La verdadera razón por la que el gobierno Petro no da pie con bola

La verdadera razón por la que el gobierno Petro no da pie con bola

Se debate entre espíritu reformador y alma revolucionaria; sus funcionarios, entre promesas e improvisación, mientras la oposición dispara pero no enfoca un blanco

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septiembre 03, 2022
La verdadera razón por la que el gobierno Petro no da pie con bola
Foto: Archivo

El dilema intrínseco del gobierno de Gustavo Petro radica en lo que vive íntimamente el revolucionario, en la contradicción entre el idealismo y el materialismo, entre los sueños y la realidad.

Es el drama shakesperiano del ser o no ser, de vibrar con el romanticismo que deriva en enfermedad infantil del izquierdismo, descrita por el propio Lenin, o de aplicar el pragmatismo maquiavélico en que la política es el arte de ganar o de tener éxito. Es la disyuntiva weberiana entre ser político de vocación o de oficio, la dicotomía entre vivir para la política o vivir de la política.

Por esta razón resulta difícil ser petrista para los que no lo han sido. Pero aún más difícil es ser antipetrista incluso para los que siempre han sido. Y por esto la oposición ideológica se ve hoy en calzas prietas. No logra percibir claramente lo que significa la izquierda de Petro. Nadie hoy puede ignorar que Petro quiere cambios, pero nadie puede decir, y es probable que ni siquiera él mismo, qué clase de cambios quiere y hasta dónde llegará su espíritu transformador.

Por la misma razón la oposición política por decreto hoy es como un salto al vacío, porque no se sabe realmente a qué se va a oponer y más bien corre el riesgo, en una decisión a priori, de quedarse con el pecado y sin el género. Es claro que Petro para ganar tuvo que aplicar la máxima de que la política es el arte de sumar y que, aunque sea o sienta que es de los que vive para la política, tuvo que rodearse, así no quisiera, de aquellos que viven de la política.

Y de esa amalgama lo que se espera no es precisamente que emerja la política por vocación ni mucho menos la política por solidaridad, que sería la lectura de lo que planteaba Max Weber en su dialéctica entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

En ese sentido, hace carrera hoy la idea de que el problema ya no es Petro sino los petristas, que no son sus ideas sino las ilusiones que generó en los suyos. La contradicción radica entre lo que piensa y lo que prometió o sugirió promeseramente, entre lo que quería y lo que puede. Aquí surge otra discordancia que deviene en confrontación entre los petristas de siempre y los advenedizos.

Y no se sabe quiénes son peores, si los de viejo cuño o los recién enpetrecidos, los que sienten que las deudas históricas y ancestrales son con ellos particularmente o los que viven de la política y optaron por arrimarse al árbol ganador para seguir con sus prácticas tradicionales.

Ya muchos no perciben a Petro como el “enfant” terrible que los llevó incluso a sumarse a ese medio país que estaba dispuesto a jugar a la ruleta rusa con el ingeniero Rodolfo Hernández, del que nadie sabía lo que representaba pero que les parecía ser un dique contra el petrismo y por ende contra el Socialismo del Siglo XXI, que era lo que más les asustaba. Sin embargo, hoy tanto cercanos como lejanos viven en la total incertidumbre y bailan entre el optimismo moderado y el temor agónico.

Ya son más pocos los que temen a las réplicas chavistas del famoso “exprópiese” o de nacionalizar la banca y la empresa, que de una u otra manera dejaron a Venezuela en la ruina económica y social, pero son muy pocos los que ven la luz al final de túnel porque este reformismo se debate entre los mensajes subliminales y los palos de ciego en temas en los que no se sabe si prima la idea de torcer la barra para lograr cambios radicales y sostenibles o torcerle el pescuezo a la ley para lograr golpes de opinión o cumplir una agenda ideológica.

Sus nombramientos no dan total claridad porque no se detecta bien si responden a propósitos reformadores o a ideas revolucionarias y mientras unos se tranquilizan porque vislumbran un capitalismo social y una perspectiva socialdemócrata, otros sienten pasos de Socialismo del Siglo XXI y proyecciones comunistoides.

En materia comunicacional le ha hecho falta al gobierno de Petro un “Aló Presidente” para que disipe claramente a los colombianos sus temores, sus confusiones y aún sus malas interpretaciones respecto de lo que busca táctica y estratégicamente. Hoy se respira angustia e intranquilidad. Y la incertidumbre es caótica pero no siempre en el sentido interesante que proponen los pensadores que defienden la teoría del caos. En el terreno económico genera pánico e inseguridad jurídica.

En el terreno político produce miedo, pesimismo y desazón. Y eso quiérase o no se refleja en el comportamiento del dólar y en la tendencia al dolor de muchos que vienen pensando definitivamente en alistar maletas.

Y aunque las incertidumbres desde el punto de vista del conocimiento son una apuesta creadora del pensamiento complejo, que propone enfrentarlas como un acto de libertad y una conquista de la inteligencia que intenta deshacerse de las certezas y de la ilusión de predecir el destino humano, en un mundo de confusiones inducidas y de polarizaciones indebidas es necesario intentar medidas que den tranquilidad y convoquen la solidaridad de los electores y de quienes se debaten entre la fe y la duda.

Pero sobre todo generar una visión entre los pesimistas para que puedan medir lo probable y lo revisable, para que las dudas no exacerben el escepticismo ni generen reacciones inadecuadas. Para evitar lo que dice Luis Guillermo Vélez en su columna en La República, que estamos en un paro y no nos hemos dado cuenta. “Un paro que por silente no deja de ser menos estruendoso. Es el paro del sector productivo del país que desde hace una quincena ha frenado en seco cualquier nueva inversión o proyecto”, dice.

Por esa razón las políticas que planea implementar el gobierno Petro no pueden ser juzgadas a la ligera, pero mucho menos pueden ser lanzadas a la ligera. La necesaria improvisación que conlleva la decisión de impulsar justas medidas no puede dejar de lado la sabiduría popular cuando dice que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, que significa para los técnicos que los buenos propósitos deben tener polo a tierra so pena de terminar generando el efecto bumerán.

Esa es la Ecología de la Acción que descubre Edgar Morin y que nos trae a la mente a Eurípides al decir que “Los dioses nos dan muchas sorpresas: lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta”. Y razón tiene Juan Manuel Acevedo en su columna de El Tiempo: “peor que un sistema tributario imperfecto es la huida de unos cuantos o la parálisis de otros que, como bola de nieve, puede tener un efecto multiplicador muy peligroso. Es la famosa profecía autocumplida: regamos tanto el cuento de que las cosas van mal y que nos toca salir corriendo, que terminamos condenándonos precipitadamente cuando de lo que se trata es de salir adelante trabajando en equipo”.

 

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