Doña Blanca nunca nos dijo su apellido y se lo preguntamos varias veces. Tampoco sabíamos su edad, ni de dónde venia, ni cuál era su motivación para estar allí, en el Campamento por la Paz. Sin embargo, sin saber nuestros nombres, no habían pasado cinco minutos después de entrar y ya nos había entregado varias cobijas pues solo contábamos con la carpa; y a cada uno nos dio comida. Nos trataba como si fuéramos sus hijos. Todos secretamente queremos ser parte de algo...y al fin, nos resultaba toda una aventura acampar en plena Plaza de Bolívar y en la acción de activismo pacífico más contundente que se dio durante todo el proceso de paz, de parte de la ciudadanía.
Al final de la Marcha por la Paz promovida por estudiantes después de los resultados del plebiscito el pasado dos de octubre, entre la multitud, ya venían siete jóvenes con dos carpas, con la intención de asentarse en la Plaza de Bolívar para presionar de manera pacífica que se trabajara en un nuevo acuerdo presurosamente para que no se perdiera todo lo trabajado en seis años por el equipo negociador del Gobierno y las Farc.
Los primeros jóvenes que comenzaron con el campamento no eran víctimas, no venían de regiones apartadas. Eran profesionales, egresados de universidades privadas quienes tomaron la iniciativa. Poco a poco muchos de los que acamparon allí por más de cuarenta días se enteraron a través de los medios y viajaron desde regiones tan distintas como el Sur de Bolívar o Putumayo; del Casanare o de Antioquia. Muchos otros, viven en Bogotá. Llegaron a acampar más de cien personas en 85 carpas y por allí pasaron más de cuatrocientas que como nosotros estuvieron algunos días y noches enteras.
No se trata solo de víctimas, sino de un país que nos duele
En el campamento no había ninguna bandera ni letrero de ningún movimiento político o social en particular, no pedían ni recibían dinero. El Campamento por la Paz logró reunir clases sociales y pensamientos diversos, y de esto dan cuenta quienes lo vivieron. Fue un escenario donde se compartían posturas y experiencias tanto de los que habían sufrido del conflcito armado como de los que no. Una acción callada que daba cuenta de que la patria, es el otro.
También llamaba la atención que además de los colombianos de diversas regiones, varios extranjeros, de España, Inglaterra, Japón, Argentina, estuvieron como campistas. Una mexicana, Ana Sofía Suárez, nos dijo: “Luchar por la Paz en Colombia es sembrar esa semilla de esperanza para el resto del mundo”.
¿Qué pensar al estar a la entrada del campamento? Nosotros llegamos con curiosidad, con la mente abierta, pero con los gestos y las palabras medidas para ver cómo se podía encajar en este ambiente, que aunque era acogedor por la calidad de personas que habían allí, en las asambleas en las que se conversaba cada noche para tomar decisiones conjuntas, había momentos de tensión para concretar las acciones, los comunicados y sobre todo la toma de decisiones para la amena convivencia y el logro de los ideales del Campamento.
Es que en la Plaza de Bolívar durante 49 días se formó una pequeña Colombia en la que se podía notar cómo en medio del frío y de las inclementes lluvias y en general, en medio de las dificultades, el ser humano actúa en manada, como animal, como tantas especies, apoyándose sin distingo y en este caso tras un fin común: que se cerrara por fin la puerta de 52 años de conflicto con el grupo armado de las Farc con un acuerdo definitivo y que se mantuviera el cese bilateral al fuego.
Hay momentos en los que sentimos que nuestros pensamientos son vanos, que lo que hacemos no va a generar cambios o transformar realidades, pero este colectivo desmiente estos pensamientos y mejor aún reafirma que todo lo que se haga en pro de la paz tiene trascendencia y validez. En este momento Colombia cuenta con un nuevo acuerdo y con el proceso de refrendación que se aprobó en el Congreso, lo que hace evidente que este tipo de acciones sí generan presión dentro del poder.
Este mismo campamento que se replicó en otras seis ciudades del país, Arauca, Cali, Montería, Cartagena, Manizales y Armenia, no pretendía apoyar a alguien en particular, de favorecer una postura política, de promover una religión o grupo social, sino de empoderar voces y de resistir pacíficamente por los hechos que han azotado a nuestro país, como el desplazamiento forzado, las muertes y desapariciones que han afectado que la vida de muchas comunidades.
No fue fácil mantener el Campamento y convivir en él, por las dificultades propias de la convivencia y porque el frío y la lluvia de Bogotá no son un buen aliado en las noches y madrugadas. Las personas que hacían guardia por la seguridad del mismo se vieron sometidas a soportar las oleadas de baja temperatura mientras pasaban las noche en vela. Hasta dentro de las carpas y cobijados, había largos ratos de aguantar frío en silencio.
