Si ha existido un verdadero payaso asesino a través de la historia, ese es John Wayne Gacy, un carismático y contradictorio norteamericano que nació el 17 de marzo de 1942, en los suburbios de la ciudad de Chicago, en una familia de inmigrantes europeos que se habían establecido en la cuidad debido a la gran cantidad de trabajo que ofrecían las industrias que abundaban en sus alrededores.
Desde sus primeros años, John tuvo que enfrentarse al maltrato de su padre que lo golpeaba en público con un cinturón de cuero cada vez que cometía un error, al tiempo que le gritaba “mujercita”, “estúpido” y “niño de mamá”.
Para empeorar las cosas, John fue abusado sexualmente por un amigo de la familia en 1951, y no tuvo ningún tipo de acompañamiento psicológico ya que guardó silencio frente al hecho.
Dos años después sufrió un fuerte accidente en el que se golpeó el cráneo, por lo que se le formó un coágulo de sangre que pasó desapercibido hasta que cumplió 16 años, cuando comenzó a sufrir de ataques parecidos a los de la epilepsia.
Lejos de ayudarlo, su padre empezó a acusarlo de fingir su enfermedad para no ir al colegio y provocar lástima, por lo que lo golpeaba mientras se encontraba inconsciente, hasta que lo llevó donde un médico que le recetó diversos medicamentos que lograron disolver el coágulo.
Al igual que su salud, la vida académica de Gacy fue errática y desastrosa, pues asistió a cuatro colegios diferentes en donde sus maestros sospechaban que sufría de algún tipo de problema de aprendizaje, y nunca se graduó. Esto afectó sus posibilidades de conseguir empleo, por lo que su padre lo echó de su casa al cumplir los 20 años, y le entregó un pasaje de bus con destino a Las Vegas. Allí trabajó en una funeraria durante tres meses, en los que se obsesionó con observar los cadáveres que tenía que custodiar.
Desesperado porque no había podido entablar amistad con nadie y le hacía falta estar cerca de su madre y sus hermanas, retornó a Chicago, en donde realizó algunos estudios en el Northwestern Business College, a pesar de no haberse graduado de la secundaria.
Al poco tiempo consiguió empleo en la fábrica de Zapatos Nunn-Bush, y se mudó a Springfield, Illinois, en donde conoció a Marlynn Myers, con quien se casó en septiembre de 1964. Estabilizó su vida y se volvió muy activo en su trabajo, por lo que logró ascender rápidamente y ocupar el puesto de supervisor en 1965.
Sin embargo, su vida privada era un infierno, tenía grandes conflictos con su pareja, pues sufría graves problemas sexuales y rara vez conseguía una erección, a pesar de lo cual engendró a su única hija biológica. Luego se mudó a Waterloo, Iowa, en donde la familia de su esposa era dueña de un restaurante de la cadena Kentucky Fried Chicken, en el cual se desempeñó como gerente.
En ese momento empezó a sentir atracción por los adolescentes que se dedicaban a freír pollo, y a pesar de que negaba su homosexualidad, compraba gran cantidad de material pornográfico gay, e intentaba chantajear a los chicos más pobres del establecimiento para que le practicaran sexo oral.
Fue así como invitó a un adolecente llamado Edward Lynch a jugar billar en su casa y le propuso que el perdedor le practicara una felación al otro, propuesta a la que el chico se negó, razón por la cual, lo atacó con un cuchillo que afortunadamente logró esquivar. Enseguida, Gacy le pidió perdón, le rogó que no le contara a nadie acerca de lo sucedido y le regaló una película porno.
Este tipo de ataques muestran el patrón criminal que construiría con el tiempo, pues sus víctimas siempre fueron adolescentes a los que llevaba engañados hasta su casa para cumplir sus fantasías. Jóvenes como Donald Vorhees de 15 años, a quien invitó a su casa para ver películas pornográficas, luego de lo cual le ofreció dinero para que lo masturbara, acción que el chico realizó en varias oportunidades.
Durante este tiempo, Gacy descubrió que tenía una gran capacidad de persuasión, y los miembros más prestigiosos de la comunidad lo consideraban un ciudadano modelo, por lo que se inscribió en la Cámara de Comercio, presentándose como candidato a la presidencia de la entidad, algo que, a la postre, sería su perdición.
Por una increíble casualidad, uno de los miembros de la junta de la Cámara era el padre de Donald Vorhees, quien le preguntó a su hijo qué pensaba de Gacy, a lo que este respondió contándole lo sucedido en su casa. John fue denunciado ante la Policía, y expulsado de la agremiación que lo declaró persona no grata en el pueblo.
De repente, la vida de Gacy se derrumbaba. Fue conducido a la cárcel luego de ser condenado a diez años por abuso de menores, su esposa lo abandonó y sus suegros le quitaron su trabajo, anunciándole que nunca más lo ayudarían.
