Después de combatir a punta de medicina alternativa un agresivo cáncer de páncreas, Steve Jobs murió en el 2011. Tenía 56 años y había convertido en realidad un viejo sueño propio de la ciencia ficción: que cada persona pudiera tener un computador personal en la casa, o meter una infinidad de canciones en su teléfono celular. Al lado de su socio, Steve Wozniak, en un garaje en Cupertino, California, rompieron la historia de la humanidad en dos, dando una de las revoluciones tecnológicas que aún hoy sigue impactando. Al momento de morir su esposa, Laurene Powell, recibió enteramente la fortuna acumulada por el magnate de la tecnología, 19 mil millones de dólares.
En ese momento Jobs dejó tres hijos, una era Lisa Brennan-Jobs, la que tuvo con Chrisann Brennan, después de una relación problemática. Los biógrafos de Jobs han coincidido que en esta relación el genio demostró su peor faceta, su lado más despiadado ya que negó durante años la paternidad de su hija, incluso la condenó durante mucho tiempo a una vida oscura, de bajo perfil, en casas estrechas pasándole una mensualidad miserable. Jobs siempre fue un hombre de personalidad compleja y los que lo rodearon tuvieron que padecerlo. Sus parejas sobre todo.
Powell tuvo tres hijos con él, se trata de Eve, Reed y Enen. Bueno, si ellos estaban haciendo cuentas de poder disfrutar de la fortuna. Es que Powell siente verdadera vergüenza de que desde que es viuda aparezca en las listas de las mujeres más ricas del mundo. Su idea es disfrutar -a sus 55 años- de su fortuna en vida. Ha invertido miles de millones en franquicias como Disney -recuerden que Jobs fue uno de los creadores de Pixar y parte de sus algortimos están eternizados en los movimientos de los personajes de Toy Story- y casi todo a Powell se le ha ido en miles de millones de dólares entregadas a organizaciones benéficas. Además ha apoyado publicaciones independientes como el The Atlantic, un medio de comunicación de California, podcast feministas o patrocinios a los equipos de NBA como el Washington Wizards.
A Powell eso de acumular plata en un mundo tan desigual sencillamente no le va. Eso compartía con su esposo quien afirmó en más de una ocasión que la fortuna era un medio y no un fin para ser trascendental. Las asociaciones benéficas que ella apoya son la Emerson Collective que busca que la humanidad entera pueda acceder a los beneficios como la salud, la educación, la vivienda.
Lo único que busca Powell es poder redistribuir mejor su riqueza, algo que todos los ricos del mundo deberían empezar a hacer desde ya.