Por invitación de los directivos de la “Cátedra Low Maus” de la Universidad Industrial de Santander – UIS – viajé a la ciudad de Bucaramanga. Llegué a los predios universitarios después de medio día. La temperatura era sofocante. Pensé, como caribeño que soy, que los más de veinte años viviendo en Bogotá me han desacostumbrado a soportar los climas templados y cálidos. Grupos de estudiantes reposaban bajo la sombra de los árboles del patio de ingreso, otros dormitaban abrazados en corredores o chateando en sus equipos telefónicos se ausentaban del bullicio. Las “pintas” en las paredes informan de un activismo político militante.
A mi llegada, ya en la puerta del “Ágora”, el salón de conferencias, hubo miradas recelosas. El vaho gélido del aire artificial del salón de sillas vacías me devolvieron el ánimo al cuerpo exhausto por el calor. Mientras ingresaban los estudiantes y era saludado por los profesores de la “Cátedra”, percibí un ambiente de preocupación. Se hablaba en voz baja en los corrillos de los jóvenes que ingresaban y, Lucía, la joven profesora que se presentó como la “Asistente de la Cátedra”, me informó de los hechos de intolerancia que se han sucedido en el claustro universitario: a la izada de la bandera de la diversidad en el frontón del edificio de la facultad, en homenaje de las víctimas de la masacre en Orlando EE.UU, un grupo de estudiantes decidió expresar su homofobia descolgando la bandera símbolo de la comunidad LGTBI y en un gesto agresivo la embutieron en un orinal, la orinaron. Esa misma mañana, me comentó la joven profesora, había circulado un panfleto amenazante del grupo ilegal paramilitar que se hace llamar “Las Águilas Negras”. Allí, como usualmente lo hacen, decían iniciarían la persecución y muerte a los estudiantes señalados de comunistas y credos de “izquierdas”. El ambiente, comprendí entonces, era de miedo.
Después del relato de Lucía, la joven profesora, recordé la circunstancia, también en esas tierras santandereanas, en la que actual Procurador Ordoñez, joven militante por esos tiempos en organizaciones fascistas, incineraban libros marxistas y novelas de García Márquez en las plazas de Bucaramanga. El ambiente que me rodeaba era de intranquilidad. Mientras ingresaban los estudiantes al salón, me relataron sobre la toma de los “encapuchados” que días antes habían saboteado una conferencia lanzando “papas bombas”. También hablaron de las encapuchadas, “Pandora”, mujeres organizadas y que se expresaban mediante acciones y gestualidades propias de las agrupaciones armadas ilegales. “Cuando más cercano está el amanecer, más oscura es la noche”, recordé la frase de Pizarro a propósito de nuestro proceso del final de la guerra, por allá en 1989.
Hablar de participación, en medio del ambiente “erizado” por la posible presencia clandestina de grupos intolerantes, a decir verdad, no fue fácil. Se me señaló salidas de emergencia en una eventual incursión de “encapuchados”. Les dije que no se preocuparan que creía estar curado de espantos. Al iniciar mi exposición, haciendo un contexto sobre el actual proceso en La Habana (Cuba) con las FARC, el bochinche y la gritería en la puerta del salón de conferencias indicaba que las advertencias cobraban realidad. Un corrillo de amenazantes estudiantes tenían arrinconado a un estudiantes de rostro pálido por el miedo. Era acusado, a gritos, de ser infiltrado del paramilitarismo. La intervención oportuna del Director de la Cátedra evito la agresión física. El estudiante, asustado, se marchó en medio de insultos. Más allá, se escuchaba la canción vallenato de la celebración en los patios de las ingenierías. Sorprendió el anuncio de la guerra urbana que hizo el Presidente Santos.
