En aquel entonces yo era un estudiante de derecho, provinciano y apasionado por la política. Hoy en día soy casi abogado, aún provinciano pero cada vez más bogotano y casi que completamente alejado de la política. Me ofrecí como voluntario para recoger firmas de la consulta anticorrupción y por cosas de la vida terminé colaborando en la campaña de Angélica al Senado. La última vez que la vi me regañó por intentar colarme a la fiesta de cumpleaños de Claudia. En mi defensa, no lo hice por voluntad propia, sino porque un amigo me invitó y dijo que podía ir. A pesar de ello, este corto espacio solo lo utilizaré para contar cuando Angélica Lozano me hizo sentir una persona importante.
Ya la había visto recoger firmas al sol y al agua, con un carisma arrollador y una paciencia inagotable para atender la infinidad de quejas y agravios de los ciudadanos. Ya la había observado en sus maratónicas jornadas de la campaña y el corre-corre en la oficina. Sin embargo, nunca había compartido un momento con ella, pues si bien yo estaba ahí porque creía en la causa y me gustaba la política, nunca pude acercarme a ella a venderme (políticamente hablando) como sí lo hacían un montón de jóvenes con aspiraciones y ganas de surgir como líderes. No obstante, un día me encomendaron el trabajo de ir al apartamento de Angélica a grabar un vídeo y lo que surgió de allí es algo que cuento con orgullo en reuniones con amigos y familiares.
Llegué a la casa de Angélica junto a otro muchacho de mi edad, también voluntario en la campaña. Entramos, la saludamos y nos dijo que tendríamos que esperar, pues primero atendería una entrevista de Univisión. Pasó la entrevista, grabamos nuestro vídeo y pensamos que la cosa acabaría allí, pero Angélica nos preguntó si ya habíamos almorzado. Le dijimos que no y de inmediato revisó en las ollas de su cocina si había algo para almorzar. Al ver que no había algo presentable para darnos, nos dijo que fuéramos a un restaurante cerca, que ella invitaba.
Salimos del apartamento y en las dos cuadras hasta el restaurante íbamos sorteando a transeúntes que querían tomarse un espacio para felicitarla por su trabajo o para hablar con ella. Emocionado al ver tanto afecto y apoyo, pensaba que estas eran las elecciones donde por fin las castas políticas tradicionales y corruptas, perderían. Yo caminaba entre contento y ansioso.
Llegamos al restaurante, nos sentamos y pedimos almuerzo. Aquí empezamos a hablar con Angélica del panorama político. Yo intenté darle mis lecturas más elaboradas sobre las elecciones y sobre lo que había que hacer para ganar. Me sorprendió que Lozano me tratara con total respeto intelectual, pues me daba sus opiniones sinceras, auténticas y no apelaba a esos lugares comunes a los que suelen tratar de ir los políticos cuando hablan con ciudadanos del común. Fue una charla completamente franca, donde Angélica me dio sus perspectivas sinceras sobre actores políticos e incluso me confesó cuestiones que vi como secretos ajenos al ciudadano de a pie.
Angélica no pudo terminar de almorzar, pues tenía que atender una reunión muy importante; así nos lo expresó. De esa manera, cuando pensé que mi experiencia había acabado, Lozano nos invitó a la reunión. Nosotros, dos jóvenes supremamente nerviosos y emocionados, sin saber qué era lo que nos esperaba o exactamente de qué trataba la reunión, dijimos que sí.
Llegamos al último piso de un edificio y entramos a una planta de oficinas que parecían las de Google. Se veían muchos jóvenes medio hipsters trabajando en medio de colores extravagantes, sillones pufs y computadores de alta gama. Movimiento para aquí y para allá. Se veía como si estuvieran haciendo cosas importantes. Sinceramente, yo aún no lo podía creer ni sabía dónde estaba; mis nervios eran latentes.
Entramos a una sala de juntas grande, con más o menos ocho personas esperándonos. Yo estaba muy nervioso y no sabía dónde mirar, pero Angélica nos presentó y todos nos saludaron de manera amable. Lozano nos indicó que nos sentáramos uno a cada lado de ella; yo me senté a su derecha. Todo en medio de una jovialidad iluminadora, bromeaba ante las personas importantes de al frente, que nosotros éramos sus asesores personales. Me sentí respaldado y el resto lo afronté con mucha confianza.
A los minutos llegó Juanita Goebertus, fórmula de Angélica para esas elecciones y empezó la reunión. Lo que vi no me parece prudente decirlo, eso lo reservo para las reuniones con mis amigos y familiares, pero sí puedo decir que se trataron temas muy importantes y necesarios para consolidar una campaña política a nivel nacional, aprendí muchísimas cosas al respecto. Angélica me dio esa oportunidad cuando Bogotá todavía me causaba ansiedad y no estaba seguro de mis capacidades.
Se acabó la reunión, Angélica se despidió con frases amorosas y yo me fui para mi casa, muy feliz y atesorando la experiencia. No volví a trabajar con ella, pues me dediqué a otras cosas alejadas de la política, pero en absoluto desentendidas del país. Más allá, siempre me quedó ese gran carácter humano de ella, que junto a su trabajo político correcto y honesto, me hacen sentir respeto y admiración. Los que me conocen, saben que no me caso con políticos y que fanático de ninguno soy; menos un propagandista. Pero ahora que la opinión pública y algunos sectores políticos pretenden acribillarla por su madrazo y su decisión de postergar su voto afirmativo a la eliminación de los gastos de representación, es importante contar que un día ella trató con respeto personal e intelectual a un estudiante insignificante para cualquier otro político y le invitó a participar de una reunión importante, que le enseñó muchísimo y en la cual no tenía por qué estar.