La violencia en Colombia, un mastodonte difícil de cargar

La violencia en Colombia, un mastodonte difícil de cargar

Análisis sobre el montaje de una obra de teatro que aborda la violencia en Colombia desde la metáfora del mastodonte, su peso y su tamaño,

Por: CAROLINA RUEDA
febrero 11, 2020
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La violencia en Colombia, un mastodonte difícil de cargar
Foto: Kiosko teatral

Fui invitada como dramaturga, al montaje sobre la tragedia griega la Orestiada de Esquilo mezclada con la historia de nuestra violencia nacional. En este trabajo, aprendí, repasé y me hice cargo de revisar traducciones, además de naturalizar escenas que el maestro Nowicki me entregaba. Así mismo, de manera aun precaria y temerosa, aporté textos para completar el rompecabezas del que solo él tenía la foto. Esta crónica no puede llamarse crítica, por la cercanía y la frecuencia con que participé del montaje. Sin embargo, trata de mostrar el disfrute de una espectadora privilegiada que conserva la memoria de los pasos que a lo largo de los meses hicieron visible y sólida, una poética del sentido como del arte teatral.

Están extintos los mastodontes. Se fabula en el cine infantil con encontrar uno congelado que resucite y demuestre la talla minúscula que nos proporciona la vista de aquellos abuelos que compartieron los inicios.  Una obra mastodóntica es una metáfora que se refiere a tamaño, peso, profundidad.  A cierta conciencia burguesa también del mundo donde comprendemos la pregunta por el sentido no solo a nivel práctico sino a nivel poético, trascendente, en esta época donde la conciencia resulta inútil para cambiar los hechos.

Una Orestiada, que se mezcla con nuestra realidad demoledora, que actualiza la tragedia, que encarna en jóvenes actores, monstruos, dioses, razones, intereses, humanidad…La he visto desde sus pequeños brotes, desde la imagen en la cabeza del director, que instaló un universo para transitar, como capitán del viaje, por los infiernos y los caminos que nos empujan a la debacle. Esta juventud que actúa con la seguridad de un solista, con la generosidad de una orquesta, una orquesta de solistas que permite en su concierto, la exposición de ese mundo que va del fondo al proscenio cargando en sus hombros el peso de la tragedia. El tamaño de su comprensión es tenso, serio, silencioso, cada uno escucha al otro, acompaña su presencia, también se escuchan a sí mismos, develándose que todos hablan de la sangre con la tranquilidad del que la conoce, vestida con ropa de andar por casa, tal como el público.

La vi nacer como quien ve nacer las hojas que leerá, pero ellos, los actores, las actrices, la dirección, movidos por su apetito del recurso, con una estética feroz de la búsqueda, con una percepción del desconsuelo, y la presentación de los demonios que nos hacen presas y de los dioses como arrebato, todos juntos me llevaron a la posesión.  Ahora los oigo como música, escucho sus afinaciones, sus emociones complejas, sus fracasos.

Era inevitable caer en aquel lago oscuro donde los distintos monstruos habitan, y no digo que la obra sea oscura, digo que se debate ambigua, provocadora, del fondo al frente, de frontal a profundidad, entre mostrar el asesinato del mito, fortalecido por la carroña, el egoísmo, la ostentación, y a la vez, su necesaria resurrección

Es teatro moral, claro. Como todo gran arte. Pero no es solo moral hacerlo sino asistir a ello, ir a ver teatro es un acto moral, bueno o también debería ser eso. Mirarte en un espejo, que mostrará tus fantasmas íntimos, te abocará a la duda y esto ahora que la duda se combate con consignas y bienestar.  El arte no proporciona necesariamente esto, también incomoda, te descubre las estrías, la cobardía, el rencor.

Acotaciones y notas a pie de página de la Orestiada de Esquilo, versión de Ana y Pawel Nowicki, pregunta y hunde; patina en la orilla del foso y finalmente con ese aderezo, desliza la presencia de los demonios y la fragilidad de la inocencia, juntos te asaltan con uñas y garras. Es teatro con silencios, con escenas largas, con desesperación. He visto crecer este espectáculo con aristas y bombardeo al inconsciente, con la respiración del mastodonte, del animal antiguo, vibrante, que amenaza inquieta y obliga. Te puede interesar o no, pero su olor, vestido de actualidad, su hambre y su gusto de vivir a toda costa, maravilla. Ver teatro debería ser eso, (muchos deberían…)  estar a la vez en presencia de la ferocidad de vivir y también, en este momento de la historia, en presencia de su desmedido y habitual gusto por el horror.

 

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