En la galería, La Galería —y no es un pleonasmo— se presenta durante estos días la obra fotográfica de Edgar Guzmanruiz en Bogotá. Obra interesante porque indaga la vida presente con la luz del presente. Y complementa el ya viejo libro visionario de Italo Calvino sobre cuáles eran sus predicciones para el próximo milenio. No se equivocó en ninguna.
A Guzmanruiz le interesa la luz que irradia la tecnología, que usa para iluminar naturalezas muertas hasta las fotos de los seres humanos en comunicación.
Los teléfonos nos sirven de linterna hasta fax para no referirme a las aplicaciones que hacen referencia a lo que ya es necesario para respirar. Importan ya fotos para informar sobre el instante del acontecimiento. Ni hablar de las selfies donde viene la palabra de su exposición Narkizzos. Refiriéndose al Narciso que siempre estuvo enamorado de su imagen.
Ya las llamadas perdidas con mil excepciones o explicaciones no tienen lugar porque se tienen las mismas opciones de la computadora ambulante con todas sus aplicaciones.
Ahora, el espacio personal real solo existe por medio de comunicaciones. Es bien interesante cuando los artistas observan lo que para muchos es evidente porque también miran la ausencia de presencia o la ausencia. La no presencia no importa más, cuando la aparición de lo invisible es sinónimo de rapidez y oblicuidad.
La eficiencia tiene la dimensión más rápida desde que el mensaje llegue. Mientras que, palabra con ojos es parte de la demora de otros tiempos.
El control del tiempo, en todos los campos posibles e imposibles, desde los excéntricos hasta los profesionales, tiene cobertura. Ya a los niños les cambiaron una condición genética. Ellos nacen con el “chip” incorporado. Y, sin vuelta atrás; cambiaron los sentidos del espacio y del tiempo.
Es cómo creo que estamos comunicados. La caricatura de Garzón en el periódico El Tiempo del domingo pasado y su reacción ante la tecnología es otra anotación para hacer crítica de arte.