El golpe más duro que recibió Fernando Botero Zea en los meses que estuvo preso no fue el escarnio público sino el rechazo, la sanción moral que recibió de su padre. El famoso pintor recibió en 1994 no soportó ver a su primogénito en el centro del mayor escándalo político que estuvo a punto de tumbar al Presidente Ernesto Samper, por cuenta de la financiación de su campaña por parte del Cartel de Cali. Su hijo había sido el gerente y se desempeñaba como Ministro de defensa. Cortó cualquier forma de comunicación con él.
El 14 de febrero de 1998, cuarenta y ocho horas después de haber sido puesto en libertad, Fernando Botero Zea tomó un avión rumbo París. Los últimos treinta meses de su vida los había pasado en la Escuela de Caballería del ejército en Bogotá, pagando una condena por haber sido encontrado culpable de ser el puente con el que el Cartel de Cali en la entrega de USD 6 millones a la campaña, definitivos para el triunfo electoral de Ernesto Samper en 1991. En el avión Botero estaba muy lejos de sentirse feliz. Su gran proyecto de vida, el de ser presidente de Colombia, había volado en mil pedazos.
Fernando Botero habla sin resquemores. Considera sin duda que el único don que tuvo desde que era un niño era para hacer política. Y había hecho el curso completo: título a los 19 años en el Instituto de Estudios Políticos de París, dos maestrías, una en administración de negocios y otra en finanzas públicas en Harvard. Viceministro de gobierno a los treinta años durante la presidencia de Virgilio Barco, senador por el partido liberal a los 34 años y a los 38 Ministro de defensa en el gobierno de Ernesto Samper.
Pocas personas en el país han estado tan predeterminados a las cosas grandes como el hijo mayor del pintor Fernando Botero y la gestora, mecenas y coleccionista de arte Gloria Zea. Nació en México en 1956 con dos nombres, el de German por su abuelo y Fernando ´por su papá. A los cuatros años, cuando a su abuelo, el líder liberal Germán Zea Hernández, lo nombró Alberto Lleras Camargo, embajador de la ONU, se fue a vivir a Nueva York con su mamá, ya separada del pintor. Alllí vivió hasta los 17. De la capital del mundo se fue a la Ciudad Luz, donde su papá ya empezaba a ser una estrella. A los 19 regresó a Colombia y entró a la Universidad de los Andes a estudiar Ciencias políticas. Reencontró sus raíces.
Cuando aterrizó en el aeropuerto Charles de Gaulle esa fría mañana parisina, el espíritu le cabía en uno de los bolsillos de su gabán. Se quedó en el apartamento de la familia en Saint Germain des prés. En ese momento no tenía a quien llamar. Su papá, el pintor universal, estaba destruido con el escándalo del proceso 8000. No quería ni escuchar de su nombre. Su novia, Maria Inés Londoño, había entrado en crisis por la situación. Su único consuelo era su mamá. Desesperado, en el día más frío de febrero, Botero decidió subir la torre Eiffel y quedarse ahí para pensar todo lo que había ocurrido.
La tribulación era tan profunda que duró ocho horas pensando en la cima de la torre. Las manos le temblaban. Veinticuatro años después Fernando recuerda que Paris se veía como una inmensa mesa blanca. Como una película los últimos sucesos pasaban frente a sus ojos y lo atormentaban. Se sentía traicionado por Samper –su amigo-, un chivo expiatorio, junto a Santiago Medina, tesorero de la campaña, , los únicos que habían pagado cárcel por los dineros de los Rodriguez Orejuela en la campaña. Debía aceptar que políticamente, estaba liquidado. Lo mejor era olvidarse de eso. Luego tenía que recomponer su relación con su papá. Irascible, era un hueso duro de roer. Era la segunda vez que un hijo le rompía el corazón.
Fernando recuerda las vacaciones de semana santa de 1972. Viajaban en un carro por las afueras de Madrid con su papá, su segunda esposa Cecilia Zambrano, su hermana Lina y su pequeño hermano Pedro cuando el conductor perdió el control. Pedro murió en el accidente y su papá tuvo un daño grave en su mano que ha podido acabar con su carrera. El maestro Botero nunca fue el mismo. Fernando lo vio destruido y esa imagen nunca la ha olvidado.
La recordó ese dia en Paris, temblando de frio. Sabía que no tenía otra salida: llamar a su papá, pedirle perdón, olvidarse de la política, dedicarse a las finanzas y casarse con Maria Inés Londoño, quien se convertiría en su segunda esposa.
Más de dos décadas después para Fernando ese 14 de febrero marcó su vida. Renació. Se radicó en México donde el 2002 creó el grupo editoral Estilo, algo que él mismo es enfático en decir que es el peor negocio que a alguien se le puede ocurrir. Las revistas no dan plata pero dos emprendimientos si lo llevarían a buen puerto.
El primero fue el de Bodybrite, una marca de cuidados estéticos que ya tiene 26 puntos en Colombia y que ha expandido a 80 sucursales en la que él considera su segunda casa, China. Cuando lo inauguraron en Bogotá lo hicieron con todas las de la ley. Para la apertura se hizo una fiesta en el hotel Victoria Regia de Bogotá.
Bastante trabajo le costó convencer a su papá de que tenía que llevar su obra a China. En el 2014 creó la empresa Botero in-China, que se abrió con una super exposición en el China art museum de Shangai. Asistieron colombianos como Andrés Pastrana y su esposa Norah Puyana, la embajadora de Colombia en China, Carmenza Jaramillo, el artista Oscar Murillo además de gente con peso internacional en el mundo del arte, directores de casas de subastas en China, altos mandos políticos de Shanghái, del partido comunista y el Ministerio de Cultura y Liu Bolin.
Siete años después la empresa se convirtió en un éxito. Las exposiciones de Botero han reunido a 1.5 millones de personas, se celebraron 200 conferencias y la muestra se extendió a otros países de Asia como Singapur, Hong Kong y Taiwan, además de otros países de medio oriente como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Catar, Jordania, Israel y Kuwait. La mitad del año la pasa en México, la otra en China, su segunda casa. Afirma que ya tiene 200 palabras en ese idioma y que no se vara en un restaurante en Shangai.
Como si fuera poco entre tanto cambio, Fernando Botero que se convirtió en atleta de alto rendimiento, hasta participar incluso en el 2014 incluso en el triatón del Valle del Bravo. A su gusto por los deportes de alto riesgo se le atravesó un devastador COVID que casi se lo lleva en el 2021. El virus lo contrajo en Europa y cuando llegó a México entró a cuidados intensivos con 60% de los pulmones contaminados donde lo atendió un médico a quien nunca conoció personalmente. De manera sorprendente, con sus 65 años encima, salió de UCI y regresó a su casa a los diez días.
Pero los cambios que empezaron aquella fría tarde en Paris no han parado. Se le midió a algo que parecía impensable: escribir una novela que publicará próximamente con la que se reivindicará con la vocación familiar de los Boteros de artistas y creadores.