Cuenta la leyenda que hace un milenio en la isla de Jeju, Corea del Sur, fueron las mujeres quienes patentaron la técnica de bucear en las profundidades marinas en busca de alimento. Basándose en el calendario lunar para saber cuál era el mejor momento para hacer sus inmersiones, las haenyeo (mujeres buzo) se enfrentaban a una batalla con la naturaleza en la búsqueda de ostras, calamares y algas, esperando contar con la suerte de no ser aniquiladas por un tiburón o por la falta de oxígeno. Era una actividad que hicieron suya y nunca abandonaron, ni siquiera cuando daban a luz, pues dejaban al recién nacido en la orilla más cercana mientras se sumergían.
Hoy en el mismo lugar, en la conocida ‘isla de las mujeres’, sigue viva esta actividad y su cuerpo se enaltece porque solo ellas dominan el oficio. Como los hombres en Jeju son pocos, y han sido ellas las encargadas de la economía familiar, son varios los rincones en los 25 km de perímetro que tiene la isla en donde estas sirenas surocoreanas están inmortalizadas en esculturas.
A puro pulmón, con una careta, tapones para los oídos y un cuerpo que preparan por años para que pueda soportar dos minutos debajo del agua, estas mujeres hacen jornadas de buceo de tres horas y atrapan los alimentos con sus manos. Además, deben cargar en su cintura 7.5 kg para que puedan sumergirse y gritar ‘¡Oi!’, cuando se acercan a la superficie, para expulsar el aire que les queda y poder sobrevivir.
Es necesario tener 16 años, como mínimo, para iniciarse en esta actividad. Sin embargo, la técnica toma décadas aprenderla y mejorarla y por esto es un oficio en donde el promedio de edad es de más de 60 años; incluso, hay abuelas de 90 que se sienten en perfectas condiciones para seguir buceando. Es un trabajo de esfuerzos, de sacrificios y muertes (130 cada año), pero muy agradecido. Estas mujeres llegan a ganar más de 20.000 euros al año por los frutos extraídos.
La tradición milenaria de las haenyeo amenaza con desaparecer. A día de hoy 2.500 mujeres se dedican a esta actividad, un número que se queda corto frente a los 15.000 que había en 1970, pues la mayoría de sus hijas o nietas ni siquiera saben nadar. Las últimas mujeres del mar también se dedican al cultivo, a probar los manjares apenas los pescan y, en el tiempo libre, a recoger la basura que siempre queda abandonada en las playas. Es la mejor manera que encuentran para resistirse a abandonar el oficio que les da años de vida, mientras el gobierno de Corea del Sur espera una respuesta sobre la petición que le hicieron a la Unesco de considerar a las haenyeo como Patrimonio Cultural Intangible, algo que les ayudaría a las últimas sirenas a sobrevivir.