Dejamos atrás la cordillera y sobrevolamos el litoral. Una acuarela partida a la mitad entre el azul del mar y el verde de la selva tropical. Enseguida, abrazada por el océano, aparece la perla. La tierra de los legendarios Carnavales del Fuego. Una figura atiborrada de techos, calles angostas y muelles afilados que emergen del cuerpo del municipio como una dentadura irregular.
Eso es lo que vemos desde el cielo. Una imagen plana. Tan plana como el imaginario que han construido las noticias y los prejuicios alrededor del nombre de Tumaco.
Pero en este caso, una imagen no vale más que mil palabras. En este caso, necesitamos de esas mil palabras (o cien, o dos mil, o un millón) para poder superar la imagen plana. Por ello, nos adentramos en los barrios y los manglares para rescatar los testimonios y las historias de vida de quienes no habían sido llamados, hasta ahora, a formar parte de la narrativa.
Después de quince días de entrevistas y grabaciones, sentados de nuevo en Bogotá frente al material recopilado, comprendemos algo adicional: En este caso, las mil palabras tampoco valen más que la imagen. En este caso, al igual que tantos otros donde hemos sido testigos del abismo que separa los imaginarios de la realidad, es tan indispensable oír la voz del territorio como hacer un zoom hasta su interior.
Precisamente, en esta línea adelantan un proyecto el Museo de la Memoria de Tumaco y la Fundación Chasquis, cuyas cámaras 360 se internaron durante dos semanas en la cotidianidad de este municipio nariñense ubicado en la frontera con Ecuador. Otro lugar de nuestro país del que a veces sentimos tan ajenas sus problemáticas, pero en cuyas gentes no es difícil descubrirnos a nosotros mismos una vez nos acercamos lo suficiente.
Desde las casas, desde las calles, los mangles, las canoas de madera y las impetuosas aguas del suroccidente colombiano, el siguiente es un bocado digital en 360 grados de la otra cara de la ‘Perla del Pacífico’:
‘Mama Siete’
Mi nombre es Rosa Armenia Cortés. Soy casada. Tengo siete hijos y una hija. Tengo 75 años y vivo aquí en Robles. Yo aprendí de mi abuela y de mi madre a ser partera. Cuando nací, yo fui prematura. Me contaron que ese mismo día dijeron que yo iba a dar vida. Por eso estoy dando vida. Yo he sacado 363 niños. También he atendido partos de animales. Mi apodo era ‘Sietemesina’ pero ahora es la ‘Mama Siete’ y mi nombre ha quedado en todas partes. Unos me pagaban poquita plata por mi trabajo; otros nada. Pero igual para mí era una dicha, porque a mí lo que me importa es dar vida. Porque para eso nací. Yo he sacado médicos, sargentos, policías… y gracias al señor tengo mi alcaldesa; a ella la sacó mi persona.
José Alfredo, el conchero
Mi nombre es José Alfredo Huila Quiñones. Desde el año 2000 estoy radicado acá en Tumaco. He dedicado mi vida al turismo, a la agricultura y a la pesca. Ahora soy conchero. Me dedico a lo que es la captura de la concha. Nosotros acá le llamamos producto Piangua. Con mi pareja vamos a conchar juntos pero todo lo que hacemos es un solo dinero. A mí donde me llaman y me dicen “tráigame tantos kilos”, yo le cumplo al que hace su pedido. Aquí en Tumaco es más apetecido el macho que la hembra, porque el macho lo reciben en las pesqueras o los restaurantes para hacer ceviches o cazuelas de mariscos. La hembra se va más de exportación porque es más resistente y aguanta más tiempo sin dañarse. Yo antes me iba a conchar y sacaba hasta 400 o 500 conchas y me venía feliz con todo eso. Ahora de lo sobreexplotado que está aquí, no me saco 150.
María Isabel y el arte entre la basura
Mi nombre es María Isabel Dájome Banguera. Soy auxiliar de enfermería. Estoy en la asociación de reciclaje Fénix. Acá hago de todito. Desde la recolección de material hasta la transformación del mismo. Fénix nace en 2016 al ver tanta basura en las calles y los manglares. Los pescadores se quejaban de que a veces en lugar de un pez, cogían era una botella. Entonces empezamos a hacer materas, solo para los hogares. Vimos que era algo que podía aportar y generar ingresos y decidimos hacer la asociación. Ahora somos entre 20 y 30 mujeres. Luego miramos que en los colegios era necesario reciclar y empezamos a hacer trajes con los estudiantes. También sensibilizamos a los turistas y a la gente de los kioscos en las playas. Ellos también se motivaron y empezaron a reciclar. Donde otros ven basura, nosotros lo que vemos es arte. Y eso se lo enseñamos a los niños para que el día de mañana tengan una fuente de empleo en vez de ponerse a empuñar un arma.