No sé si sea un consuelo estúpido en medio de mi desazón inmensa saber que del otro lado del agujero alguien oye, alguien ve.
La vida sabe que he dado algo más que mi vida por ayudar. La vida sabe que estoy en el exilio por denunciar las infinitas injusticias de este mundo y especialmente las de mi país. En Colombia no tuve ni siquiera el derecho de pedir justicia por los crímenes en contra de mis seres amados.
Jamás he antepuesto las vanaglorias del ego en contra de mis principios. No pretendo ni anhelo los aplausos, más bien repudio todo eso que a otros seduce y que los lleva a la degradación humana.
Y si en mis manos estuviera preferiría sufrir en vez de los demás. Debo de ser un ser anormal que no puede ser un Buda inmensamente sabio e iluminado, aunque en el Nirvana de la indiferencia. La indiferencia es un paraíso y yo no nací para disfrutar de él. El problema soy yo y debe ser solo mío... porque antes de y en el exilio he derramado millones de lágrimas por mi pueblo, por mi gente... He entregado, creo yo, algo más que mi vida.
La pluma y mi oficio de periodista lo he puesto gratis al servicio de la solidaridad y la denuncia. Y aún lejos de mi país asumo muchos riesgos. Y es tan grande la injusticia que para los criminales e ignorantes soy yo el villano y el bandido y el culpable. Debo de ser un ser absolutamente anormal para amar tanto a un pueblo y arriesgarlo todo. Y no importa que tú, lector, te rías acaso con la risa de Diógenes el cínico. Es tu derecho como lector… y si me has leído has pagado el precio de tu risa y tu desprecio por mí. Tal vez sea estúpido este romanticismo, pero es mi destino ser así.
Soy pobre, sobrevivo. No es una queja, es un trofeo que exhibo con orgullo, un galardón que me he sabido ganar. Y recuerdo que mis maestros del espíritu también fueron mendigos. Debo ser un degenerado del orgullo al confesar en público que he degustado la aberración iluminada de mendigar. Sé lo que es desprenderse del vestuario o de tus juguetes favoritos a cambio de pan. Conozco el arte de soportar humillaciones y la indiferencia malvada, no la indiferencia bienaventurada del hombre sabio. En cambio, no sé lo que es ser un mendigo indigno y más rebajado que un gusano. Algo he aprendido de Diógenes que puso en vergüenza al gran Alejandro en las mieles de su imperio.
Esta sensibilidad por el dolor ajeno es una desgracia mía y solo mía.
Tampoco sé lo que es odiar y destruir a otro. Debe de ser algo preferible a lo que yo experimento, que es una mezcla de dolor y amor e infinito anhelo de Justicia. Sí, debo de ser un ser anormal, porque lloro cuando torturan a mi gente y la oprimen... entendiendo a la vez que muchos de los que hoy sufren el látigo del tirano eligieron o adoraron de antemano a su verdugo.
Debo de ser, así me deben considerar los que me leen o escuchan: un hombre anormal que ha pretendido cambiar el mundo con argumentos, con la razón, con la búsqueda de la justicia... Y esas cosas están dejando de existir o ya no existen. Pago un precio muy alto por mi idealismo. Debo de ser un ser anormal. Pero me alegraría saber que del otro lado no hay ni un ciego ni un sordo a estas palabras. Si ustedes lo son, no los juzgo. Hoy creo que la ceguera y la sordera son también virtudes para ser feliz como manda el mundo. Ojalá pudiera tener esas virtudes: se acabarían mi llanto y mi dolor que es la forma que la vida se inventó para hacerme un hombre feliz y afortunado.
