La verdadera agenda del 21 N

La verdadera agenda del 21 N

“Las protestas no buscan reformas sociales sino la toma del poder para instaurar un régimen tipo Venezuela”. Análisis de Fanny Kertzman, exdirectora de la Dian

Por: Fanny Kertzman
noviembre 27, 2019
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La verdadera agenda del 21 N

En un interesante video el director chileno de radio y televisión Alexis López Tapia explica lo que está pasando en su país, que es un claro modelo del proceso en que se ha embarcado Colombia. La única diferencia es que Chile lleva un mes largo en el proceso y nosotros apenas una semana.

Dice López que lo que Chile está sufriendo es una insurrección subversiva revolucionaria, que sigue claramente un modelo de revolución molecular disipada, manual escrito desde los años sesenta. Así se llama porque la llevan a cabo grupos pequeños de individuos, moléculas sin jefe, que operan e inmediatamente desaparecen. Muy parecido a los colectivos chavistas.

La metodología de esta revolución es la destrucción de la infraestructura física, el ataque a los negocios y los llamados a salir a protestar que buscan romper la normalidad diaria, interrumpir la rutina de las personas y crear zozobra, armando un conflicto permanente. Lo que se busca es que la ciudadanía se crispe al no poderse movilizar en su ciudad, se ofusque y por ende se incremente la violencia.

Los actores de esta revolución reclaman demandas sociales evidentes sobre temas comunes como salarios, pensiones, salud, educación y pobreza, entre otros temas que los políticos de siempre no han podido resolver. Lo que quieren crear no es una simple crisis, sino un conflicto permanente entre la sociedad y las fuerzas del orden, llámese Esmad, Policía, Ejército y finalmente Gobierno. Es una coacción violenta que genera caos en la sociedad.

La reacción de los gobiernos es abrir espacios de diálogo para atender las supuestas peticiones que hacen los organizadores del caos. Lo ha hecho Sebastián Piñera, al extremo que ya en Chile van camino a una Asamblea Constituyente, y lo está haciendo Iván Duque al convocar al Diálogo Nacional. Pero no es el diálogo lo que buscan los violentos, y esto se ha comprobado en el rechazo del comité de paro a sentarse a hablar con el Presidente y demás representantes de la sociedad.

Lo que buscan los violentos es el poder: derrocar al Presidente y subvertir las instituciones democráticas como los partidos políticos, con el argumento de que han sido incapaces de arreglar los problemas mencionados arriba que afectan a la sociedad. Quieren establecer un régimen político llamado dictadura democrática, aunque parezca contradictorio, o revolución democrática,  del cual el ejemplo mas evidente es el caso de Venezuela.

No es un concepto nuevo. Vladimir Ilich Lenin decía a principios del siglo XX que hay que reemplazar la democracia vertical, que es la que existe en Occidente, por una democracia horizontal sin partidos, lo que es claramente el modelo venezolano y cubano: no hay partidos políticos que conformen la verticalidad de la democracia.

En la medida que la agitación continúe en Colombia la violencia no cederá. Al contrario, aumentará como ha venido ocurriendo en Chile, porque es el mecanismo de presión para horadar la rutina diaria de los ciudadanos. Los gobiernos creen que en la medida que haya diálogos tendientes a acuerdos la violencia cesará, pero no es así y el caso de Chile es una clara demostración: ayer incendiaron un hotel en el balneario de La Serena, para dar solo un ejemplo.

Recordemos que a los violentos no les interesa el diálogo ni las demandas, sino la destrucción de las instituciones democráticas para tomarse el poder. Mientras no lo tengan  seguirán presionando para que sectores radicales se radicalicen aún mas escalando la violencia.

El proceso tiene tres etapas:

1. Es el proceso en que se encuentra Colombia. Apenas nos encontramos en el comienzo donde con la excusa de búsqueda de victorias sociales, los violentos destruyen la infraestructura de las ciudades, hacen saqueos, queman inmuebles, tal como ha venido ocurriendo no solamente en este paro, sino desde hace días en que las manifestaciones pacíficas terminan en actos de violencia.

2. Aún no hemos llegado allí. Es cuando la fuerza pública no da abasto para contener a los violentos y los gobiernos se vuelven temerosos de recurrir a las Fuerzas Armadas para no generar muertos. La violencia se vuelve incontenible como en Chile.

3. Saturación. Todo el sistema colapsa y reina el caos. La gente se satura porque no puede llegar a sus trabajos, desaparece el transporte público (¿Por qué cree amable lector que los ataques se focalizan en TransMilenio y el metro de Santiago?), los comerciantes no pueden abrir sus negocios, hay crispación, rabia, agresividad y odio.

Se desata una guerra entre la subversión y el Estado. Es una guerra asimétrica donde el Estado es mas poderoso. ¿Qué hacer para lograr la simetría? Cuestionar los métodos del Estado como “violadores de derechos humanos”, culpar al Estado de las muertes como ya sucede en el caso de Dilan Mauricio Cruz, cuestionar las armas que usa el Estado como ya está ocurriendo con las utilizadas por el Esmad y así el Estado se convierte en el malo del paseo, Estado asesino. La guerra se vuelve simétrica entre ambas partes, por la vía de la subjetividad. Los violentos aplauden cuando hay muertos porque ello los glorifica como víctimas del Estado ilegítimo subjetivamente, violador de derechos humanos.

¿Qué sigue? Atentados mayores a la infraestructura pública como a torres de energía para generar apagones, a represas, la destrucción total del transporte público y escalamiento de la violencia con incendios provocados. En Colombia tenemos la mano de obra para ello: las guerrillas del ELN y los disidentes de las Farc. Entre el caos, las moléculas ponen la agenda y le quitan la iniciativa al gobierno que actúa reactiva y no proactivamente.

Tanto en Chile como en Colombia hay evidencia de agentes extranjeros, venezolanos en su mayoría. En toda revolución hay participación extranjera aunque los líderes son locales. En Chile se han detenido además cubanos, argentinos y bolivianos. En Bolivia hay venezolanos y cubanos.

¿Qué hacer? Resistir. Negarse a plegarse a la agenda de los violentos. Continuar con la vida normal, ir al trabajo, no acudir a los llamados de paro. ¿Y el gobierno? Retomar la agenda pública, identificar y detener a los violentos. No hay que tener miedo. Hay que tener rabia porque nos están robando al país.

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