Elegante la grandeza la de las universidades que en forma tan admirable contribuyen a exaltar a nuestro país en los planos de la inteligencia y de la idea. Es obligación de ellas forjar en su regazo las positivas promesas de un mejor destino a sus egresados
Es el deber más sagrado e intransferible de nuestra educación superior, como es el de servirle a la sociedad, una sociedad a la que se le atropellan las más elementales normas de justicia social. Nosotros, casi todos, que hemos salido de las entrañas de esa clase media que tantos hombres grandes a Colombia ha dado, nos toca buscar el cambio, donde la igualdad venza esos desequilibrios.
Su obligación: hacer de sus estudiantes que pongan en práctica, con su enseñanza ese cúmulo de conocimientos, que es su función, sin ese simplismo egoísta del lucro. Así como la noción exacta del derecho y del deber constituye la verdadera justicia, la idea clara y definitiva de lo que debemos a los demás y a nosotros mismos será el concepto verdadero de la vida; así el egoísmo claudicará para dar paso y ceder el sitio al apostolado, espíritu y esencia de toda disciplina universitaria. Tengamos presente que dentro de los principios éticos no hay intereses encontrados, ni el derecho perjudica el deber ni la abnegación al amor propio; antes bien, son como hermanos que mutuamente se apoyan y defienden.
La moral no es un mito de poetas o filósofos, sino una fase superior de la naturaleza, por la misma naturaleza impuesta y cumplida, como la madurez de un fruto y el desarrollo de una flor. La moral es superior a la vida: La vida tiene un precio que varía y a veces no vale nada, mientras que la acción moral es inmutable. Le toca a los directivos salvaguardar y no resquebrajar ese don que se está perdiendo. Sobre este tema tengo un buen recuerdo de dos profesores de la Universidad de Cartagena, que regentaban la cátedra de Ética Profesional: Elías Matuk Stambulie en Odontología y Eduardo Villarreal Arjona en Derecho
Otro de los deberes es velar por una universidad democrática, abierta a todas las vertientes del pensamiento contemporáneo, una Universidad que esté al servicio de los valores culturales de los universitarios, del pueblo colombiano sin distingo de raza credo y religión. Que trate de ser universal para merecer el nombre de universidad. Evitar que caiga en la inexorable garra de las pasiones políticas y comerciales; que se mueva por su propio impulso conservando sólo su finalidad, sus objetivos culturales y su primordial derecho a la autonomía.
Con que austera fidelidad, con que serena perseverancia, con que amable sentido del apostolado trabajan las universidades en el alma y en la mente de las juventudes, para tallar en ellas los perfiles de unas generaciones útiles, de unas generaciones aptas, de unas generaciones capaces de mirar con fervor y pasión lo trascendente y de mirar con desgano lo frívolo y lo peregrino. Cabe aquí parodiar al maestro Juan de Dios Vidal de la Universidad Católica de Chile “la universidad ha de ser lugar donde las cosas se miren con esa libertad de la inteligencia que es el amor a la verdad, entonces, la visión que la universidad tenga de sí misma ha de ser libre. No ha de estar encajonada en la alternativa de los intereses creados.
Que sus egresados salgan con un pensamiento definido en torno a las complejidades del ser y de la existencia, despojados de simplismo. Comprendamos que solo el saber triunfa en un mundo sacudido por fuertes corrientes de renovación; en un mundo que crea y destruye; que discierne y se ofusca; que hace luz y le atrae las tiniebla. En un mundo en donde las desventuras de los unos y la abundancia y el placer de los otros, marcan contrastes angustiosos. En un mundo donde solo la ciencia es respetable, en donde solo ella puede establecer un orden armonioso y apacible.
Por eso, la sociedad debe estar pendiente y vigilante de esas instituciones, que no degeneren su función específica: que es la formación impoluta del ser humano, y se conviertan en empresas mercantiles donde lo financiero suplante lo académico, y terminen como cualquier fábrica cuyo producto sea estudiantes de baja calidad. Si hay una semejanza con algún centro educativo, es pura coincidencia.