Durante los 49 días del campamento, recibieron ayudas de ciudadanos comunes: comida, bebida, enlatados, pero no podían preparar ni un café ni una sopa para amortizar el frío porque no les era permitido instalar estufas o hacer fogatas para preparar los alimentos. Algunos de los campistas que tenían relativamente cerca sus casas, preparaban café u otros alimentos para llevarlos en grandes recipientes hasta el campamento. Una de las noches pudimos presenciar que un restaurante reconocido, llevó comida para todos. Eso se presentó varias veces. Colegios, universidades u otras organizaciones apoyaron con agua, víveres y elementos de aseo, lo que demostró el apoyo de la ciudadanía aunque no estuvieran acampando allí.
No contaban con una ducha para el baño diario, solo unos días después instalaron unos sanitarios. Como era de esperarse, no contaban tampoco con un espacio para lavar su ropa, entendiendo también que no solo se encontraban personas de Bogotá sino de diferentes regiones del país, que no tenían otro lugar donde alojarse. Muchas de los miembros de esta familia, como muchos de los participantes la llamaban, venían de largos viajes a pie o en bus desde distintas regiones del país, como lo resaltaba Javier Escalante, un español partícipe del campamento y que fue parte del movimiento de los indignados en su país, que acampó en la Puerta de sol en Madrid. Los campistas de la Plaza de Bolívar debían alquilar habitaciones de hoteles baratos para poder ir a tomar una ducha o lavar sus prendas básicas.
Además de la diversidad de edades, regiones y condiciones socioeconómicas, también estaban simpatizantes del SI y del NO, todos con el fin en común de la reconciliación. Tal y como lo indica Katherine Miranda una de las fundadoras del campamento, “la Paz se debe construir entre ciudadanos y desconocidos”.
El campamento es un espacio también donde las victimas pueden hacer oír sus voces, que claman justicia y reparación, así lo indica Ivan Darío Vargas, un joven abogado colombiano que siempre ha sido activista en el tema paz y fue uno de los fundadores de este acto de resistencia pacífica: “Es un espacio de interlocución con las víctimas” afirmó. Además, concluyó: “es representativo que sea en este lugar enmarcado por entidades gubernamentales, donde se concentran las marchas, donde se reúnen todos los poderes del país con el más relevante: el de la ciudadanía”.
Muchas de las víctimas que participaron se sintieron respaldados, especialmente por figuras como el Profesor Moncayo, quien tuvo a su hijo secuestrado por las Farc durante varios años y quien caminó casi todo el país para abogar por su liberación que por fortuna sucedió hace años. Sentían apoyo, pues él, como ellos, paradójicamente, aún siendo víctimas de la guerra han sido los primeros en perdonar y en respaldar los acuerdos de paz con sus victimarios.
Fue inevitable como reporteros evitar conmovernos con esta experiencia. Como lo dijo Mahatma Gandhi “La fuerza no viene de la capacidad física. Viene de una voluntad indomable”, y es esa voluntad y el querer una Colombia libre de guerra la que movió a todos estos ciudadanos desde el campamento o desde la participación en marchas o diversos movimientos estudiantiles a luchar pacíficamente por el respeto a la vida de todos, y erradicar ese pensamiento ácido de velar solo por los intereses individuales, que son lo que tiene al país estancado en la pobreza, la desigualdad y la hostilidad.
Sin final feliz, pero sin perder la esperanza
A pesar de la linda frase de Gandhi y de la persistencia durante 49 días, las últimas jornadas tuvieron momentos desconcertantes. Como es sabido, la madrugada del 19 de noviembre, la policía, con las fuerzas del Esmad, levantaron el campamento sin aviso previo y con una agresividad injustificada. Dos días antes, durante su acostumbrada asamblea las personas que fundaron el campamento, tomaron la decisión de irse argumentando que la acción ya había cumplido su cometido, pues hacía una semana, se había firmado el nuevo acuerdo en La Habana, a 43 días del resultado del plebiscito. Sin embargo, la mayoría de los campistas, decidieron esperar a que se refrendara o se supiera una ruta clara de la ejecución del mismo. Con esta situación algunos de los que persistieron se sintieron traicionados y otros más, aunque comprendieron las razones de los que partieron, no cambiaron de opinión y permanecieron firmes en el campamento.
Una ruptura que fisuró el corazón de muchos de los campistas, que se desconcertaron no solo con la partida de algunos de los fundadores, sino con que un campamento por la paz, fuera desalojado con violencia por la fuerza pública. Sin embargo, tanto los que se quedaron como los que se fueron quieren seguir trabajando por la paz, desde sus comunidades y con proyectos de pedagogía ciudadana para el conocimiento y la verificación de lo acordado en La Habana.
Más allá de la divergencia de las partes, hay que reconocer que todos tomaron una actitud clara y no se quedaron acomodados en la indiferencia. Por eso, queremos cerrar esta historia con el fragmento de un texto que escribió el filósofo Antonio Gramsci que a pesar de su título, encierra más amor que odio: “Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano. La cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes”.
*Fotos de Sebastian Rico