Es hora de decir la verdad como instrumento para alcanzar la paz. De aceptar que no podemos seguir escudándonos en que es por la guerra y los bandoleros que este país ha permanecido por más de cinco décadas postrado, sometido bajo un obsoleto y excluyente modelo económico que no brinda oportunidades a la gran mayoría de la población, y pretender levantar como cortina de humo que con la firma de los acuerdos en La Habana ahora esto sí va a cambiar, es seguir engañándonos y vivir de espaldas a la realidad.
Los problemas son muchos y de fondo. Si partimos hablando con la verdad para buscar entre todos las soluciones, haremos más factible que en algún momento, podamos reconciliarnos y vivir en paz. Hace mucho que dejamos de cultivar la tierra, no producimos en la escala necesaria los alimentos que nos brindarían una mínima seguridad alimentaria; importamos maíz y trigo, la materia prima de la base con lo se preparan alimentos que no faltan en la mesa de la mayoría de los colombianos: arepas y pan.
Casi nadie hace referencia a la gran cantidad de campesinos —se estima que fueron cerca de doce millones— quienes dejaron sus tierras donde cultivaban el agro, y producían la comida para los colombianos; se perdieron en el escenario nacional, migraron a las grandes ciudades a engrosar las filas del desempleo, la economía informal, y en el peor de los casos, terminaron en los cordones de miseria aumentando la pobreza en la ciudad. Campesinos que fueron reemplazados por unas pocas familias poderosas, importadoras de alimentos y dueñas de gran riqueza.
Para superar pobrezas, seguimos
construyendo y entregando casitas en serie,
de las que dan gratis a desplazados, campesinos y víctimas
Y para superar pobrezas, seguimos construyendo y entregando casitas en serie, de las que dan gratis, para los desplazados, para campesinos y víctimas, no solo las de la guerra, también las víctimas de la injusticia social, las del perverso modelito económico al que ya me referí. Montones de familias viviendo hacinadas en 40 metros cuadrados y hasta menos espacio, y claro, como de la casa se vive ¿cierto? Familias de campesinos y de negros desplazados del pacifico, acostumbrados a tener a la mano sus alimentos del día, los que generosamente la tierra y el mar brindan, nunca vivirán felices ni con dignidad en la maraña de una gran ciudad. La selva de cemento asusta, agrede, aniquila, y día a día, mata sin piedad.
Seguimos muy campantes, equivocados porque como aquí no pasa nada, el problema solo es por la guerra, y una vez surtidos los procesos al firmar el armisticio, la desmovilización y reinserción de los combatientes, el gran reto, la gran tarea será la construcción de la verdadera paz, que si el propósito es sincero, será lo que realmente costará más.
No podemos permitir que nos continúen mintiendo y engañando con las cifras irreales de disminución y superación de las tantas pobrezas, que solo benefician y apuntalan al modelo de economía injusto, y seguir subordinados al interés de unos pocos, donde las multinacionales, y poderosos dueños del capital financiero, siempre llevarán las de ganar.
Llegó la hora de reconstruir a Colombia, es hora de recobrar la dignidad, de hablar y actuar en principio de la verdad, no más violencias ni física ni social, no más exclusión, no más injusticia social. La paz la construimos todos, no solo entre guerrilleros, paras, ejército, victimas y gobierno, es una tarea que se cimenta desde los territorios y con la comunidad.
Hay que aceptar, comprender y trabajar a partir de estas realidades: somos un país tremendamente injusto y desigual. Donde la corrupción es el mayor de los problemas, y las grandes diferencias sociales son las que nos impiden vivir en paz, se requieren procesos serios de transformación social, de buena voluntad para diseñar e implementar políticas públicas que generen verdadera equidad, que brinden paz social.
La paz requiere de hablar siempre con la verdad.
@Miguel_Mondrag