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Muchos de mis lectores y oyentes deben estar a estas horas de la vida haciendo balances de cuánto han perdido, cuánto han ganado y sobre todo, qué tanto han dejado de hacer antes de que la pandemia surgiera. Las aterradoras cifras del pico que nosotros estamos sufriendo, pero que ya no parecen asustar a nadie. Los golpes cada vez más cercanos de amigos o parientes a quienes el virus sino ha doblegado para siempre los ha dejado groguis sobreviviendo. Pero, en especial, la manera como hemos logrado dejar pasar el tiempo, resultando capaces de apagar el televisor cuando aparecen las montoneras sin nombre de enfermos en la India, o de haber escogido una rutina para escapar del encierro o caer en la soledad como hemos aprendido a hundirnos en medio de la compañía.
Todo eso y mucho más, ha terminado por generar un nuevo estado mental que el siquiatra Adam Grant llama en el Times como “languidez”. Según él, la languidez es el hijo ignorado de la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar. Quizás por ello todos sentimos que el tiempo nos ha pasado velozmente durante la pandemia. O también por ese estado en que hemos caído, apenas si vivenciamos la capacidad que hemos desarrollado para resistir.
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Hemos matado el futuro resignándonos al presente. Y, lo que es peor, ya no usamos el pasado feliz para comparar la angustia llevadera de hoy
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Alguna vez dije aquí que si algún daño estaba sintiendo del efecto de la peste del covid era que había dejado de soñar despierto. Hemos matado el futuro resignándonos al presente. Y, lo que es peor, ya no usamos el pasado feliz para comparar la angustia llevadera de hoy. Quizás un sicólogo llamará al estado de languidez como un trauma que nos marcará para siempre.
Finalmente todos hemos sufrido esos golpes de la vida en algún momento y nos dejan cicatrices. No más la semana pasada Tomás Uribe contó en entrevista de la revista Bocas que para él era inolvidable el día en que su papá le hizo comer su propio vómito a su hermano Jerónimo porque por cizañoso no había sido capaz de tomarse un jugo mal colado que tenía semillitas. La sicóloga columnista Gloria H, en un estupendo artículo en El País de Cali, analizó ese método educativo del expresidente Uribe y sacó conclusiones siquiátricas que padres e hijos, y el propio Tomás si aspira a ser presidente, deberían identificar para reconocer hasta donde los traumas como ese, o los que nos ha creado esta maldita peste y las medidas contra ella, han modelado nuestras personalidades.