Popeye se prepara para batir record de audiencia con su historia. No la del sicario de Pablo Escobar, con 300 muertos por sus propias manos y 3000 por órdenes suyas, que atrae perversamente, por su horror. La serie que protagonizará Juan Pablo Urrego, desde este miércoles 8 de febrero, es su vida en la cárcel. Tampoco ahí los barrotes doblegaron su alevosía, la misma que mantiene hoy en libertad cuando en vez de insultos le piden autógrafos y selfies cuando entra, arrogante, al exclusivo centro comercial El Tesoro en El Poblado de Medellín.
Lo que escribieron los guionistas Gerardo Pinzón y Jhonny Ortiz en los 60 capítulos son los 21 años de prisión que soportó John Jairo Velásquez Vásquez en cinco cárceles diferentes pasando de Combita a 3 grados en la noche a los 42 de Valledupar. . –“Lo peor que le puede pasar a un preso mi hermano”-
En una tarde de julio de 1992 Popeye toma la decisión que le salvó la vida: abandonar El patrón y huir de la caleta que compartían desde que abandonaron juntos La Catedral. El servicio secreto israelita, la DEA, el Bloque de búsqueda y los Pepes cerraban el cerco cuando el gatillero de Pablo asume su propio destino.
Prefirió la cárcel. Lo acompañaron en su entrega a la Fiscalía Roberto Escobar y alias Otto. Estaba ya en La Modelo de Bogotá, cuando escuchó la peor noticia de su vida: había caído El Patrón. Era el 2 de diciembre de 1993. Sin Escobar, el temido por todos, las cosas serían distintas. Se le vino a la cabeza la catarata de enemigos que lo cercaban: los hermanos Castaño, el cartel de Cali, otros narcotraficantes como Leonidas Vargas o simples delincuentes más malos que él. Pudo ver esa tarde al narco del Norte del Valle Iván Urdinonla celebrar la muerte de Escobar. Popeye entendió ese día que no tenía salvación distinta a volverse amigo de sus peores enemigos.
Urdinola mandaba en La Modelo. Controlada el trago, los televisores, las mujeres. Los colchones de espuma y las almohadas de plumas abundaban. Allí no valía el poder de la calle. La elegancia de un Santiago Medina, el tesorero de la campaña de Ernesto Samper, quien pagaba 64 meses de cárcel por los dineros del Cartel de Cali que habían entrado a la campaña presidencial liberal, no representaba nada entre la tosquedad de la prisión. Era un hombre atemorizado quien veía en Popeye un potencial defensor de su vida por la que se sabía estaban dispuestos a pagar una millonada por silenciar al principal testigo del Proceso 8000. Después de una semana Popeye tenía la fórmula para defenderse: proteger a Santiago Medina para quien La Modelo era un infierno que lo ponía a gritar como un demente en las noches cuando la claustrofobia lo poseía. Popeye, armado, intentaba tranquilizarlo. Medina despilfarraba promesas a sabiendas que no se cumplirían porque el poder que tuvo entonces entre las filas Samperistas no solo se había esfumado sino que se había devuelto contra él, convertido en el chivo expiatorio para salvar al Presidente. Lo único que pudo hacer Santiago Medina por Popeye fue facilitarle su mansión estilo francés junto al parque del Virrey de Bogota a su esposa Angela María Morales para celebrar su cumpleaños. La misma casa donde se tejió el aporte de los narcotraficantes del cartel de Cali a la campaña de Ernesto Samper y donde su tesorero moriría tres años después cuando salió de La Modelo a completar su pena.
Popeye era un hombre respetado en la cárcel. Tenía a su lado a Osuna, un sicario que se encontró en la cárcel y a quien convirtió en su guardespaldas. Le proveía cigarrillos y la marihuana diaria, a cambio de una protección que le aseguraba su supervivencia.
Allí conoció a Jaime Garzón. Conversó con el 19 de agosto de 1999, un día antes de ser asesinado. Había ido a la Picota a contactar al paramilitar Ángel Gaitán Mahecha para intentar detener la orden de asesinarlo de Carlos Castaño, que sabía estaba en camino. La gestión no resultó por la dificultad de comunicación con los cuarteles de las AUC en el nudo de Paramillo. Antes de dejar la cárcel, el humorista le propuso a Popeye que le diera una entrevista a su personaje Heriberto De la Calle.
Las guerras ente paramilitares y guerrilleros, la estrechez de la celda o la abstinencia sexual no lo amedrentaron como si lo hicieron los quince traslados que sufrió en sus 21 años de prisión que le significaban pasar de los 9 nueve grados de La Modelo en Bogotá a los 42 grados a la sombra en la Cárcel de Máxima Seguridad de Valledupar sin colchones cómodos, ni trago, ni agua, entre inodoros tapados mal olientes y moscas verdes, hinchadas, que se mezclaban entre la comida rancia. Le tranquilizaba ver por la rendijas de su celda a las bandadas de loros verdes volando camino de la Sierra Nevada de Santa Marta. Su traslado a Cómbita le alivió sus últimos años en prisión.
Su vida después de la muerte del patrón, los años de prisión, lo visto y lo vivido, es la trama de la serie de Alias J.J. que estrena, en medio de la polémica, Caracol. Popeye recibió un buen cheque por el contenido, del que no habla porque las cifras no lo asombran. En este momento le llueven ofertas; protagoniza documentales rusos, en julio se estrena Ex sicario, la película sobre su vida y Netflix pondrá en su plataforma Alias J.J. Popeye está en lo suyo: si antes llamaba la atención por ser el sicario de Pablo Escobar con más muertos encima ahora lo hace como un youtuber cincuentón con 40 mil seguidores o ver su vida interpretada por actores como Juan Pablo Urrego, batiendo muy seguramente el rating en el prime time de la televisión nacional.