Dicen los que saben que el primer paso hacia la paz es dejar de odiar y esto lo entienden las víctimas que viajaron a La Habana. Cara a cara con los victimarios de sus seres queridos y en un acto inédito de reconciliación, perdonaron a quienes hoy manifiestan arrepentimiento por las barbaries cometidas y prometen no volver a repetirlas.
¿Si nosotros pudimos, le preguntaron al resto de colombianos, por qué no pueden hacerlo los demás? Infunden admiración estas palabras por su hondo significado. En un país polarizado, donde odiar está a la orden del día, donde sólo existen las verdades propias, donde pensar diferente no está permitido, perdonar sacude a la nación de las exclusiones.
Vergüenza propia, admiración, asombro, quizás no poco de incredulidad, sin faltar el escepticismo, son las emociones que suscita este gesto que nos invita a creer que la paz no está tan lejana. Pero quizás el denominador común hacia las víctimas que un día lo perdieron todo y hoy quieren recuperarlo a través del perdón, sea el respeto.
Infortunadamente, para otras personas, el desprecio a este acto valeroso es la respuesta. Un ejemplo es la señora Cabal, elegida senadora por el Centro Democrático. Aquella que le deseó el infierno a Gabriel García Márquez recién se enteró de su fallecimiento y con regularidad vierte odio a través de las redes sociales, mete la mano de nuevo para envenenar el ambiente.
Una foto del encuentro de las víctimas con las delegaciones en La Habana le sirvió de pretexto para mostrar de nuevo el menosprecio hacia los que no piensan como ella. En la imagen se ve a una víctima (Angela Giraldo) saludando a quien la senadora Cabal señala como un miembro de las Farc, razón por la cual escribió en su cuenta de twitter:
¡Cómo puede una persona odiar tanto!
Aparte de que Ángela saluda a un miembro del equipo negociador del Gobierno colombiano (Jaime Avendaño), y no de la guerrilla como erróneamente pensó la señora Cabal, el mensaje muestra hasta qué punto destila odio esta derecha que vive anclada en el siglo XIX, que ve como únicas opciones la paz de las tumbas, el rencor infinito y la saciedad de la venganza.
Pero no sólo rechaza el encuentro, también se burla de uno de los crímenes que más dolor ha traído a miles de familias colombianas: el secuestro. Habla del síndrome de Estocolmo, irrespetando la angustia vivida por los familiares de los secuestrados, el sufrimiento que durará mucho tiempo en sanarse, la ausencia que jamás podrá llenarse.
Pero la cuestión no termina ahí. Sus palabras irresponsables, en un país donde la muerte es la única manera de cobrar las deudas, le pusieron una lápida en el cuello a la víctima. A su regreso a Colombia, su celular se vio infestado de mensajes amenazadores de quienes respondiendo al señalamiento de la parlamentaria, la tildaron de terrorista, guerrillera y quién sabe cuántas barbaridades más.
Tan grave se presentó la situación que el gobierno nacional debió asignarle un carro blindado y escoltas, para preservar su vida. ¿Está contenta la señora Cabal? Ya tiene una nueva víctima en sus manos para seguir alargando la letanía de los muertos en vida. Puede alegrarse de que sus mensajes funestos tengan eco y alguien, en este país de locos, haga “justicia” por propia mano.
La terminación del conflicto armado está relativamente cerca porque desarmar los cuerpos no es tan difícil, pero desarmar los espíritus es otro cuento. Décadas, varias generaciones, incontables esfuerzos, múltiples escenarios serán precisos para que la paz gane la partida y personas como la mujer del presidente de Fedegan sean una excepción en el futuro y no la regla como en el presente.