Existen diversas formas de aproximarse a la negociación del conflicto armado y la construcción del posconflicto; por una parte, desde el marco jurídico y por otra parte desde el no menos importante marco social, político y cultural que tiene incidencia en el jurídico.
El cuerpo femenino y el entorno de la guerra, son una discusión trascendental actual, en el escenario de un conflicto político armado y de negociación de la terminación del mismo. Este tema es de relevante interés para la sociedad colombiana en conjunto y descarta excusas de género. La reconciliación de un país que ha estado en guerra por décadas suscita ir a la sustancia del asunto: La anulación histórica constante de la mujer, en un contexto de violencia entre actores armados dentro o fuera de la legalidad y la ubicación subalterna, respecto de la versión masculina triunfante y oficial contada de los hechos.
La mujer, la madre, la hembra, la fémina, la musa y el arma de destrucción y deconstrucción que desarma una sociedad, ha sido utilizada como método de coacción y desintegración social y cultural a través de la violencia sexual, que además de ser víctima en todas las facetas del conflicto ha sido también el detonante del conjunto de violencias y odios que han desbocado en el pueblo Colombiano, al ser el blanco principal en las guerras para desarticular moralmente a una sociedad. Por ello y muchas razones más, la reconciliación en primera fase debe hacerse y cimentarse con las mujeres, aquellas que han sufrido abusos, que han parido hijos para la guerra, que han amado y llorado a sus seres queridos perecidos por los azares del rumbo predestinado de la desigualdad social y el conflicto agrario.
La terminación del conflicto o la denominada “paz” debe desarrollarse en una atmósfera de inclusión para todas aquellas víctimas, a las cuales la violencia y el exabrupto estatal les han arrebatado no sólo sus tierras y hogares, sino la dignificación y “empoderamiento” de sus cuerpos. El andamiaje social y el núcleo de la sociedad por razones biológicas y estructurales es la mujer, y por ello, debe deducirse que su participación e incidencia, debe ser mayor en la construcción del posconflicto; deben ser ellas las primeras que concedan perdón a los actores y factores de la violencia, pues ya suficiente tienen con la postura imperante y dominante del patriarcado (aunque suene cliché) y con la lucha de poder fomentada por las condiciones históricas que han privilegiado la posición masculina, que ha tenido un papel protagónico en la historia.
El papel del Estado, tema de rechazo entre muchos sectores populares y académicos, es pertinente y necesario en torno al desarrollo de políticas públicas que abarquen toda la problemática social, en este caso de las mujeres víctimas de la guerra y sus consecuencias de desplazamiento forzado y violación de DD.HH. El Estado y sus representantes son los encargados de fomentar y brindar especial atención a la mujer, que se ha visto sometida a vejámenes de toda clase desde diferentes realidades o posturas.Lo que quiere decir, que si el Gobierno Nacional quiere obtener credibilidad, no sólo de las victimas sino de todos los sectores de la sociedad, (ya que ha permanecido en deuda con las mujeres sea por obra u omisión) está en el deber de darle continuidad de forma eficaz a los programas de asistencia y capacitación, de esclarecer la verdad y reparar los daños de todas las formas posibles, en un trabajo conjunto con las mismas comunidades, así como debe fomentar el liderazgo entre las mujeres en todos los ámbitos, para que tengan poder de participación y decisión. No hay que negar la debilidad o el descuido institucional, pero tampoco, las posturas machistas que se han perpetuado y han fomentado la violencia contra la mujer en todas sus expresiones y particularidades.
De esta forma, se observa cómo el cuerpo femenino como sustancia física, material y tangible con ciertas características particulares, se ha convertido en instrumento o en el medio para alcanzar objetivos bélicos, ha sido el tótem de los grupos armados (legales o ilegales). Cabe aclarar, que los tipos de violencia contra la mujer se desarrollan de forma diferente conforme a los contextos y situaciones. Empleando las palabras de Foucault “El cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos" La distribución desigual del poder y la supresión en los diversos campos de la mujer, es la principal razón por la cual, se toman o asumen posturas violentas y se utiliza el cuerpo femenino de forma “animalizada” y como objeto para cumplir fines de infundir miedo y terror a través de prácticas crueles, daño psicológico o físico y con esto desarticular moral y socialmente a una población.
Con respecto al proceso de memoria histórica, debe exigirse uno de verdad, justicia y reparación por parte de ambas fuerzas armadas que han estado en contienda por décadas. Fuerzas que no están exentas en el tema de violencia sexual. Actualmente, Colombia está sumergida en un mar de impunidad y desprotección hacia la mujer indígena, campesina y citadina; en muchas oportunidades ni siquiera los organismos estatales son efectivos, puesto que, al omitir o guardar silencio, se convierten en simples victimarios, que dejan un panorama desolador de lo que se define como Estado Social de Derecho y en lo que concierne a la dignidad humana. Según los estudios e informes de la misión internacional de verificación de los derechos humanos de las mujeres, los tipos de violencia que han sufrido (durante un contexto de guerra) y sufren a diario las mujeres son: violación sexual, tortura, acoso, esclavitud, explotación sexual, infecciones de transmisión sexual, abortos forzosos y estigmatización.
El conflicto ha permeado a la mujer de manera directa, al ser protagonista y sujeto participe en él, y afectado de diversas formas, teniendo graves consecuencias que generan tensiones en la sociedad. El conflicto armado en Colombia ha sido estructural y a largo plazo, lo que ha influenciado e incidido en otros tipos de violencia cotidiana contra muchas mujeres, tanto en el ámbito rural como urbano. Ya suficiente tienen las mujeres con la negación y privación histórica de la autonomía y decisión sobre sus cuerpos, así como de la asignación deliberada de roles y la predestinación, una condena casi eterna.