Los extremistas hacen ruido.
Y no me refiero siquiera al tipo de ruido criminal y bárbaro que llega desde el Oriente Medio: arengas contra infieles y martillos contra esculturas ancestrales. Pienso en el ruido que hacen los extremistas que defienden algunas causas justas y respetables.
Los extremistas de la alimentación natural lanzan gritos cuando alguien les ofrece una sopa de maíz y no puede comprobar, antes de servírsela, que no está hecha con mazorcas libres de la marca Monsanto hasta la quinta generación. Los extremistas del movimiento animalista claman por la decapitación de los que consumen carne. Los extremistas probicicleta se manifiestan a gritos por la aniquilación de los automóviles (y de todos aquellos criminales que los conducen). Las extremistas del movimiento feminista hacen un ruido infernal cuando alguien sugiere que existe la posibilidad remota de que manejar un taladro hidráulico sea un trabajo ligeramente más apto para un hombre de 120 kilogramos que para una mujer de 65.
Los extremistas hacen mucho ruido. Y las causas justas que defienden, en lugar de verse beneficiadas o enaltecidas, desaparecen detrás de su alharaca.
Existen en cambio, luchas calladas y luchadores silenciosos dentro de los mismos movimientos, y suelen ser ellos, los que pasan desapercibidos, quienes logran los cambios medulares.
Una de esas luchas silenciosas e inspiradoras tuvo un final feliz la pasada semana en Medellín.
En un trabajo de casi un año y que implicó el concurso, entre otros, de los concejales Álvaro Múnera y Mercedes Mateos, de la Facultad de Veterinaria de la Corporación Universitaria Lasallista, de la Secretaría del Medio Ambiente de la Alcaldía de Medellín y de su Centro de Bienestar Animal La Perla, se logró salvar la vida de 206 perros enfermos de leptospirosis, una severa enfermedad infecciosa de difícil tratamiento que puede transmitirse entre animes y humanos.
Y el resultado va más allá de la feliz supervivencia de los perros: se logró poner a disposición de la comunidad científica un novedoso tratamiento para combatir la leptospirosis canina, con mínimos efectos secundarios sobre los animales.
Y aquí tal vez deba retractarme un poco: las luchas reposadas, persistentes y metódicas, como la que acabo de describirles, sí producen ruido, pero es un ruido proveniente de sus resultados y no de las gargantas de los luchadores. Y en este caso ese ruido es de ladridos. Y de aplausos. De muchos aplausos.