Ingresé a las Farc en 1987, y durante los treinta años siguientes permanecí en las montañas de Colombia. Salvo algunas brevísimas tareas cumplidas de vez en cuando en la ciudad, relacionadas con la elaboración de boletines para el Frente, todas en los primeros tiempos de mi militancia, nunca permanecí en zonas urbanas, ni en tareas ni en juergas.
A los veintiocho años de edad pasé por tanto de una vida de ejercicio de la abogacía y matrimonio feliz, a la de un guerrillero en la sierra que tenía que caminar de noche por entre la jungla, ascender cerros con pesadas cargas a la espalda, y cargar un pesado fusil para hacer frente a cualquier aparición del enemigo. Viéndolo bien, conté con suerte. Vivo para contarlo.
Alguna vez, hacia finales del año 88, fui detenido por la Policía, cuando ingresaba al Frente en compañía de cuatro camaradas más. Uno de ellos era Salvador, cuyo nombre de pila le escuché repetir muchas veces cada vez que lo interrogaban, Hernando Vanegas Tolosa. Soportamos la paliza y el simulacro de ejecución que se practicó con nosotros a la medianoche en una trocha.
Por aquella captura conocí a la Policía de Fundación y sus procedimientos. Hablé con el capitán, mirándolo fijo a los ojos. Soportamos las palizas que organizaba el teniente de la patrulla de contraguerrilla contra nosotros. Una de nuestras acompañantes era una mujer, Marleny, quien se salvó por casualidad de la captura y con quién después viví muchas cosas en la sierra.
Ese mundo de la Sierra Nevada y la lucha que vivimos, brotó recreado de mi interior muchos años después en diversos escritos. Una parte de ellos los recopilé en una docena de cuentos y un relato largo, al que pusimos por título La luna de forense y que salió publicado en el Caguán, en alguna editorial anónima. El relato era una novela corta, Los mensajeros del diablo.
Marleny se llama allí Rosaura, La misma Polita cuya muerte recreé en el relato que añadí ahora a La luna del forense, y que se titula La ventana del tiempo. La luna del forense por fin sale al público en la legalidad, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. La otra parte de mis experiencias en la Sierra Nevada está en la novela A Quemarropa que ve la luz también en esta Filbo.
Durante toda mi vida guerrillera traté diariamente con guerrilleros de carne y hueso, mujeres y hombres que permanecían allí en la espesura durante años y años, enfrentados al medio hostil y al enemigo que no daba tregua. A muchos los vi morir o conocí de su muerte, a otros los vi destrozados sus cuerpos por las heridas, los escuché reír, llorar, amar, cantar, triunfar.
Nada me fue contado, ni lo leí en revistas nacionales o internacionales, en medio de tertulias alcohólicas con revolucionarios de otros lares. Conocí personalmente y traté con Manuel Marulanda, Jacobo Arenas, Alfonso Cano, Raúl Reyes, Timoleón Jiménez, Iván Márquez, Efraín Guzmán y el Mono Jojoy, los hombres del clásico Secretariado Nacional de las Farc.
Nada me fue contado,
ni lo leí en revistas nacionales o internacionales,
en medio de tertulias alcohólicas con revolucionarios de otros lares
Puedo decir que conté con el honor de haber sido reconocido por todos ellos. Y no porque fuera en una visita de fin de semana a sus campamentos, ni porque alguno se mostrara amigable conmigo en una noche de fiesta. Estuve en muchas celebraciones guerrilleras, sí, pero en el fondo de la selva, durante años y años. No escribí poemas al Mono Jojoy, estaba junto a él cuando murió.
Sin haber sido nunca un gran combatiente, ni un gran caminante, ni el más fuerte para cargar peso, la suela de mis botas pisó enormes extensiones de tierra, desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta las fronteras del Putumayo y el río Orinoco. Siempre al lado de mis camaradas de filas, testigo de sus pesares y alegrías, compartiéndolo todo, hasta un mínimo pedazo de panela.
No me las doy de nada, ni exhibo ínfulas. Cuento lo que he vivido y pienso lo que me enseñaron esos grandes hombres que forjaron mi ideario revolucionario, en medio de la montaña y el combate. En las Farc siempre fue un deber la modestia. Es lo que trato de relatar en mis escritos. El más reciente de ellos se titula Algún día será… Otra novela que se lanzará en la Feria.
No puede retratarse la vida de las Farc en unos cuantos escritos. Solo pequeños chispazos, episodios que se conservan de aquel océano de historia, un poco como lo que se capta en el instante del relámpago fugaz en una noche de tormentas. Innumerables cosas quedan por contar, desagradables incluso muchas de ellas, ninguna virtud florece sin vicios en su entorno.
Las Farc un día me dotaron de un computador para que no escribiera más con lápiz en cuadernos cuadriculados. Toda mi lealtad a su memoria.