La vida sin destino
Opinión

La vida sin destino

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diciembre 21, 2013
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En los espacios de arte de la recién inaugurada Casa Cano que busca promover las diversas expresiones culturales, en estos días se presenta la exposición de fotografías de Fernando Cano. Su escueto título: Pueblo.  Y trata de bellas fotos de los campesinos de Boyacá. Con excepción de una serie de trenzas, la muestra lleva la marca de la versatilidad y las limitaciones de la foto en blanco y negro como propuesta auténtica. Como lo hizo un fotógrafo mexicano de comienzos del siglo pasado, Álvarez Bravo, o como lo plasmó Flor Garduño. Siempre México tiene inédita su eterna búsqueda de la identidad.

En esta muestra, Fernando Cano retoma el naturalismo y el realismo de la orfandad campesina. Son retratos de piedra y polvo. O son lugares con referente social o histórico. Son seres sin tiempo, son miradas apagadas, son manos donde la piel se pega en el hueso, son campesinos y campesinos que no conocen el sentido de la palabra trascendencia. Se nace y se muere. Se vive sin esperanza que no va más allá de la irremediable cotidianidad.

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Como punto de apoyo, Fernando Cano tiene a la literatura de Juan Rulfo (1918-1986) y sus libros Llano en llamas,  Pedro Páramo y Luvina que son la resonancia la una poesía visual que Cano busca encontrarle a un rostro con el alma perdida, a una figura la sombra oculta, a una luz que muestra contrastes en las siluetas sin destino. También retrata las costumbres de una vida simple que no conoce el afán comercial sino que se viste y se comporta de una forma ancestral.

Como Rulfo, Cano busca en sus retratos las escuetas anécdotas y rumores del campo colombiano donde cohabitan sensaciones tan reales como intrascendentes. Bien retoma a Rulfo en el catálogo cuando en Pedro Páramo anota: “Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche son siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera el puro murmullo de la vida…”

En ese mismo tono, Cano se involucra con imágenes que hacen parte de la misma historia en Villa de Leyva. Geografía y lugar que le sirve de fondo para registrar el paso de campesinos solos, de su cotidiano triste que no conoce el mundo de las orillas.

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Los domingos, que es la celebración de la plaza de mercado, los encuentros, las miradas, las transacciones sociales o espirituales, Cano  va a Santa Sofía donde realizó las ocho fotos a  color de unas espaldas que hablan el mismo idioma del universo simple de una manera convencional  de agarrase el pelo que, se registra como una interesante composición vertical, y  unas genuinas combinaciones de ropa y tejido familiar que aparecen con interesantes texturas.

Otra vez en blanco y negro aparece un registro de manos femeninas registradas por detrás. Las manos son el retrato de convenciones y gestos como la prudencia, la paciencia o la timidez que se conjugan con una piel gastada por la vida de la tierra, con arrugas que parecen raíces, con la vida amarrada en el sol y la sombra.

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