La vida instrucciones de uso
Opinión

La vida instrucciones de uso

Una novela en la que el francés George Perec aborda la complejidad de lo cotidiano y derriba las barreras que nos impiden inmiscuirnos en la vida íntima de los demás

Por:
septiembre 04, 2015
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“Vivir es pasar de un espacio a otro sin golpearse”

George Perec

Esta mañana, mientras veía las noticias, la ministra de Educación hacía alarde de su humanidad regalando camisetas a los niños de los albergues que, “tan humanamente”, el gobierno ha adecuado para recibir a quienes deportaron de Venezuela. La reportera que cubría la noticia insistía en que uno de los niños que la rodeaban se pusiera la camiseta nueva mientras lo acosaba con una sarta de estupideces. El niño tomó la camiseta y lentamente se retiró de la cámara sin decir nada hasta que se perdió entre un laberinto de carpas verdes mientras negaba con la cabeza. Grande. Transparente. La reportera se indignó, la ministra ni se enteró. Toda una lección de vida por televisión nacional. Tomo lo mío y me largo sin molestar a nadie. A veces creo que el consenso más importante de la sociedad moderna deviene de la forma en que nos movemos por el mundo. En que lo entendemos. Esa forma en la que un montón de personas que no se conocen pueden ir por la vida sin ser molestadas ni en el ascensor, ni en las escaleras, ni en la  calle, ni en un albergue perdido en cualquier frontera. Sin embargo, es evidente que cuando alguien decide caminar por la baranda del puente las cosas se salen de control. Que cuando alguien decide cruzarlos límites impuestos uno más grande le cae encima a coscorrones. Que cuando alguien decide caerse, levantarse, limpiarse el polvo y seguir como si nada; el rompecabezas tiembla y aquellos que tienen las fichas en la mano golpean la mesa y dan por terminado el juego.

La vida es un algoritmo indescifrable, un rompecabezas al que le faltan  piezas. Me gusta salir a la calle y dejarme llevar por cierto voyerismo malsano. Tratar de ver detrás de las paredes, encontrar lo que le hace falta a mi ridícula existencia en los cajones de mis vecinos. Imagine usted que puede realizar un corte transversal al edificio en el que vive, un corte que evidencie lo que ocurre entre las tres paredes restantes: vidas independientes que se interrelacionan en las escaleras, microcosmos detrás de cada pared, de cada partícula de grasa que habita en la cocina, universos escondidos en los baños compartidos. Vuelva a casa, usted que tiene una casa, y con esas piezas construya un libro, defina la arquitectura de la vida, haga lo que quiera. En La vida instrucciones de uso, el escritor francés George Perec logra derribar esas barreras que nos impiden inmiscuirnos en la vida íntima de los demás, de las cosas. Perec, considerado como uno de los escritores más arriesgados del siglo XX, logra cruzar las fronteras de la intimidad, para revelar la vida de los habitantes de un edificio parisino, un edificio imaginario en el que en cada uno de sus espacios se construye una historia.

Yelena Bryksenkova - El gato negro/ Imagen de Georges Perec. - La vida instrucciones de uso

Yelena Bryksenkova - El gato negro/ Imagen de Georges Perec.

En esta monumental novela que contiene novelas menores en su estructura; cada capítulo habla de un lugar específico del interior del edificio y de las personas que lo ocupan. Los personajes están cruzados por una línea temporal que nos lleva del pasado al presente, un procedimiento que revelará la relación del personaje con el edificio, cómo llegó a él y cuál ha sido su vida allí. Como historia central acompañaremos el proyecto de vida de un pintor que viaja por el mundo para pintar cuadros de los lugares que visita que serán pegados en placas de madera para ser cortados en piezas de rompecabezas que volverán a formar la imagen inicial para finalmente ser destruidos en el lugar en que fueron pintados.  De todo ello se deduce lo que, sin duda, constituye la verdad última del rompecabezas: a pesar de las apariencias, no se trata de un juego solitario: cada cosa que hace quien resuelve un rompecabezas ha sido hecho antes por el creador del mismo; cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por otro.Como en la vida. Cada línea, cada forma, de cada pieza están diseñadas para encajar en un espacio pensado para ello. Cuando los bordes de las piezas se afilan como latas de sardinas, las cosas parecen no acoplarse al ritmo que el mundo impone.

Vuelvo al televisor y la misma reportera sudorosa cuenta la historia de una pareja que llegó desde Valledupar a Cúcuta; el hombre y la mujer fingieron ser deportados por el gobierno venezolano porque pensaban que así les podían regalar una casa. Pienso en ese rompecabezas que somos como especie, en los dueños de esa nada que tanto nos obsesiona. En las fronteras que invadimos cada que decidimos evadir el mundo. Ese mismo mundo que como un edificio seccionado, nos deja ver los horrores de sus formas. Fronteras imaginarias que nos empobrecen mientras nos hacemos más duros. “Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse”, nos dice George Perec mientras recuerda a su madre deportada, muerta en una cámara de gas; pienso entonces en el niño que se pone su camiseta nueva y se pierde, sin golpearse, por los rincones del albergue a donde cada vez son más los unos y los otros que llegan a fundar un nuevo espacio, ese en el que nada es o parece ser más que lo evidente: la dura imagen de un país que no nos pertenece. Deseo salir a mirar las cosas nuevamente, pararme frente al edificio en el que vivo e imaginar lo que sucede aquí o allá. No desear ya nada. Esperar, hasta que ya no haya nada que esperar. Deambular, dormir. Dejarme llevar por las multitudes, por las calles. Seguir las cunetas, las rejas, el agua a lo largo de los caños de esta ciudad. Caminar por ahí, rozar las paredes. Perder el tiempo.  No seguir las instrucciones que la vida se empecina en meterme por los ojos. No salir a trotar nunca. Salir de todo proyecto, de toda impaciencia. Estar sin deseo, sin despecho, sin rebeldía. Regresar sin entender nada, desbaratar todo, destruir el laberinto, apagar el televisor, empezar de nuevo.

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