Podría decir que no es tampoco de Hollywood, pero es que me gusta la metáfora de las personas que salen bailando y cantando en las películas de Bollywood, como los personajes de Disney que cantan al final y son felices para siempre.
Pero, ¿qué es todos felices? Y, ¿qué es para siempre? No sé, pero de pronto ver tantas películas de Disney (y tanto Facebook) hace pensar fácilmente que todo era un camino hacia una meta y que bailaríamos felices para siempre cuando (LLENAR AQUÍ). Luego de esto, el resto de nuestros días sería algo así como que nuestro maravilloso esposo nos alzaría en brazos al llegar de nuestro increíble trabajo —obvio, somos una generación feminista y vamos a trabajar y a tener una carrera y eso nos parece en general normal e interesante— y nuestros tres adorables y perfectos hijos se unirían a este vals feliz bollywodense. O algún idilio semejante. Luego se bajaría el telón y tará. (Siéntanse libres de invertir los roles de género en este párrafo como quieran).
Pero, como nos han dicho mil veces no es/era era tan claro todavía, la vida es un viaje (no es Ithaca, sino el camino), no hay destino (o si hay, es indiferente). Que todo es más bien como una bufanda en la que una puntada se desprende y cuando uno cuadra esa, se desprende otra y así, no hay para siempre. (Yo no tejo, así que esa metáfora puede estar salida de control. Pero qué hacemos, así es la vida).
Y entonces nos estrellamos —a pesar del carpe diem, Hakuna Matata, Ithaca, ommm aquí y ahora— con la realidad: qué hacer de este maldingo e increíble viaje. Resulta que el novio perfecto se fue. O el puesto soñado fue una pesadilla, o lo que queríamos no nos tocó, o nos tocó y ya no lo queríamos y nosotros briegue, busque y agarre la foto del final feliz, del ya todo está listo (¡tenemos veintitantos, terror! “se acabó la vida”). Buscar la foto para una selfie y subirla a Facebook porque obviamente al mundo hay que mostrarle que, pase lo que pase, ella es cual serie gringa y solo nos falta el soundtrack.
Obvio, no es que no haya momentos felices, hay muchos. Los momentos selfie en realidad suelen ser divertidísimos. Y, también, muchas veces las mejores cosas no caben en fotos. Pero a veces, creo, nos preocupamos más por cuadrar la foto del final feliz que por el feliz de verdad. Vemos las fotos de todo el mundo pasando contento y se nos olvida que eso fijo estaba lleno de mosquitos, que x estaba borrachísimo e insoportable, que en verdad los de la foto no se conocen —pasa—, y queremos armar una foto así con nosotros. Creo que es fácil compararse demasiado —conscientemente o no— y eso puede ser una carrera agotadora.
Y qué pereza estar agotados a los veintitantos, con tantas cosas ricas e interesantes que hay allá afuera. Mejor entrar en toda esa onda mindfulness, om, carpe diem y Hakuna Matata —no me estoy burlando, yo hago Yoga y lo amo—, y concentrarnos en estar bien hoy, sin perjuicio de la foto. En buscar algo que nos gusta, en salir con el/la niño/a que no es fotogénico, concentrarnos en que qué importa (del dicho al hecho, les diré…). Las mejores fotos, dicen, se quedan en la cabeza. Pero mejor confiar, de pronto, que a pesar de que todo no va a estar bien (porque, seamos realistas, podría ser aburridísimo), nosotros vamos a estar bien. Claro, esto no implica que no vayamos a ser responsables y trabajar (y salir de la casa eventualmente) y todo eso, solo que con calma.
Las excelentes noticias son, además, que la vida no es una película pero tampoco es un reality. No hay casa estudio, ni cámara en el techo, ni cara a cara y amenaza por convivencia (por dramática y obsesiva, Beatriz). A nadie que importe le importa, en realidad, qué ponemos en Facebook.
Entonces, ¿para qué ese final feliz con telón y tará, para mostrárselo a quién? Así que para este año que empieza ya (porque los años son mediciones aleatorias, así que no frieguen) vamos (voy)a desacelerar. Respirar profundo, y en vez de esperar ese final bailando y cantado, más bien bailar y cantar en el camino: en la ducha, en la cocina y en el carro, con la música a todo volumen.
(Y no, no estoy en crisis existencial, ni he pasado los últimos 23 años en una carrera contra el destino. Como toda foto, esta es solo una columna y muestra solo un pedacito —ínfimo— de lo que retrata. Les dejo para otras, otros...).