De los procesos que fueron llamados como socialismo en el siglo XXI, Brasil fue el que sufrió el golpe más fuerte. Utilizando de la crítica recurrente en los textos del vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, sí está claro que las élites tienen culpa de lo ocurrido, hay que reconocer que errores internos garantizaran la fuerza del golpe. Antes de la deposición de la presidente Dilma, ya había escrito un análisis de la coyuntura en Las2Orillas. En un escenario complejo de la reinserción de las FARC-EP y de distintos sectores de izquierda planteando la llegada al poder a través de la alternativa electoral, es necesario tomar de manera crítica algunas enseñanzas que los errores de Brasil traen:
1) Perder en el económico es perder en lo político
El problema de fondo fue económico. La apuesta en los “players nacionales”, sectores de la élite nacional que tenían potencial de volverse multinacionales, funcionó mientras había un comprador extraordinario, China. Cuando eso se perdió, la falta de una base económica y un mercado interno fuerte lo suficiente hizo con que se percibiera que los cambios no fueron estructurales, pero resultado de un gasto social de una ganancia extraordinaria que no más existía. La lección que se saca es que si no se logra plantear cambios económicos más allá de lo que interesa al “mercado internacional”, eso se va a cobrar en términos políticos.
2) Las élites nos van a traicionar
Este fue el error más grave del PT, creer que las élites cumplirían lo que se pactara. Para contextualizar, los gobiernos petistas siempre buscaron la solución no conflictiva, haciendo concesiones de cargos y espacios políticos para garantizar que no hubiese oposición. Lo que demuestra el caso brasilero es que las élites siempre buscarán “pactos” cuando no se sienten suficientemente fuertes para derrotarnos, pero que cuentan con esos pactos como un descanso y reacomodación para preparar sus ataques. En la actual coyuntura de la implementación, hay que entender que lo mismo pasa, y si la izquierda se presenta como débil y sin capacidad de movilización y presión, las élites no van a tener ningún pudor en romper acuerdos.
3) La institucionalización de la lucha popular es la muerte del proceso organizativo
PT, por esa política de conciliación, no apoyó la movilización autónoma de la gente. Al contrario, por miedo de la pérdida de la estabilidad, promovió un aumento de la persecución de la protesta social, principalmente en el marco de la Copa del Mundo. El precio político fue que ahora que necesitan de los sectores sociales movilizados o no hay, o no tienen ninguna confianza en PT. La apuesta electoral no puede nunca estar por encima de la apuesta en las calles, pues si perdemos esas perdemos todo.
4) Tenemos que ser moralmente imbatibles
No se sabe aún si Lula se benefició personalmente de manera ilegal, o se algo que hizo puede ser caracterizado como crimen. Pero, obviamente todas sus acciones ponen en crédito su “fuerza moral” para el pueblo, así como las corrupciones del PT lo hacen en término de partido. El pueblo sólo apuesta en la izquierda si es para que haya un cambio, para más de lo mismo, prefiere los rostros conocidos de la derecha. Lo que más tiene que diferenciarnos de las élites son nuestras acciones, que garanticen una integralidad moral sin dejar espacios para dudas.
5) Las comunicaciones son un campo de batalla central
Un error imperdonable de PT fue no dar la pelea comunicacional. No hubo ninguna reforma de medios, siquiera un estímulo para generarse medios alternativos. A lo máximo financiación de algunos, que terminó por ser un error, ya que se volvieron demasiadamente panfletarios y perdieron credibilidad por incluso noticiar mentiras en el desespero de la situación, como es el caso paradigmático del medio Brasil 247. No hay cambio social sin cambio en el modo con el cual se habla de la sociedad, y por eso la batalla por una transformación comunicacional tiene que ser un eje central.