Jim Amaral en su estudio. Foto: Diego Amaral
Desde ayer se inauguró una exposición exhaustiva de Jim Amaral. Todo sorprende. Todo continúa siendo un mundo Surrealista donde por la imaginación todo sucede. Desde el apocalipsis de las esculturas en bronce, el humor en los muebles insólitos hasta la sexualidad en los dibujos y, creo que por eso la exposición se titula: Etcétera… nada es suficiente. Tampoco se realiza en su sede del museo sino en un espacio muy interesante donde la mirada no se escapa por las enormes ventanales que dejan ver la presencia de un enorme paisaje de la ciudad en las torres Atrio. Uno queda atrapado en ese sin número de imágenes.
En la exposición las esculturas son su trabajo más representativo de seres de otros mundos, mutilados, heridos, transformados en murallas de sufrimiento. Caras sin rostros gritan mientras adentro de la boca que, sin lengua la reemplaza una rueda mecánica. Todo parece venir de un tiempo sin tiempo. La rueda tiene una simbología arcaica, el cuerpo es una armadura severa que resiste el peso inmóvil que carga toda una vida de argumentos, que pueden ser desde campanas hasta agresivos elementos que enmarcan la figura extraterrestre que, por lo general, tienen inscrito un abecedario que es un idioma que no tiene transcripción. Son letras aisladas y desordenadas que hacen parte, como muchos de sus rastros, de sus signos escultóricos.
Otro elemento que parece lúdico. Son ruidos que se producen una vez la mano del espectador se compromete a tocarlas. Las esculturas tienen sonidos metálicos que se comprometen con la propuesta. Esos “carros de fuego” permiten una intervención sonora sin que nadie salga herido. Acá lo prohibido más prohibido en el arte – no tocar- no existe como elemento contemporáneo; todo se puede. Esos carros de ruecas viejas cargan planetas, círculos invencibles realizados con materiales opacos que parecen, vienen de las cenizas.
Otro capítulo de su trabajo son los muebles. En esta etapa uno se divierte porque la imaginación lleva la risa surrealista de los objetos inútiles de una imaginación maravillosa. Esa época tuvo una visión muy particular de arte porque proponía muy tempranamente en el arte colombiano otra versión de la obra de arte.
En un viejo catálogo encontré una frase de Jaquues Lembrandt que lo describe bien: “Sin exuberancias, con un trabajo preciso, refinado, obstinando, una vida se nombra y se relata en un dialogo con nombre propio. Hay quienes sobre una tela tiran salvajemente, un gesto violento que les sirve para creer que viven. Amaral no hace parte de esos desesperados. El busca, a través de una larga meditación, renovar sus objetos y sus maneras, que se le escapen del espectro original, es decir, del espectro de la obra que se está efectuando. O más aún, que se presentan ante nosotros, y finalmente en nosotros, que somos el umbral.”
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