Leo en el diario El País de Madrid el artículo dedicado a la implicación del general Nicasio Martínez Espinel en los crímenes cometidos en 2004 por la Décima Brigada bajo su mando y la aparición en lista de las víctimas de los mismos de varias con el apellido Pushaima me trae el doloroso recuerdo los Pájaros de verano de Cristina Gallego y Ciro Guerra. Una película rara entre las raras que cuenta la trágica historia de los Pushaima y de la que la que podría ser un desolador epílogo su fatal encuentro con una patrulla del Ejército deseosa de satisfacer la cuota diaria de terroristas dados de baja exigida por las órdenes impartidas por sus oficiales. Claro que puede decirse que la película no es un documental sino una película de ficción y que por lo tanto resulta arbitrario presumir que los Pushaima que la protagonizan son de la misma familia o del mismo clan de los hombres que fueron asesinados o de las mujeres que fueron violadas por el Ejército en aquella fatídica fecha. Pero es tal la carga de realidad de los Pájaros de verano, son tan verosímiles los personajes y los acontecimientos que van marcando a fuego sus vidas y sobre todo es tan congruente su historia con la historia de las últimas décadas de La Guajira que no se puede menos que imaginar que los Pushaima del falso positivo y los del filme son de la misma estirpe. De hecho el último de los cinco actos en los que se divide la película se titula El limbo precisamente porque está dedicado al estado de desarraigo, desolación e impotencia en el que está sumido Rapayet Abuchaibe, el marido de Zaida Pushaima, que abandona a los Pushaima cuando comprende que la guerra que los va a enfrentar a muerte con una familia rival es tan inminente e inevitable como estéril porque no concluirá con la victoria de ninguna de las dos sino con la destrucción de ambas. Y qué duda cabe que ahora mismo hay muchos guajiros que como él sobreviven en la que fuera su tierra y ahora es de otros, desintegrada sin remedio la familia a la que pertenecían y que otorgaba un sentido a sus vidas. Y para quienes el disparo que pone fin a la vida de Rapayet podría resultar paradójicamente liberador.
Qué duda cabe que ahora mismo hay muchos guajiros
que como Rapayet Abuchaibe sobreviven en la que fuera su tierra
desintegrada sin remedio la familia a la que pertenecían y daba sentido a sus vidas
Pájaros de verano reconstruye el camino que ha desembocado en ese terrible trágico. Que se inicia cuando Rapayet, necesitado de dinero para pagar la cuantiosa dote que exigen los Pushaima para entregarle en matrimonio a Zaida, acepta la invitación de un amigo de enrolarse en el negocio por entonces naciente de la exportación ilegal de marihuana a los Estados Unidos. Lo que viene después de esta decisión crucial sigue un guion bien conocido de enriquecimiento súbito, consumismo desaforado, corrupción policial, disputas a muerte por territorios, asesinatos etcétera. Así como su inevitable secuela: la demolición de los fundamentos de la familia Pushaima que, como todas las del pueblo wayuu, eran la lealtad, el honor, el culto a los antepasados, la interpretación de los sueños, el respeto sagrado a la palabra dada, la solidaridad. Todo este admirable legado de siglos se va al traste y demuestra cuánto daño nos ha causado no el cultivo de la maría o de la coca sino de perversa y contraproducente “guerra contra el narcotráfico”.