Pero en poco tiempo logró adaptarse a su vida como prisionero, ocupó el puesto de cocinero y persuadió a los demás presos para que lo nombraran su representante. Fue durante esta época que mejoró sus habilidades sociales al convertirse en uno de los jefes de la prisión, sin necesidad de recurrir a la fuerza física o la violencia.
Luego de pasados dieciséis meses tras las rejas, su padre falleció, suceso que aprovechó para solicitarle a la corte que le otorgara el beneficio de libertad provisional, lo que le fue concedido por su buen comportamiento. Gacy regresó a casa de su madre en donde fundó su propia empresa dedicada a la construcción llamada PDM Contracting (Pintura, Decoración y Mantenimiento).
En 1971 compró una casa en un sector conocido como West Summerdale Avenue, considerado uno de los vecindarios más seguros de Chicago. Allí se reencontró con Carole Croff, una antigua compañera del colegio que había tenido dos hijas producto de un matrimonio difícil, con la que se fue a vivir, aparentando ser un esposo caritativo y bondadoso.
Con el fin de aprovechar mejor sus relaciones sociales, se inscribió en el comité local del Partido Demócrata en donde escaló rápidamente hasta convertirse en uno de sus miembros más activos, por lo que decidió aumentar su popularidad creando su propio personaje: Pogo, el payaso.
La estética de Pogo resultaba bastante extraña, pues no era parecida a las imágenes de payasos de la época, que evitaban maquillarse exageradamente la boca y colocarse gorros que les cubriera toda la frente. Igualmente, Gacy se pintaba de azul el contorno de los ojos y utilizaba un traje blanco con líneas rojas y un sombrero que estaba coronado por tres esferas de terciopelo.
Debido a su expresividad, Pogo se volvió famoso en los hospitales infantiles de la ciudad, a los que llegaba sonriente, regalando globos de colores y pequeños muñecos de peluche que compraba con su propio dinero.
Como su empresa era próspera y se estaba enriqueciendo, empezó a organizar asados en su jardín que llegaron a congregara más de trescientas personas, que regresaban a sus hogares con la panza repleta y las narices impregnadas con los malos olores que expelía su casa.
Sin embargo, el olor era lo de menos, pues su esposa empezó a darse cuenta de que coleccionaba una gran cantidad de revistas y videos pornográficos, así como docenas de juguetes sadomasoquistas a pesar de que nunca tenían sexo, los cuales guardaba en el mismo lugar en donde almacenaba el disfraz de Pogo.
En diciembre de 1978, un par de vecinos lo visitaron para solicitarle que hiciera algo con el olor a putrefacción que empezaba a filtrarse por las ventanas del vecindario, a quienes les contestó que él mismo se encargaría de limpiar las cañerías, pues estaba convencido que debajo de su residencia había un nido de ratas muertas.
Ese mismo día, la madre de Robert Piest, un joven de 15 años, que trabajaba como ayudante de farmacia, empezó a preocuparse porque su hijo completaba dos días sin llegar a dormir y lo único que sabía era que había quedado de encontrarse con un hombre que le había ofrecido empleo y se llamaba John Wayne Gacy. Angustiada llamó a la Policía quien designó al teniente Joe Kozenczak del Departamento de Policía de Des Plaines, para ocuparse del caso. Él encontró una tarjeta con el nombre de Gacy en la habitación del menor y marcó su teléfono, informándole que estaba obligado a responder algunas preguntas en la comisaría.
Aunque Gacy respondió las preguntas con amabilidad y negó conocer a Piest, Kozenczak solicitó una orden de allanamiento en su contra luego de revisar sus antecedentes de abuso a menores, orden que le fue otorgada en menos de veinticuatro horas.
En poco tiempo, la Policía llegó hasta la residencia en donde encontraron una gran cantidad de instrumentos de tortura en el sótano, algunos de los cuales estaban cubiertos de sangre, por lo que fue arrestado y dejado en los calabozos de la estación de Policía.
Durante los primeros días, se mostró tranquilo y colaborador, comentando en los interrogatorios que tenía una empresa que facturaba más de un millón de dólares al año, era amigo del alcalde de Chicago y se había tomado una foto con la primera dama de la nación, Roselyn Carter, lo cual resultó ser cierto.
Al no encontrar evidencia en su contra lo dejaron libre y le asignaron dos policías para que lo vigilaran permanentemente, con los que intentó establecer una relación de amistad para manipularlos, lo que constituiría su peor error.
Una tarde invitó a los agentes a comer en su casa, quienes aceptaron gustosos hasta que uno de ellos sintió un olor nauseabundo y logró identificarlo gracias a que había estado en la guerra, en donde había tenido que transportar los cadáveres de los soldados que fallecían en el frente. De inmediato, Joe Kozenczak dio la orden de que revisaran el sótano, en donde hallaron una trampilla que abrieron y encontraron que el fondo estaba completamente inundado por un agua de color blanco y que expedía un olor penetrante.
