A los 82 años Matilde Lina Soto Negrete aparenta menos edad de la que tiene. Dicen que el secreto de la eterna juventud de una persona está en su estructura ósea y ella, desde su casa en La Jagua del Pilar, en la Guajira, sigue levantándose antes de que salga sol, acompañada siempre de los fantasmas que se transformaron en recuerdos. En casi todos ellos, a pesar de que nunca tuvieron nada, está Leandro Diaz.
La Jagua del Pilar es un pequeño pueblo detenido en el tiempo en donde los burros todavía andan por la calle principal. El único frescor que todavía se deja sentir son los vientos que bajan desde la Serranía del Perijá, el viejo templo de los indios Motilón Barí.
A sus 82 años recuerda cuando fue cortejada por uno de los cantautores vallenatos más legendarios de nuestra historia. Ella tenía 29 años y estaba en la finca de su primo, el acordeonero Antonio Salas. Ya tenía cinco hijos y un esposo que no la quería. Leandro Díaz, en ese momento, estaba comprometido con dos mujeres. Había ido a la finca porque se celebraba una fiesta en honor a la Virgen del Carmen. Él se enamoró de ella.
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Leandro Diaz la siguió. Era un perro empedernido. El esposo de Matilde Lina la dejó con sus hijos. Y ni aun así le paró bolas. Podría ser un cantante famoso pero nunca le gustó. En otra fiesta, unos meses después de conocerse, mientras los hombres se reunían al frente de la cocina, esperando las arepas, apareció Leandro. Lo acompañaba Toño Salas. Allí, en esa casa de bahareque desteñido por el paso de las décadas, entonó por primera vez la canción, una de las más famosas de la historia del vallenato.
Lo peor es que a ella no le gustó esa canción. Le pareció una bobada. Matilde Lina le cuenta en esta entrevista al periodista William Caldera Pantoja, la tarde en la que despreció al cantante que hoy en día ha inmortalizado Silvestre Dangond en una de las más exitosas novelas del momento: