El departamento de La Guajira sigue metido en una especie de círculo vicioso de inestabilidad política del cual no veo un fin cercano. La elección de alcaldes, un ejercicio democrático que debería asegurar liderazgo y progreso, se ha convertido en una farsa marcada por demandas y anulaciones, en algunos casos ridículas, y la sensación de que el desarrollo siempre resulta imposible.
La mayoría de los alcaldes de La Guajira fueron elegidos y luego demandados, y sus elecciones están en riesgo de ser anuladas. La situación ha dejado un vacío de liderazgo en varios municipios y, lo que es aún más grave, ha sumido a la población en un estado de interinidad, desesperanza e incertidumbre.
Pero detrás de esta crisis no solo hay problemas legales o administrativos, sino una situación más profunda: la falta de responsabilidad política de los que, en su afán de poder, no les importa hacer pactos hasta con el diablo para ganar una alcaldía, sin medir las consecuencias que esto tiene para la gente.
Otro problema es el de los que pierden, porque en su desesperación de tener alguna posibilidad de victoria, no les importa acudir a todos los medios posibles para deslegitimar la elección del ganador.
Las elecciones en La Guajira son terreno fértil para la manipulación y el oportunismo. Muchos candidatos siguen adelante sin importar las posibles sanciones, a pesar de sus antecedentes judiciales, incompatibilidades legales o la ilegalidad de sus campañas, porque la estrategia es llegar al poder, sea como sea, y después defender la elección en los tribunales. ¡Lo que importa es ganar!
Esto significa que, para lograr la elección, no dudan en hacer alianzas con personajes cuestionables, en muchos casos financiados por clanes políticos o mafiosos que no se detienen ante consideraciones éticas, legales o morales porque solo buscan mantener el control del presupuesto para recuperar lo invertido en la elección y, por otra parte, tener el control del territorio.
Cada vez que se anula la elección de un alcalde, no solo se trata de un fallo legal que corrige una irregularidad, sino de un golpe devastador para la comunidad porque las expectativas depositadas en el nuevo gobierno se ven frustradas de manera inmediata, y el proceso de elecciones y transiciones se vuelve una agonía interminable. Porque los electores que votaron con la esperanza de un cambio en su ambiente ven cómo quedan disueltos sus sueños, y promesas de campaña quedan en palabras vacías.
La falta de continuidad en los proyectos de infraestructura, educación y salud tiene un costo real para la población. Los programas de gobierno quedan en el limbo, y los pocos recursos que llegan se administran de manera ineficiente o quedan sin ejecutar debido a la falta de un liderazgo claro. En lugar de avanzar, los municipios retroceden, atrapados en una “tierra de nadie” donde las decisiones se postergan y la inversión se paraliza.
La situación que atraviesa La Guajira con sus alcaldes es otro síntoma de una enfermedad estructural que parece haber alcanzado su punto más crítico. Las alianzas con actores oscuros, la compra de votos, la manipulación del sistema electoral y la falta de escrúpulos de los candidatos han llevado a esta crisis. La gran pregunta es: ¿y los guajiros, hasta cuándo seguirán soportando este círculo de frustración?
Pero la responsabilidad de esta situación no recae únicamente en el sistema electoral o en las demandas que buscan corregir irregularidades o intereses. Los candidatos deben asumir la responsabilidad de este caos, porque sabiendo que sus elecciones serán impugnadas, de todas maneras, deciden postularse sin importar las consecuencias. Lo cual parece interminable mientras el pueblo siga siendo víctima de las ambiciones personales de quienes deben representarlos con transparencia y honestidad.
Los líderes políticos en La Guajira también tienen que asumir su responsabilidad y entender que la política no es un juego de poder, sino un compromiso con el desarrollo y el bienestar de la gente.
Los electores tienen la posibilidad de cambiar el rumbo resistiendo la tentación de vender su voto para elegir a los más capaces, libres de ataduras y, sobre todo, honestos. Solo así se podrá romper este círculo de frustración para comenzar a construir un futuro mejor para todos