En cuestión de minutos consiguieron una motobomba con la que drenaron el líquido y descubrieron una de las escenas más horrendas de la historia: acostados y puestos boca arriba, había media docena de cadáveres en diferentes estados de descomposición, ante lo que Gacy susurró “se acerca el final, maté a más de treinta personas”.
Pero este macabro descubrimiento sería solo el principio, pues a partir de ese momento iniciaría uno de los juicios más importantes de la historia de los Estados Unidos, en el que se descubriría la forma en que Pogo ultimó a sus víctimas y algunos rasgos de su personalidad que todavía siguen asombrando a los psicólogos.
El juicio comenzó el 6 de febrero de 1980. Gacy tomó una actitud de calma y silencio, a pesar de los ataques de la Fiscalía que lo presentaba como un monstruo, mientras su abogado defensor trataba de argumentar que estaba loco, por lo que fue sometido a un examen psiquiátrico que dictaminó que no mostraba remordimientos, tenía una gran capacidad para mentir y estaba legalmente sano.
Al tiempo que el tribunal analizaba las pruebas, la Policía destrozó una loza de cemento que había instalado en el garaje. Así fueron hallados los cuerpos de tres jóvenes completamente descompuestos. Sin embargo, la prueba más contundente se dio cuando Jeff Rignall, un joven que había sido secuestrado por Pogo el 21 de marzo de 1978, se presentó ante la sala y contó las torturas a las que lo había sometido.
Esta declaración nos permite conocer la mecánica criminal de Gacy, quien lo contactó en la calle y le ofreció marihuana para que se subiera a su carro, luego de lo cual le cubrió la cara con un pañuelo empapado de cloroformo para dejarlo inconsciente, y luego lo condujo al sótano de su casa, en donde lo desnudó y lo amarró con unas cadenas que había asegurado a la pared.
Al despertar, Rignall se dio cuenta de que estaba secuestrado por lo que empezó a pedir ayuda, sin embargo, lo único que logró fue llamar la atención de Gacy, que se le acercó con unas pinzas de metal y le arrancó docenas de trozos de piel al tiempo que lo violaba.
Debido a la gran cantidad de cloroformo que corría por sus venas, Rignall volvió a desvanecerse sin identificar el lugar en donde estaba. Despertó semidesnudo en medio de la nieve en un parque, por lo que se dirigió al médico que le informó que tenía dañado el hígado por haber sido expuesto a una gran cantidad de tóxicos que le afectaron la memoria, pues lo único que recordaba de sus días en el sótano era una pintura que su agresor le exponía continuamente y que mostraba la imagen de un payaso.
Este relato sirvió para que los perfiladores criminales establecieran la forma en que atacaba a sus víctimas, a las que seducía para llevarlas hasta el sótano de su vivienda, en donde las torturaba, violaba y después echaba a un foso que había instalado debajo de la construcción, el cual había llenado con cal y ácido para acelerar su descomposición y evitar los malos olores, lo que nunca consiguió pues saturó el lugar de cuerpos.
Al final, el 13 de marzo de 1980, John Wayne Gacy fue hallado culpable del homicidio de 33 adolescentes, y condenado a 12 penas de muerte y 21 cadenas perpetuas, todo esto a pesar de que sus abogados intentaron que se le conmutara la pena de muerte por información sobre la ubicación de otros desaparecidos.
En prisión, Pogo pasó sus últimos años como una celebridad, recibiendo la visita de profesores universitarios, estrellas de rock y mujeres que se sentían atraídas por su historia. En su celda, colgó docenas de pinturas en las que se retrataba vestido de payaso junto a los enanos de Blancanieves, las cuales vendía por altas sumas de dinero y que actualmente se encuentran en poder de reconocidos coleccionistas.
Sus crímenes impactaron la cultura popular, y fueron explotados por varios artistas como la banda argentina Rodrigo Rey y sus Redonditos de Ricota que titularon una canción “Pogo”,y Jonathan Davis el vocalista de Korn, que compró el traje de payaso de Gacy, el cual mantiene expuesto en el sótano de su casa.
Aunque sus actuaciones crueles y salvajes son totalmente reprochables, es probable que si hubiese crecido en un hogar en el que se tolerara la diferencia y la diversidad sexual, docenas de personas seguirían con vida, por lo que es necesario que en la sociedad actual se eduque a las familias con el fin de evitar tragedias futuras.
Pero, a pesar de su fama y del dinero que consiguió con sus dibujos, su destino estaba marcado desde el día en que decidió matar, por lo que fue llevado a la sala de ejecución luego de comerse un pollo frito con papas como última cena, en donde lo recostaron sobre una camilla y le administraron cuatro miligramos de bromuro de pancuronio, dosis que le detuvo el corazón al tiempo que gritaba sus últimas palabras a los guardas: “Bésenme el culo, nunca sabrán donde están los otros cuerpos”.
*Por: Esteban Cruz Niño* tomado del libro Vampiros, Caníbales y payasos asesinos de Ediciones B