Cuando en junio del 2011 Andrés Parra terminó de grabar el último capítulo del Patrón del mal, agarró su peluca, su disfraz de mafioso, lo pisoteó y se fue a Tabio a encerrarse en una finca a mirar las montañas. Nadie sabe lo que significó para este actor encarnar a la maldad de Pablo Escobar durante tantas semanas, convivir con el personaje. Estaba hastiado. Algo parecido vivió Sofía Vergara al decidir dejar sus papeles amables, de latina seductora, dejar el cliché para sumergirse en un universo de maldad pura como fue con la serie de Griselda Blanco. Se puso en las manos del que es tal vez el mejor director de cine del país, Andy Baiz. No fue un reto fácil para ella. La carga emocional era demoledora.
¿Quién era Griselda Blanco?
Odiaba a los negros. Odiaba que le recordaran que había nacido en Cartagena, que era la hija de un poderoso hacendado que acostumbraba, como señor feudal, a acostarse con el servicio. Una de ellas se llamaba Ana Lucía Domínguez, su mamá. Cuando el hombre se enteró la echó a la calle sin siquiera darle una indemnización. Así que quien sería considerada la baronesa más despiadada del narcotráfico creció en Medellín, específicamente en el barrio Lovaina, lejos de las escuelas y cerca de las carteras de los hombres que su mamá le mandaba a robar. A los 12 años era una delincuente dura. A esa edad se convirtió en asesina. Como era la jefe de la banda convenció a sus compinches que secuestraran al hijo del dueño de un granero, un niño de nueve años. La familia no pagó los 15 millones de la época que pedían y ella misma tomó la pistola y apretó el gatillo. Con Griselda no se jugaba.
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Los capos querían que fuera su mujer. No la esperaron. A los 15 se casó por primera vez. Carlos Trujillo, falsificador, hablador y recursivo como un culebrero drogado con la coca. Con Trujillo tuvo tres hijos. Le perdonó diez mil mujeres. La cirrosis lo mató antes de cumplir cuarenta. Por él fue la primera vez que se puso el vestido negro con el que se asociaría durante tanto tiempo. Igual el luto sólo lo aguantó dos meses. Alberto Bravo, su amante, pasó a ser su pareja oficial con la muerte de Trujillo. Bravo fue su maestro en un arte en la que ella sería una de las más destacadas e ingeniosas: el envío de cocaína a Estados Unidos usando personas. Contrataba señoras mayores de setenta, inocentes abuelitas que pasaban con el cuerpo forrado en cocaína. Griselda no tenía límites ni escrúpulos. Una vez llenó el buque Gloria de coca y sin que ninguno de los muchachos de la armada lo supiera entraron a aguas norteamericanas repletos de coca.
Con Alberto la relación se rompió a balazos. Ella lo fue desplazando como la líder del cartel de la droga y en 1976 una discusión terminó a los balazos. Antes de que él la mandara al hospital con un balazo en el estómago ella le pegó dos tiros en la cabeza y lo mató. Tenía 22 años y ya contaba con dos esposos muertos. Era la viuda negra. Se fue a vivir con Darío Sepúlveda, un tipo que no tenía nada que ver con los gangsters colombianos, malencarados, iracundos, violentos. Vestía elegante, medía uno ochenta y era alto. Le gustaban las películas de Coppola. A ella también. Compraron un proyector de treinta y cinco milímetros, improvisaron en su casa una sala de cine y veían una y otra vez El Padrino I y la II. Era tanta la fiebre que a su hijo le pusieron Michael Corleone Sepúlveda. Querían que fuera el heredero, frío y calculador, de su dinastía.
Para imponerse en las peleadas calles de Miami debía pelear con Papo, poderoso pistolero que usaba de las artes mágicas para protegerse. Decían que pagaba miles de dólares a santeros cubanos para que velaran sus pasos. En 1980 Fidel Castro decide darles vía libre para que viajaran desde el puerto de Mariel hasta Miami 120 mil cubanos recibidos por el gobierno de Jimmy Carter. Este fue un problema social para Estados Unidos. En Miami los marielitos, nombre con el que se conocieron, estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para sobrevivir, incluido el crimen. El director de cine Bryan De Palma tomó la historia de uno de ellos, Tony Montana, para hacer su Caracortada. Griselda, cansada de hacerle atentados a Papo sin poder matarlo, contrató a dos Marielitos para que lo tomaran en el único lugar donde podía tener la guardia baja. El aeropuerto de Miami era un fortín inexpugnable y hasta allá llegó el poder de Griselda. Uno de los marielitos, convertido en Kamikaze, apuñaló a Papo trece veces en la garganta. La policía lo mató al instante.
Cuando Griselda tomaba y se metía sus pases de cocaína, alardeaba de sus decapitados, de sus torturas, de sus amantes y de sus joyas. Cargaba un anillo de rubíes que, según ella, había pertenecido a Evita Perón.. Darío Sepúlveda poco a poco se fue separando de esta historia de horror. Mientras estaba en Medellín su esposa contrató a dos sicarios que se disfrazaron de policía, montaron un retén falso, lo pusieron de rodillas y le dispararon en la cabeza. Todo delante de Michael Corleone. Su mamá se lo llevó de regreso a Miami y le prometió que buscaría a esos hijueputas que mataron a su papá.
Sin embargo desde abajo empiezan a emerger nuevos capos como quien fue su alumno, Pablo Escobar. En 1985 su cerco en Miami se estrecha hasta que la atrapan. La condenan a cadena perpetua pero sale en el año 2004. Se protegió con guardaespaldas y magia negra pero en el 2012, después de comprar tres kilos de costilla para un asado en su casa en Medellín, tres sicarios la mataron.
Entonces empezó una leyenda que se ha transformado en películas y ahora en una ambiciosa serie de Netflix que tendrá, además, el debut de Karol G, pero con Sofia Vergara en el papel estelar, un rol para el que seguramente firmó un millonaria contrato solo comparable con la apuesta al éxito que se propone la plataforma con esta serie porque si alguien la tiene clara cuando de negocios se trata es la Toti.
