Siempre que me desplazo por la avenida 26 me atrapa tu gesto burlesque de Heriberto de La Calle y no puedo evitar dolerme de tu muerte infame, de las balas que segaron tu existencia aquella mañana fatídica del 13 de agosto de 1999.
“Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”. Jaime Garzón pic.twitter.com/WGDdRXlLBj
— CACEROLO - ART ✎ (@CaceroloArt) August 13, 2019
Iniciábamos labores en el desaparecido diario El Espacio, cuando recibimos la llamada del reportero de judiciales Jorge Éric Palacino Zamora: “¡Acaban de matar a Jaime Garzón!”, pronunció en seco.
Quedamos mudos, fríos, sin saber qué responder, como cuando te llaman para darte la noticia de la muerte de un ser querido. Palacino, al otro lado de la línea, seguía aportando datos del lugar donde se produjo el asesinato, de la camioneta que terminó estrellándose contra un poste, de los curiosos que empezaban a cercar la espantosa escena, de la estupefacción y el rechazo.
Jaime Hernando Garzón Forero seguirá siendo un ser querido en las entrañas de un país que gozó y reflexionó con su repentismo a toda prueba, con la creatividad de sus personajes variopintos extraídos de nuestra idiosincrasia, dotados de un humor cáustico, frentero y demoledor, cátedra sin par de humor político, por supuesto incómodo para el poder, el mismo que acabó con su pródiga existencia.
Si estuvieras vivo, Garzón, seguramente serías un sesentón coqueto, mamagallista, encantador, con la misma labia y el espíritu transgresor, propietario de un bar en La Macarena, rodeado de tu camada de amigos, disfrutando un scotch de mediodía, y entre gracejos y risotadas, reafirmando que este país sigue siendo una mierda, peor que hace dos décadas, en un mundo que se está cayendo a pedazos.
Salve, Jaime Garzón: tu memoria y tu sonrisa continuarán imborrables, imperecederas, y cada 13 de agosto, mientras Dios y la vida lo permitan, seguiremos conmemorando tu “adiós de carnaval”.