La vida tras la independencia

La vida tras la independencia

Al acercarse la conmemoración del bicentenario, este ciudadano se pregunta de qué se liberaron políticamente los hispanoamericanos

Por: Silvio E. Avendaño C.
mayo 29, 2019
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La vida tras la independencia

Cuando me hago la pregunta me encuentro con el hecho de que el continente americano era parte de la monarquía augustal española. En este punto mi inquietud se centra en el epíteto “augusto” y viene unido al “augusto sacramento del altar” la ceremonia religiosa. No se puede olvidar que las monarquías europeas se erigían en el eco de César Augusto (31 a.C-14 d.C) cuando el emperador se cubrió con el aura del poder religioso. También viene el recuerdo, de hace mucho tiempo cuando se cantaba en las iglesias el Tantum ergo (tan augusto sacramento) como parte del Pange linguan, compuesto por Tomás de Aquino, en 1264, por petición del papa.

A finales del siglo XVIII, el precepto “Deum timete; Regem honorificate” (Temed a Dios, honrad al Rey) se esgrimió frente al republicanismo de los jóvenes. Las autoridades españolas veían a la república como el fuego devorador de la subversión. Al establecerse la república quedó atrás la augusta monarquía española, dado que la revolución constituyó el acontecimiento político que puso directamente en contacto con el problema del origen.

En el Discurso de Angostura, el día de su instalación, el 15 de febrero de 1819. Simón Bolívar planteó el espíritu de la revolución al constituir una República Democrática. Esta forma de gobierno prescribe la monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios; erige los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de escribir. Un nuevo horizonte se abría.

En la monarquía augustal española el derecho divino establecía la legitimidad del gobierno del monarca. Montesquieu argumentaba que “todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por disposición de las cosas, el poder detenga el poder”. De ahí la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, para garantizar la libertad política y evitar los abusos, mediante el control recíproco de los poderes y su vigilancia.

En la forma de gobierno republicano, los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, constituyen lo elemental para evitar los abusos de poder. Sin embargo, en la vida independiente de las repúblicas ​hispanoamericanas hay la tendencia al autoritarismo, es decir, el ejercicio de la autoridad que impone la voluntad de quien ejerce el poder.

La historia hispanoamericana está caracterizada por recurrentes vaivenes entre regímenes autoritarios e intentos democratizadores. Así, crece la figura carismática que concentra el poder ejecutivo, debilita el poder legislativo y la rama judicial. El supremo busca acabar la oposición. Confunde los procesos electorales con la democracia, pues cuando se convoca a las urnas hay la atmósfera de fraude, verbi gratia, se compran los votos. Y luego del proceso electoral no se establece la democracia porque la educación se privatiza, la salud se convierte en negocio, el trabajo se flexibiliza, incluso se llega a justificar el trabajo por contratos de horas.

 

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