Uno de los barrios más afectados o mencionados por aquellos acontecimientos es Patio Bonito, ubicado en la localidad octava de Kennedy, donde particularmente se han presentado múltiples casos de muertes que responden a venganzas, limpiezas sociales y guerras de narcotraficantes.
La lectura del barrio es exacta y es una problemática estandarizada, caracterizada y publicada incluso por las universidades más prestigiosas de Colombia.
La normalización de la muerte entre los excluidos barrios de Patio Bonito responde a factores de deuda histórica en el país, la cual permanece y se transforma a través del tiempo.
El monstruo de la violencia nunca descansó entre las calles y carreras de los barrios que nadie contempla y ha oído mencionar en alguna gran portada o noticia, exceptuando las paginas amarillistas de aquellos diarios que se alimentan del morbo y el miedo colectivo de los habitantes.
Barrios como Las Acacias, Palmitas, Villa Alexandra, Jazmín Occidental, La Rivera y Ciudad Galán son populares entre las discusiones locales que solo brindan soluciones de forma y las medidas estructurales pasan de largo como una discusión que no se quiere o no se tiene la voluntad de comenzar.
Esto suscita cuestionamientos propios de quienes viven directamente las realidades, buscando soluciones autogestionadas, organización social-barrial y liderazgos que se ven en gran peligro debido a su arraigo territorial. El querer mejorar las condiciones paupérrimas de vida en este rincón suroccidental de la ciudad se convierte en todo un desafío a la muerte establecida por bloques paramilitares introducidos, inmersos y normalizados dentro del territorio.
De ahí surge aquella violencia y deuda histórica donde se revictimiza a los miles de desplazados en el país que buscaron refugio, protección y ayuda en la ciudad de Bogotá, la otra gran totalidad de la conformación de los asentamientos correspondieron a personas cansadas de la falta de oportunidades y conflicto armado en el país, las cuales también sufrieron o sufren de revictimización de un sistema desigual e inequitativo.
Pero llegar a un sitio y querer establecer una voz en búsqueda de condiciones dignas de educación, ambiente, trabajo, salud y vida en general también significo volver a sufrir de atropellos, amenazas y desplazamiento. ¿Por qué no poder vivir y morir dignamente en un territorio acogido debido a las circunstancias particulares del país?
Porque siempre buscaron someternos a una vida indigna, debido a una violencia instalada que se sigue fundamentando en la ciudad a través de las ollas de narcotráfico, que hoy en día se camuflan como industrias de recuperación de desechos, siendo además los grandes responsables de establecer a estos barrios como el gran basurero de la localidad. El responsabilizar a los extranjeros de una violencia heredada solo da cuenta de nuestra falta de apropiación histórica, para no buscar un culpable inmediato y poder establecer las acciones necesarias contra los verdaderos responsables; el Estado y su gran aliado el paramilitarismo.
Hoy nos es “normal” ver a extranjeros desaparecer, morir y ser denigrados, normalizando aquellos actos violentos bajo la xenofobia. Así como en algún tiempo normalizamos ver desaparecer a nuestros vecinos y vecinas por culpa de vicios o consumos de sustancias estimulados por aquel narcotráfico; el cual actúa con la plena complicidad de la institucionalidad distrital y nacional.