A veces se mueven silenciosamente en medio de las húmedas selvas del Vichada, en otras ocasiones corren a través de las planicies del Meta en medio de una lluvia de balas enemigas, aquellos con más suerte, y habilidad pueden escuchar el zumbar de los proyectiles pasar a su alrededor sin herirlos, los más desafortunados caen atravesados por el plomo, es entonces cuando de entre las tinieblas que comienzan a rodear al agonizante soldado, surge una mano fuerte, segura y aguerrida, que le impide decir adiós a este mundo, un Hipócrates contemporáneo dispuesto a salvar vidas, esta es una crónica acerca de los héroes detrás de los héroes, los enfermeros de guerra.
A simple vista, un estratega podría comparar la guerra con una partida de ajedrez, un juego que enfrenta a dos bandos diferenciados por su tipo de color, el blanco y el negro, su objetivo es derrocar al rey oponente, y en su camino acabar con el mayor número de fichas rivales posible. Sin embargo, para una bala, todos tienen el mismo color, el color de la sangre, el color de la tierra del Vichada, arenosa y roja, para una bala que viaja a una velocidad que oscila entre los trescientos y mil doscientos metros por segundo no hay distinción, su único fin es surcar el aire hasta encontrar un lugar en el cual abrir un orificio en medio de un breve espectáculo de vísceras y sangre que florecen del certero impacto.
Sin embargo, para Edwin Cañón, especialista en trauma y enfermero de combate, la guerra no es como el ajedrez, la guerra es un juego de niños, como jugar al gato y al ratón, los unos se buscan a los otros en medio de la selva con un único fin.
Cañón es un ratón de biblioteca, una persona curiosa y siempre ávida de conocimiento, una característica que lo diferenció de muchos otros y que lo llevo a inclinarse a la enfermería, razón por la cual hoy se encuentra en el dispensario del Batallón de Sanidad, a pesar de eso años antes, él era un soldado como cualquier otro, ingresó a prestar el servicio militar obligatorio en el Huila, donde se desempeñó como radio operador, donde era conocido según el léxico militar, como “El chispas”, es decir el encargado de la parte de comunicaciones, y coordinación por radio.
Su primer acercamiento con la medicina tuvo lugar tras un entrenamiento en el que una onda explosiva perforó su tímpano, Cañón se dirigió al dispensario donde recibió el tratamiento adecuado, comenzó a interactuar con los doctores y los enfermeros del lugar y tras un mes de constantes visitas al dispensario, el gusto por la enfermería había nacido.
Tras prestar su servicio militar, ingresó a la escuela de soldados profesionales en Bogotá, para luego partir al Batallón Efraín Rojas Acevedo, en Puerto Carreño, Vichada, por lo pronto, el seguía siendo “El chispas”, además de colaborar en diferentes labores, pronto se encontró construyendo un dispensario en medio de la selva, junto al cabo enfermero del pelotón de aquel entonces, antes de partir, el cabo le regaló a Cañón un libro de recuerdo, un libro de primeros auxilios que se convirtió en su biblia, “Siempre me gustó leer mucho entonces me enfoqué en el libro, era muy básico, muy bacano, era tan pequeño y tan organizado que yo me volví empíricamente un enfermero”.
En el ejército es usual tanto cambiar de pelotón como intercambiar labores, así como “El chispas” es el encargado de las comunicaciones, “El ranchero” es el encargado de la cocina, aquel día en un nuevo pelotón era el turno de cocinar para Edwin Cañón, quién sentado sobre un tronco sostenía un libro con una mano mientras con la otra sostenía una cuchara, batiendo los fríjoles que se cocían en el interior de una olla, un mayor lo vio y se le acercó.
- Usted ¿Qué está haciendo?
- Leyendo este libro, mi mayor – Le respondió Cañón mientras le contaba su interés en la medicina
- ¿Y a usted le gusta eso? – le interrogó el superior incrédulo
- Si mi mayor, me gusta ocupar mi tiempo en lago productivo
“Porque cuando tu estás en el monte, en los momentos que tienes de ocio, en lo único que tú estás piensas es en la guerra y en poder sobrevivir a ella, yo que hacía para distraerme, pues me leía mi libro” Con el paso del tiempo, la biblioteca portátil del soldado Edwin Cañón creció, de su manual de primeros auxilios, pasó a un atlas del cuerpo humano, y luego a un vademécum, en los momentos de congregación, solo hablaba de eso “¿Usted sabe cuántos huesos tiene el cuerpo? ¿Usted sabe cuál es el órgano más importante del cuerpo humano?” le preguntaba a sus compañeros.
Aquel mismo mayor que meses antes había preguntado al soldado acerca de su interés por la lectura, regresaría un 23 de diciembre a llevarles a sus compañeros la cena de navidad, a la mañana siguiente, el superior se acercó al soldado y le dijo “Cañón, Usted se va a hacer curso de enfermería” el enfermero recuerda con emoción aquel instante mientras emula con sus manos el elevar de un helicóptero, “la vida desde ese punto me estaba cambiando, algo que yo mismo me había buscado consciente o inconscientemente”.
