La Vorágine: Un remolino literario

La Vorágine: Un remolino literario

Por: Jerónimo García Riaño
abril 09, 2014
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La Vorágine: Un remolino literario
Imagen Nota Ciudadana

Hace muchos años, en el grado octavo en el colegio, me encontré, sólo de título, con la novela La Vorágine. Por aquella época, el profesor de español nos dio dos opciones de lectura, la novela de José Eustasio Rivera o Siervo Sin Tierra de Eduardo Caballero Calderón. Yo me decidí por la segunda, el título de la primera me daba miedo.

23 años después, me vuelvo a encontrar con La Vorágine. El título ya no me asusta y solo por eso decidí comprarla, me costó cinco mil pesos en una calle de Bogotá. Y la leí.

Me introduje en una novela de aventura de principios del siglo 20. Eso es La Vorágine. Una novela de aventura bajo la tenebrosa selva colombiana. Una aventura no sólo por los hechos que allí ocurren: la violencia que se lleva mujeres o el interés de las empresas del caucho por enriquecerse a costa de la esclavitud de los demás (a pesar del tiempo, un tema que sigue de moda), sino por el lenguaje que el escritor Rivera utiliza en sus páginas. Un lenguaje adornado de manera magistral con adjetivos y verbos bien utilizados. Unos diálogos donde los personajes describen y expresan en parrafadas grandes o en pequeñas frases, situaciones o hechos determinados de manera clara y contundente; ese conjunto de palabras permiten recrear buenas imágenes mientras se leen.

Esta es una novela que muestra una selva fuerte, difícil, impiadosa, que pone a alucinar a los hombres y les llena de gusanos las piernas, que convierte a la muerte en un caudaloso río, infestado de animales devoradores que se tragan la carne y dejan los huesos de las víctimas sobre su superficie, como testigos de su poder.

Dice la novela:

“Por primera vez en todo su horror, se ensanchó ante mi la selva inhumana. Árboles deformes sufren el cautiverio de las enredaderas advenedizas, que a grandes trechos los ayuntan con palmeras y se descuelgan en curva elástica, semejantes a redes mal extendidas, que a fuerza de almacenar en años enteros hojarascas, chamizas, frutas, se desfondan como un saco de podredumbre, vaciando en la yerba reptiles ciegos, salamandras mohosas, arañas peludas…”

Y unos párrafos mas abajo:

“¿Cuál es aquí la poesía de los retiros, dónde están las mariposas que parecen flores traslúcidas, los pájaros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticadas!”

Terriblemente hermoso.

El final de la obra, el final de la aventura,es un destello de luz que apaga la selva. Arturo Cova parte con su hijo recién nacido en plena Jungla, y con sus amigos de batalla hacia la selva para esperar al viejo Clemente Silva, el hombre al que los gusanos se le comieron las piernas y que debe llegar con noticias de libertad; pero la selva decide no dejarlos salir y Clemente Silva, después de cinco meses de búsqueda, no los puede encontrar.

Recomendado leer este clásico, por su cumpleaños número noventa, por el lenguaje utilizado en la obra, por la historia de aventura creada en este escenario selvático de los llanos orientales, porque refleja la esclavitud humana que sigue incólume, y que se manifiesta de otras maneras, como en la pobreza.

A mi, particularmente, la novela me deja dos enseñanzas:

1. José Eustasio Rivera tuvo que disparar o poner muchas veces en manos de sus personajes la palabra Wincherster, y finalmente pude entender que es un rifle.

2. Toda mi vida escuché a mi madre decir: ponga eso encima del “pollo”, el plato lo dejé sobre el “pollo”, entendiéndose “pollo” como el mesón de la cocina, regularmente al lado del lava platos, donde se pueden poner cosas… Con la novela aprendí que ese “pollo” se escribe con Y de yuca.

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