Sigo pensando que los reinados de belleza son eventos en donde a la mujer se le retrata como un simple objeto de lujo, reduciendo su sentido de feminidad a su más mínima expresión.
Sin embargo, lo que pasó el pasado domingo en Miss Perú me hace pensar que tal vez, antes de hacerlos desaparecer, podemos usarlos para ir cambiando el valor que le damos a la belleza.
¿Quién hubiera pensado que un reinado de esta naturaleza podría ser la mejor plataforma para conscientizar acerca de la violencia de género?
El domingo pasado 23 hermosas peruanas sorprendieron al público revelando escalofriantes cifras sobre violencia de género en cada uno de sus departamentos.
Nadie se lo esperaba.
Cuando las jovencitas vestidas con un revelador vestido dorado se acercaron al micrófono, el público esperaba oír las tradicionales frases sobre las medidas corporales.
Cuando las jovencitas vestidas con un revelador vestido dorado
se acercaron al micrófono, el público esperaba oír las tradicionales frases
sobre las medidas corporales
Cuál no sería su sorpresa cuando en vez de hablar de busto, cintura y cadera se dedicaron a detallar desgarradoras cifras de violencia contra la mujer.
Feminicidios, acoso callejero, abuso de familiares en los hogares, intentos de asesinato y explotación femenina fueron los más mencionados.
Los datos revelados por las jovencitas estuvieron acompañados de imágenes visuales con números que sustentan el lugar que tiene Perú en el mundo como el tercer país con las cifras más altas de violencia sexual, doméstica y de género.
El impacto fue inmediato. El certamen logró cubrimiento mediático a nivel internacional en varios medios de comunicación que por lo general no destacan concursos de belleza.
Los videos y comentarios no se hicieron esperar y el tema cobró una relevancia distinta.
Luciana Olivares, el cerebro detrás de esta exitosa y disruptiva manera de comunicar un tema tan delicado y tan incongruente con un certamen de belleza, aseguró a la cadena CNN que el objetivo era capitalizar la discusión sobre la belleza alrededor de su fuerza para transformar la percepción de las mujeres maniquís en activos movilizadores de cambio.
Algo sin duda importantísimo para la discusión sobre la violencia de género.