Hay que parar esta barbarie de asesinatos. Para ello, Colombia tiene que apropiarse del lema “la vida es sagrada”: la vida de todos vale por igual.
La única posibilidad de que Colombia construya su unidad es que lo haga en la diversidad. No en la tolerancia a la diferencia sino en su celebración. En Colombia no se ha entendido el mandato de “la vida es sagrada”: hay vidas que valen menos, o no valen.
Las recientes semanas, posteriores a las primeras elecciones celebradas sin asesinatos, sin quema de puestos de votación, sin la alternativa de proyectos políticos armados, han mostrado las más preocupantes muestras de irrespeto por la vida.
Un paramilitar que llama a una docente y la conmina a abandonar la región. El clímax del absurdo: en la terrible llamada, quien se reconoce como asesino, le exige modales y decencia a la posible víctima (“grosera, para ser una educadora es una persona que no sabe hablar” ) para redondear el mensaje: “se tiene que ir de esta región o la asesino”.
Una usuaria de la red social Twitter, que parece una mujer joven, ante información sobre asesinatos en una comuna: “La verdad, no me choca que estén haciendo limpieza social”, mensaje que tuvo rechazos y también corazoncitos de apoyo. Si tal forma de pensar forma parte de la cultura prevalente, imaginemos, en unos años, qué le costará a un adolescente de las comunas que haya presenciado campañas de limpieza social, apretar un gatillo.
En la misma tónica, el asesinato de Ana María Cortés, quien trabajó en la campaña de Petro en Cáceres, Antioquia, y la muy diligente acotación del ministro de Defensa y luego de la Fiscalía, en el sentido de sus probables vínculos con el clan del golfo. ¿Así si se justifica su asesinato? ¿Hay buenos muertos y malos muertos? Sin referirnos a las explicaciones asociadas a líos de faldas y otros enredos para negar sistematicidad en la cadena de crímenes contra dirigentes populares sea en el magisterio, en los procesos de restitución de tierras, erradicación de cultivos ilícitos, consulta previa, minerÍa ilegal, para nombrar algunos ámbitos en los que se les persigue. Las autoridades, en vez de concentrar sus esfuerzos en publicar información no validada sobre las víctimas, debería enfocarse en capturar a los culpables y someterlos a la ley.
La tortura y el asesinato de siete personas en Argelia, cuya gravedad se atenúa porque, supuestamente, son agentes del narco y, quizás, ex - Farc.
La gravedad de estos exabruptos consiste en que son alentados por quienes dan el ejemplo. El lenguaje de los líderes da la pauta. Si los jefes alientan la violencia, la amenaza a la profesora del sur de Bolívar y a tantos otros está permitida moralmente.
Hace menos de tres meses, un testigo en el caso de la presunta manipulación de testigos contra el congresista Iván Cepeda, mereció un trino de parte del expresidente Uribe: “Areiza era un bandido. Murió en su ley. Areiza es un buen muerto”. Aún perpetradores de crímenes, señor expresidente, deben ser juzgados por la ley y no asesinados. La línea de los muertos buenos jamás garantizará los derechos de las víctimas.
Están matando líderes sociales a granel, por centenares, en todo el país. Las amenazas de grupos de limpieza social, de las Águilas Negras y otros, se están cumpliendo. De allí la protesta social del pasado viernes dentro y fuera del país, en la Velatón.
Interpretación de una connotada congresista: al presidente Duque
“tenemos que defenderlo de aquellos que quieren bloquear su gobierno,
sin haber iniciado, con marchas y desde ya haciéndose las víctimas”
La interpretación de una connotada congresista no atiende a la gravedad de la muerte de los líderes sociales. Para ella, “son consecuencia del gobierno Santos…”. Más aún, al presidente Duque “tenemos que defenderlo de aquellos que quieren bloquear su gobierno, sin haber iniciado, con marchas y desde ya haciéndose las víctimas.”
A los colombianos nos va a tomar generaciones la reconciliación. Prevalece la cultura de los muertos malos y buenos. Castigo merecen los victimarios de quienes son considerados cercanos nuestros e indiferencia los crímenes de “los del otro lado”.
de “La vida es sagrada” que Antanas Mockus acuñó hace más de dos décadas no ha sido apropiado por la sociedad. Sólo hasta que nos horrorice cualquier asesinato, venga de donde venga, y lo sancionemos legal y culturalmente, habremos dado un paso adelante hacia la paz verdadera.
