De cuando en cuando, en ciudades como Bogotá, suelen haber ocasiones en las que, ante un robo o un fleteo, por ejemplo, se aprecia cierta indiferencia de los transeúntes o de los vecinos, es decir, el hecho delictivo puede estar sucediendo bastante cerca, pero muchos, a fin de no meterse en problemas o por miedo, hacen de la vista gorda. Eso respecto a un robo, sin embargo, es preciso decir que el raponazo, el fleteo o el robo a mano armada no son los únicos delitos que pueden tener lugar en las calles de una ciudad o en los barrios más céntricos de estas. Hay un delito, o más bien un tipo de delitos, que tienen que ver con el odio y, desde luego, pasan más desapercibidos o son más ignorados o no se les presta la debida atención.
La criminalidad de odio contra un colectivo o contra una persona en particular puede llegar a ser naturalizada de una manera aterradora e inhumana. El ejemplo más papable que se cita hoy día en las clases de historia es el del odio de los nazis contra los judíos. Sin embargo, muestras de odio contemporáneas las hay por cantidad. Su naturalización puede llegar a ser aterradora porque, en primer lugar, es respaldada por frases que se supone provienen del sentido común, tales como: “el que nada debe nada teme”, “que se aguanten, nadie puede hacer sentir mal a nadie si ellos no quieren sentirse mal…”, entre otras perlas por estilo. Lo cierto es que en el Estado social de derecho actual existen normas constitucionales cuyo fundamento ético y jurídico consiste en proteger la dignidad humana. De hecho, en la constitución colombiana de 1991 existe todo un capítulo dedicado a los derechos fundamentales.
Con esta breve introducción quiero hacer una breve nota de denuncia social. Se trata de un caso de odio que, a la fecha, ya se me hace aterrador y desconcertante. Cada que llego del trabajo e incluso muy de mañana cuando me dispongo a salir de casa, en el sector Grupos del barrio Arborizadora Alta, escucho a grito encendido y enfurecido a personas explayando consignas de odio de una forma que pone los pelos de punta. Cualquiera diría, y de hecho muchos lo dicen, disculpándome de antemano por las palabras que emplearé, que se trata de gente loca y sin oficio. Lo curioso del asunto, y detallando que en el barrio no pasa nada raro, no hay asesinos a sueldo en libertad y sin condena ni nada por el estilo, y tampoco se grita protestando por mejoras sociales o apoyo gubernamental, o por la reforma tributaria del gobierno o un asunto de verdadero interés público, es que los gritos llevan años y años.
En otras palabras, y para indicar un poco mejor al lector el panorama, imagínese un escenario surrealista en el que, durante más o menos una década, en las calles de un barrio, sobre todo de noche y de madrugada, un grupo de diez o veinte personas, por poner un ejemplo, salen a gritar con un sentimiento enardecido y un estado emocional y psicológico que da entender que dichas personas se hallan al límite mismo de la furia, breves consignas de odio hilvanadas por dos o tres palabras cada una a fin de que las consignas sean fáciles de repetir y esparcir. Es decir, imaginemos una señora que, durante años, cada día de ocho de la noche a una de la mañana y de nuevo de tres de la mañana a cinco de la mañana, y, aunque parezca que la señora no duerma, también varias veces en horas diurnas, grita cosas como “que lo maten”, “que baje”, “nadie lo quiere”, “se va a quedar solo”, “no sirve”, “es él”, entre otras consignas de odio por el estilo. Día a día, noche a noche. Tras el paso de las semanas y los meses. Sin motivos. A alguien invisible, o que no conoce o con quien nunca ha hablado.
Nótese el impacto que se quiere generar con cada consigna mencionada, repitiéndolas en una retahíla enfurecida y con toda la potencia de grito que dan los pulmones, con un estado descontrolado del ser. Como se había dicho, no hay un asesino a sueldo y en serie en el sector. Nadie está subido en ninguna parte aun cuando lo que más se repita es que “baje”. Los gritos son incoherentes. No hay nombres ni más indicación de nada. Pero lo más aterrador y curioso de este caso, es que, aun cuando no parezca, porque en el fondo uno tiende a guardar fe en que el ser humano muy por dentro es bueno y no daña a su prójimo por placer o por mera crueldad, y mucho menos va a imaginarse uno que exista un fenómeno de crueldad en grupo, lo cierto es que de tanto repetir tales frases muchos en el barrio ya las repiten por inercia, de manera autónoma. En ocasiones, cuando salgo, o voy en el bus, alguien masculla entre dientes, “no sirve”, “que baje…”. De tanto escuchar a quienes, a todas luces, son unos antisociales diciendo aquellas cosas, ya muchos repiten aquellas consignas y las piensan en voz alta. Ahora imaginemos dicho panorama de manera razonable y sensata, es decir, personas a grito tendido difundiendo odio, poniendo de manera irresponsable, porque hay que ser irresponsable hasta la médula para poner en peligro, a quién sabe quién, o a quiénes al mismo tiempo, y otro grupo de personas, que comparten irresponsabilidad, y de manera tendenciosa y con ganas de sacar algo malo por dentro, repiten lo mismo en conversaciones, solo por decir la frase de moda en el momento.
Esta nota, sin bien está redactada como denuncia, también persigue tener un sentido pedagógico, que es el de no ser indiferente a la criminalidad de odio, y, desde luego, no participar de la misma, pues esta puede ser y en la historia misma de la civilización ha sido más peligrosa que un hurto a mano armada o una simple rencilla. De hecho, en lugar de repetir consignas malintencionadas, como ciudadano se puede invitar a quienes quieren propagar odio que toda cuestión se solucione por vía de ley. Es fácil perder la fe en las personas cuando, como en el caso de la Alemania nazi, se evidencia que hay reconocimiento de otros y que en común de acuerdo muchos han decidido expresarse y pensar con maldad deliberada. Nótese el nivel de daño a los principios de dignidad humana y la potencia misma de una frase dirigida a alguien, o a muchos, y repetida por diez años que dice “ya no sirve”. Resulta aberrante y vergonzoso el solo hecho de ver personas expresarse en dichos términos. El colmo del asunto es que quienes escuchan las consignan se vuelven zombis sin mente que las repiten…
Para finalizar, recuérdese que la criminalidad de odio consiste en todas aquellas infracciones penales y administrativas cometidas contra las personas o la propiedad por cuestiones de “raza”, etnia, religión o práctica religiosa, edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, por razones de género, situación de pobreza y exclusión social o cualquier otro factor similar, como las diferencias ideológicas.