Un día cualquier Cravis, después de estar más de veinte años en la casa de los Garzón Forero, se fue sin decir una palabra. No se llevó su ropa, ni papeles. Se fue con lo que tenía puesto. La buscaron durante cada resquicio del barrio San Diego del centro de Bogotá. La esperaron durante meses, pero nunca la volvieron a ver. El dolor todavía lo recuerdan los que sobrevivieron a Jaime.
Nadie supo dónde había nacido ni cuántos años tenía. Al principio, cuando Ana Daisy Forero Portella, la mamá de Jaime Garzón, la encontró en una iglesia del occidente bogotano, desprotegida, hablando incoherencias y con un evidente síndrome de Down que la hacía comportarse de ocho años a pesar de tener 25, le empezaron a decir María. Doña Ana Daisy la llevó a la casa y entre ambas, a mediados de los años sesenta, ayudaron a levantar una familia compuesta de cuatro hermanos y en donde siempre, el más cansón y el más inteligente, fue Jaime. Y además fue el preferido de Cravis. Tal y como aparece en la novela Cravis le dio todo su amor al joven quien nunca la olvidó.
Le decían María pero, cuando le preguntaban el hombre, la mujer decía “Cravis, yo me llamo Cravis”. Fue la ayuda en la que se apoyó Doña Ana Daisy cuando murió, a los 39 años, su esposo, Félix María Garzón Cubillos. Cuando los hijos eran adolescentes, como si estuviera esperando ese momento, Cravis salió con lo que tenía puesto y nunca más apareció.
Solo una vez la vieron, diez años después de su desaparición. La familia iba en un carro y Cravis estaba a unas cuantas cuadras de la casa de San Diego. La siguieron, pero se les perdió. Nunca supieron si se trataba de la verdadera Cravis o de su alma vagando después de la muerte.
El personaje de Cravis ha calado hondo entre los seguidores de la serie Garzón Vive. Parte de el éxito lo tiene la interpretación de Diana Belmonte, una bogotana que debuta en la televisión después de una carrera de 8 años en teatro. Gracias al buen ojo de Sergio Cabrera se quedó con un casting que disputaron más de 60 actrices. Cuando se enteró de que había obtenido el papel convenció a su compañero de universidad, Ronnie Zabaleta, a que la llevara al instituto de niños con síndrome de Down donde él trabaja los fines de semana. Belmonte absorbió los comportamientos de los niños y se los fue dando a sus personajes. Por eso Cravis, en la novela, le gusta abrazar o los muñecos. La construcción duró apenas un mes, pero consiguió la que parece ser la mejor actuación del año, la que arrasará con todos los premios.