El batallón necesitaba capacitar a los soldados, hacer un primer filtro a través de los enfermeros de combate, antes de que la gente llegará muerta al recién inaugurado Hospital de Oriente, en Homio, Villavicencio, por esa razón, Cañón fue elegido junto a cada uno de los enfermeros de combate de las contraguerrillas de aquella zona para comenzar su formación.
Sus clases comenzaron a principios de enero, Cañón cargaba con su antiguo libro de primeros auxilios, ese que lo había llevado hasta donde estaba ahora, estudiaba día y noche en medio de entrenamientos rigurosos, quizá superado en práctica por sus compañeros, pero en teoría sabía que les llevaba la delantera, cambió su léxico militar por el léxico médico, se formó y se convirtió en un enfermero de combate.
Durante aquella época, febrero del 2001, el ejército había puesto en marcha la operación Gato Negro, cuyo objetivo era capturar al jefe guerrillero Tomás Medina Caracas, alias “Negro Acacio”, quien era el encargado de manejar la exportación de droga y la importación de armas en los departamentos de Vichada y Guainía, para el desarrollo de tal operación se necesitaba un numeroso despliegue de hombres, llegado el momento, los servicios de los recién graduados del curso de enfermería al que pertenecía Cañón, fueron solicitados.
Cañón se había graduado entre los tres mejores enfermeros de su curso, lo que lo había hecho merecedor de otro curso para especializarse en traumas, lo que incluye amputaciones, extracción de huesos y protección de infecciones, ahora, con estos nuevos conocimientos, el enfermero se había unido a una compañía motorizada que realizaba operaciones en la sabana de los departamentos de Vichada, Guaviare, Guainía y Vaupés, regiones en las que la guerrilla era muy fuerte.
Se decía que el “Negro Acacio” quería apoderarse de uno de esos carros blindados que manejaba la contraguerrilla de Cañón, eran constantes las provocaciones de la guerrilla que les enviaban mensajes a la compañía del ejército para que salieran a combatir.
El enfrentamiento fue inevitable, un día, mientras las Hammer blindadas recorrían a toda velocidad la planicie, la guerrilla abrió fuego, uno de los carros se volcó, ahí empezó la tragedia, un soldado murió en el acto, mucha gente del mismo impacto, sufrió fracturas de pie y de brazo, conscientes de que tenían que seguir en movimiento o de lo contrario si se quedaban quietos, morirían.
Cañón, que no se encontraba entre el grupo que estaba bajo ataque fue informado de la situación y procedió a actuar con los pocos recursos que tenía en ese instante “Uno va corriendo acercándose al lugar del accidente, pensando pude haber sido yo, ¿qué les pasó? ¿Quién fue?” recuerda el enfermero.
“Llegamos y se prendió esa balacera, yo me fui directamente a atender a la gente, son tantos recuerdos, la sensación de entrar al combate, el soldado que murió delante mío diciéndome “Cañón, marica no me deje morir”, el tipo tenía hemotórax, es decir que ya le había entrado sangre al pulmón”. El enfermero trató de hacer el procedimiento de abrir el espacio intercostal, y por fin pudo respirar, sin embargo no sobrevivió, luego se dirigió a otro con el hueso salido, y otro que quedó con la pierna atrapada bajo el Hammer y al que tuvieron que liberar abriendo un hueco debajo del vehículo.
“El estar agitado e intentar calmarse y que la mano tiemble, ser enfermero de combate implica servir, a la hora que tu entras a un procedimiento, la presión cardiaca aumenta verte tú ahí a punto de amputar una extremidad, el paciente está llevado y tú también, pero uno no puede verse así, ellos que aún gritan ¡mi pierna, mi pierna!, porque aún la sienten, a pesar de que la pierna en realidad se encuentra colgada en un árbol, con bota y todo, esa fue mi prueba de fuego, porque no tuve que atender solo un paciente, fueron doce, ya después uno se ríe recordando con los sobrevivientes aquel día”.
“A mí me saco del monte ser un excelente enfermero, porque fui uno de los mejores” afirma Cañón orgulloso.
Es en ese momento en que el enérgico Cañón se torna serio, “Las cosas hay que saberlas hacer, es por eso que la camaradería es algo muy importante en el trabajo de nosotros, debemos ser unidos, funcionar como una garra, se debe ser una hermandad, hoy puedo estar hablando con un amigo y con un compañero, pero en el transcurso de una hora ,yo lo puedo encontrar tirado en el piso con un impacto de bala y es entonces cuando debo elegir, mi amigo y el que no es amigo, o de pronto mi amigo o la persona con la que no me llevo bien, por eso debe existir el trabajo en equipo.
Hoy en día, se están salvando muchas más vidas debido a la labor de los soldados profesionales enfermeros de combate, que son los primeros en actuar en esta guerra, una guerra que hace mucho tiempo perdió el rumbo, una guerra difícil en la que hay muchas cosas que no se ven como son, una guerra sucia en la cual la guerrilla le echa materia fecal a las granadas, puntillas, pedazos de vidrio, latas oxidadas, cualquier cosa que pueda infectar una herida, un nivel de ocurrencia bajo, pero constante “¿Cuál es la satisfacción del fútbol?, los goles, cierto, en la guerra, nuestra satisfacción son los muertos” sentencia el enfermero.