Frente a esa escalofriante situación, varios son los casos en que la guerrilla, paramilitares, narcotraficantes y delincuentes de todos los pelambres se han visto seriamente comprometidos por las acciones que ejecutan en contra de la población civil.
Y ante los hechos graves de inseguridad y de violencia que se han hecho evidentes en los últimos días en Samaniego, Leiva y Magüí, las autoridades civiles, judiciales, policivas y militares anuncian una serie de medidas tendientes a proteger la “vida, honra y bienes” de los habitantes.
Sin embargo, tales medidas, en la mayoría de los casos, no sirven para nada. Son simplemente un saludo a la bandera, que ponen en tela de juicio los mecanismos y acciones que se diseñan nuestras flamantes autoridades en los alardeados consejos de seguridad dizque para contrarrestar en forma acertada la violencia que hoy carcome al territorio nariñense.
Mientras la gente exige que se cumplan a cabalidad con las normas constitucionales y legales en torno a la restauración del orden público y consecuencialmente a la seguridad de los nariñenses, las autoridades pregonan una y otra vez que se requiere para ello una decisiva colaboración de la comunidad y un mayor aporte presupuestal en aras de dotar a los efectivos de la policía y el ejército de modernos equipos logísticos que conlleven a combatir el delito sin ninguna clase de contratiempos.
En tanto se dan discusiones bizantinas sobre lo que en verdad debe ser la participación de la sociedad y la acción de las autoridades, la delincuencia, sea común y organizada, aprovecha la oportunidad para seguir libremente con sus macabras ejecuciones frente a la mirada estupefacta de quienes de una u otra manera llegan a ser sus víctimas.
En campos y ciudades de nuestro departamento casi que a diario se dan una serie de hechos de violencia que en ocasiones son desconocidos porque no hay presencia del Estado con sus instituciones o estas hacen caso omiso del problema, limitándose únicamente a contentar a la opinión pública con demostraciones timoratas de efectividad cuando los asesinatos selectivos se han cometido o las masacres indiscriminadas quedan solo en el recuerdo de los sobrevivientes
Sinceramente, a estas alturas, uno ya no sabe de dónde provienen las balas asesinas, o quién o quiénes son los que disparan, o los que imparten las órdenes para matar, tal y como lo vienen haciendo, dentro de esta violencia sin nombre que vive el país, en especial Nariño.
Ahora más que nunca se necesita que las fuerzas armadas salgan del ostracismo y aislamiento al que han sido sometidas por el gobierno nacional. Que dejen sus cómodos cuarteles y hagan presencia efectiva a lo largo y ancho del territorio nacional con la finalidad de combatir a los actores de esta absurda violencia para de esta forma devolverle la seguridad democrática a Colombia y garantizar así la honra, vida y bienes de sus habitantes.
