Repasando el artículo publicado por Semana.com, el día 4 de abril de 2014, bajo el titulo “Las FARC justifican el uso de minas”, en el que se visualizan fragmentos del discurso pronunciado por Iván Márquez, que posiciona a las fuerzas armadas y al estado colombiano como los principales protagonistas y culpables de la siembra de minas antipersona: surge la duda y la desesperanza de la voluntad del grupo insurgente de acogerse a la paz.
Semana reveló en el ya mencionado texto, que el estado y las fuerzas militares renunciaron a seguir sembrando minas antipersona y destruir las que aún poseen, en cumplimiento de la Convención de Ottawa del año 2000. Sin embargo, el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal, manifiesta que en los últimos diez años se han reportado 10.628 víctimas, lo que conlleva a pensar que las FARC son los presuntos responsables de estos ataques a la población colombiana.
Todo este oscuro panorama no sólo nos otorga un enorme desaliento en el deseo de alcanzar la paz, sino que conduce a la interpelación sobre si la violencia es el único camino para “acabar” con los verdugos de la sociedad colombiana, que han causado derramamientos de sangre y lágrimas, por cuenta de los desplazamientos, muertes y extorsiones, entre otros males.
Ahora es momento de preguntarnos si el proceso de paz que adelanta el gobierno nacional y las FARC en la Habana, Cuba, merece seguir adelante a pesar de los constantes ataques contra los civiles y las absurdas justificaciones que validan la violencia. Por ello, no debe extrañarnos que la ONU haya dicho que Colombia fue el país con más víctimas mortales en el mundo en 2013.
La paz no necesita de palabras, sino de hechos que la promuevan y la hagan cercana, y mientras los actos no sean acordes con los anhelos promulgados, solo serán palabras que se pierden en el aire.