La versión de ‘Cien años de soledad’ que se convirtió en la historia oficial

La versión de ‘Cien años de soledad’ que se convirtió en la historia oficial

Gabriel García Márquez recreó los hechos en la novela y su relato reconstruyó el pasado, poniendo a tambalear la historia oficial

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diciembre 09, 2017
La versión de ‘Cien años de soledad’ que se convirtió en la historia oficial

Este ensayo, titulado originalmente La necedad en Cien años de soledad muestra el espíritu de rebeldía que llevaba toda la familia Buendía, protagonista de la novela de Gabriel García Márquez. Existe una necesidad de saber con precisión qué fue lo que sucedió en el pasado y muchas veces la única versión que se enseña es la que nos cuentan los libros de historia, pero casi nunca la literatura es tomada en cuenta. Sin embargo, García Márquez logró recrear en su novela un hecho histórico que terminó por convertirse en la historia oficial. Aunque aún falta mucho por contar, pocos se atreverían a contradecir la versión del Nobel de literatura.

La necedad en Cien años de soledad

Da la impresión de que estos techos de argamasa y polillas fueran a caer sobre nosotros, precisamente en ese instante, como si se tratara de visitantes de otros tiempos que llegaran demasiado tarde a esperar la llegada del tren.

Nelson Romero Guzmán

Quien pretende acercarse a lo inefable sabe que la respuesta está más allá de la razón. La necedad, entendida como el aferramiento a las propias ideas, flota en el límite con la locura y la ignorancia, y, sin embargo, también es el hálito necesario para enfrentarse a la realidad y dar cuenta de otro orden posible. La estirpe de los Buendía está marcada por esta necedad que los llevará a concebir las más grandes empresas en nombre del conocimiento o la justicia; empresas tantas veces impulsadas por los seres humanos.

El primero que encarna esta idea es José Arcadio Buendía. Encerrado en un cuarto que construyó en la parte trasera de la casa, y abandonando toda responsabilidad doméstica, se hundió por completo en las fascinaciones del universo:

 

Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento:

—La tierra es redonda como una naranja (p. 13)[1].

 

Después de su sentencia, Úrsula tildó al patriarca de loco: «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo […] Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano» (p. 13). Sin embargo, José Arcadio Buendía, por pura especulación —como diría más tarde Melquíades— había hecho un descubrimiento totalmente revolucionario, solo que con algunos siglos de retraso. No podríamos acusarlo de loco, pues fue en la vigilia y la imaginación —propias del héroe, humanista o científico— en las que logró llegar a una verdad, una forma de explicar la realidad compleja en la que habita. Esta misma necedad fue la que heredaron los Buendía, y a través de las diferentes generaciones es posible dar cuenta de eso. En este caso concreto, José Arcadio Buendía comenzaría a descubrir el mundo, pero su descendencia construiría la historia.

Desde el coronel Aureliano Buendía hasta Aureliano Babilonia, la necedad llevó a los Buendía a hacer y deshacer en un círculo que se iba estrechando y, como diría Pilar Ternera, en un eje que se fue desgastando. Sin embargo, uno de los Buendía se confinó en su pensamiento y en la necedad de su conciencia mantuvo la memoria en un momento donde todo se iba olvidando. José Arcadio Segundo, testigo de la masacre de las bananeras y uno de los pocos sobrevivientes, se negó a olvidar los 200 vagones del ferrocarril con los 3408 muertos arrojados al mar. Su necedad lo llevó a encerrarse en el cuarto de Melquíades, a conversar con él y buscar la manera de descifrar los pergaminos —tarea que no le correspondía—, pero entre lo uno y lo otro siempre le repitió a Macondo que fueron «todos los que estaban en la estación […] Tres mil cuatrocientos ocho» (p. 382). A pesar de sus esfuerzos, nadie le creyó:

 

José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.

—Debían ser como tres mil —murmuró.

—¿Qué?

—Los muertos —aclaró él—. Debían ser todos los que estaban en la estación.

La mujer lo midió con una mirada de lástima. «Aquí no ha habido muertos» (p. 350).

 

Luego de la masacre comenzó a llover y no escampó durante los cuatro años siguientes. El diluvio condenó la masacre al olvido, la lluvia marcó el silencio que se debía guardar alrededor del tema. El gobierno se pronunció y la mentira, tantas veces repetida, se volvió verdad. Pero José Arcadio Segundo, encerrado en el cuarto sólo repitió: «Eran más de tres mil. Ahora estoy seguro que eran todos los que estaban en la estación» (p. 356).

A José Arcadio Segundo también lo consideraron un loco, pero en realidad «era en aquel tiempo el habitante más lúcido de la casa» (p. 396). La obstinación, la terquedad y el empecinamiento en sus ideas no dejaron que la memoria se esfumara y Aureliano Babilonia heredó y recreó en su relato, contradiciendo la verdad oficial, con un fulminante testimonio, lo sucedido aquella noche: «[…] el niño describió con detalles precisos y convincentes cómo el ejército ametralló a más de tres mil trabajadores acorralados en la estación, y cómo cargaron los cadáveres en un tren de doscientos vagones y los arrojaron al mar» (p. 395 y 396).

La memoria perduró en Aureliano Babilonia, y su necedad, a pesar del tiempo, dio respuesta a una voz que todavía preguntaba por lo sucedido muchos años después. Al contestar un teléfono que repicaba y repicaba en una de las casas de la antigua ciudad de la compañía bananera, declaró que «sí, que la huelga había terminado, que los tres mil muertos habían sido echados al mar, que la compañía bananera se había ido, y que Macondo estaba por fin en paz hacía muchos años» (p. 435). Al final, esa era la respuesta que tanto se estaba buscando, pues fue una persona fuera del pueblo, de habla inglesa, la que todavía tenía conciencia de un pasado cercano, pero enterrado en la lluvia y el silencio.

Macondo quedó destinado al destierro de la historia, sin embargo, Los Buendía mantuvieron la memoria girando en su eje y la necedad los impulsó a dar cuenta que las posibilidades no son únicas, ni tampoco de un solo orden. En la historia quedó la versión oficial, y en la memoria el relato de una vida:

«—Acuérdate siempre que eran más de tres mil y que los echaron al mar».

 

[1] Las citas provienen de la edición conmemorativa. García Márquez, G. (2007), Cien años de soledad, edición conmemorativa. Bogotá: Real Academia de la Lengua Española.

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