Una semana llevaban los miembros del bloque Élmer Cardenas de las AUC subiendo por el río Atrato, parando en cada pueblo y asesinando a los que consideraban colaboradores de la guerrilla. Bojayá, y su casco urbano Bellavista, era un pueblo controlado por la guerrilla, que llevaba años operando en la zona y donde vivían docenas de familiares de las FARC. La toma del pueblo era inminente.
El comando del Frente 57 de las FARC bajó al pueblo y habló con la población. “Ustedes ya saben lo que se viene. Muchos de ustedes son nuestros familiares, así que o se van del pueblo o nos tomamos nosotros el pueblo y no dejamos que entren”. La población les dijo que los preferían en el pueblo.
Más o menos 1,000 guerrilleros acordonaron Bellavista. Era su zona, la conocían mejor que nadie. “Pero nadie pensó que los paracos eran tan sayayines.” Eran alrededor de 300, y unas horas después de iniciado el combate, ese 1ro de mayo del 2002, los paramilitares habían roto el cordón guerrillero y habían entrado al pueblo. Las FARC se tuvo que replegar a las laderas cercanas e intentar retomar el pueblo.
“Ya no sabíamos qué hacer. Veíamos a unos y otros correr enfrente nuestro.” Tres días antes del encuentro se había alertado al Ejército sobre la inminencia del combate, y el día de la toma dos enviados del pueblo lograron salir para alertar sobre la situación. Casi 300 personas se quedaron a la deriva y se refugiaron en la iglesia.
La pipeta
Era el segundo día y el combate no aminoraba. El pueblo estaba bajo el poder completo de las AUC, pero las FARC se había logrado reorganizar en un cerro al borde del pueblo y estaban haciendo llover plomo sobre el pueblo.
Y de repente, la iglesia explotó. Dos guerrilleros habían lanzado una pipeta de gas que cayó sobre el refugio de los civiles. Sobre este hecho incluso los mismos habitantes del pueblo tienen varias versiones. Algunos dicen que los dos guerrilleros lo hicieron por iniciativa propia, otros dicen que el comandante había ordenado lanzar la pipeta contra los paramilitares que se escondían 3 cuadras detrás de la iglesia.
Lo que es claro es que los dos que lanzaron la bomba llevaban pocos meses en la guerrilla, eran de la zona y no tenían la experiencia para poder completar la misión. Tres días después de haber terminado el conflicto a los pelados los fusilaron. A la población le tocó salir y esconderse donde pudieran. Ya no hubo más pueblo unido.
La corrida
El tercer día se parecía a los otros dos: ráfagas y disparos de fusil interrumpidos por raros momentos de silencio. De repente los que se escondían en el pueblo empezaron a escuchar que algún para le decía a sus compañeros “me quedé vacío, no tengo más”. Poco a poco la munición se fue acabando. Y de repente la retirada.
Salieron en desbandada por donde habían entrado, sobre el río Bojayá hacia el río Atrato. Las FARC, que dejó de recibir tiros, se envalentonó y organizó la persecución. Trazaron un cerco que acorralaba a los paramilitares contra el rio Bojayá, y a unos 7 kilómetros del casco urbano los paras saltaron al agua y quedaron en una isla en la mitad del río. No podían cruzar al otro lado. Los tenían.
Fue cuando llegó el Ejército. Algunos habitantes del sector dicen que se escucharon varios helicópteros, que algunos aterrizaron detrás de la isla, y que el ejército comenzó a dispararle a la guerrilla, que tuvo que echarse para atrás. Las grandes aves de metal nunca apagaron sus aspas y cuando volvieron a volar, la guerrilla se tomó la isla. No había nadie.
Unas horas después llegó el Ejército al casco urbano. Encontró ruinas, un pueblo todavía humeante, una crisis de salubridad por los cuerpos muertos y un pueblo sin alma. “Vinimos tan pronto pudimos”.