Esta semana tendré que regresar una vez más al desagradable proceso de solicitar una visa.
Y no posaré de transgresor ni firmaré cartas enardecidas contra los gobiernos que, por el solo hecho de haber nacido donde nací, me obligan a llenar solicitudes, a adjuntar certificados o a invertir dinero para poder escuchar finalmente la palabra bienvenido.
Ellos tienen el derecho (dije el derecho, no la razón) de exigirme los trámites que deseen y solo me queda la opción de aceptarlos (dije aceptarlos, no justificarlos) como un inconveniente menor para acceder al innegable privilegio de viajar.
No deja de martillarme en la cabeza el contrasentido de que en un mundo que se llena la boca con las palabras globalización, libre comercio o unidad, tengamos que seguir justificando nuestro derecho a movernos por el planeta como se nos antoje.
Entiendo las razones de los visados (dije entiendo, no comparto). Y no hace falta que me enumeren los motivos que tiene un país para guardarse el universal derecho al veto (dije universal, no justificado).
Yo enviaré los documentos, viajaré a la cita y posiblemente termine olvidando la coyuntura incómoda del trámite si al final me llega la visa.
Pero si puedo escribir los formularios y las solicitudes, también puedo dejar, para quitarme el mal sabor de boca, mi pequeña e insignificante pataleta en forma de soneto.
Dije que acepto ceñirme a sus exigencias.
No que decida hacerlo en silencio.
A Otavalo llegamos rumbo a Ancona
I
A Otavalo llegamos rumbo a Ancona.
Susurramos un vals de Venezuela
en El Cuzco bebiendo una Corona
más chicana que un vals de La Chabela.
Un danzón santiaguero silbó un piano
en el tren Barranquilla–Barcelona
y era Nazca el pocillo lusitano
de mi espresso quindiano en Carcasona.
Con el flash de sus ojos neoyorquinos
hizo clic la fotógrafa nipona
en Granada, entre toldos argelinos.
Es latino el teatro en Tarragona.
Por París los sudacas son beduinos.
En Madrid desemboca el Amazonas.

II
Huele el Ródano en Arles a pimienta
esparcida por manos albanesas.
Gitanitos en Chile: ¿quién nos cuenta
si es manchú o andaluza su tristeza?
Goyeneche en la tele japonesa,
good hip hop en los barrios bogotanos.
Nuevos francos saquean nuevas Edesas
mientras Roswell deporta raelianos.
¿Cuál nación es la patria verdadera?
¿El políglota es dios reencarnado?
Sean malditos el himno, la bandera,
la diferencia en tecla y en teclado,
la imperdonable raya en la frontera
y el saborcito amargo del visado.