó como protagonizadas por él.
Ese falso testigo, declarado así por la sala penal de la Corte Suprema de Justicia, que ordenó entonces investigarlo por varios delitos, volvió a ser presentado por la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez como testigo estrella en los procesos penales con los que esta entidad buscó hundir el Acuerdo de Paz de La Habana. Allí fantaseó de nuevo con haber presenciado entrevistas entre mandos guerrilleros y supuestos testaferros de las Farc.
Alguien favorece a Bahamón y protege desde muy alto, igual que a Sombra
Pese a que sus declaraciones han sido siempre rechazadas por los jueces por comprobadamente falsas, sigue libre y ofreciéndose para declarar sobre cualquier cosa que atente contra el Acuerdo de Paz. Alguien lo favorece y protege desde muy alto, igual que a Sombra. El paso de la creciente de la lucha armada dejó tras de sí, como los ríos, fango y limo en descomposición. Es lo que encarnan personajes de esa clase, los Thénardier, que Víctor Hugo describe en Los Miserables.
Oía en estos días el testimonio de algunos reincorporados del Magdalena Medio. En el nordeste de Antioquia opera de tiempo atrás una banda armada que se hace llamar heredera de las Farc-EP, dedicada a vivir de la extorsión y el saqueo a la población de Yondó, Remedios, Segovia y demás. La dirige un exguerrillero, Quiroz, que perteneció en el pasado al Cuarto Frente, en el que fue conocido por su indisciplina, inclinación al licor y a los atropellos hasta para con sus superiores.
Recuerdo haberlo visto gravemente sancionado tras un consejo de guerra en el que se debatió su fusilamiento, pero en el que se decidió finalmente darle una nueva oportunidad. Ese grupo, con amenazas de muerte, obligó a salir del ETCR de Carrizal, en Remedios, a todos los firmantes de paz, varios de los cuales buscaron refugio en predios rurales cercanos, sobreviviendo con el trabajo manual campesino y hostigados permanentemente por los armados.
La dirección de ese espacio fue sentenciada a muerte y desterrada. La situación es semejante en otras regiones como Vistahermosa, en el Meta, o amplias zonas del Caquetá, Cauca, Antioquia, Norte de Santander, Valle, Nariño, Arauca, Guaviare en las que operan esos grupos a los que el gobierno nacional acaba de reconocer como Estado Mayor Central de las Farc-EP, en abierto desconocimiento de los Acuerdos de Paz de La Habana y sus firmantes.
Que todo sea por la paz total, que ojalá se torne realidad y no una quimera vergonzosa. Este año suman 23 los firmantes de paz asesinados. Indígenas, campesinos, negros y hasta discapacitados han caído por las balas de esos grupos, que los juzgan traidores, informantes del Ejército y la Policía, paramilitares (irónicamente) y en general alimañas dignas de exterminio. Varios de esos muertos han sido obra de la organización armada rebelde ELN.
Al parecer, aludir al accionar de esos grupos pone en peligro los diálogos y la paz total, hay que callarse, y esperar mendicantes la implementación del Acuerdo de 2016. ¿Hay nuevos protegidos? La primera exigencia por hacerles es la de detener sus crímenes contra la población civil y firmantes de paz, no más tolerancia. Lo demás indigna.