Mucho se está debatiendo en estos días acerca del problema que para el ejercicio de la correcta información supone el uso indebido de las redes sociales, medio ideal para propagar rumores, chismes y falsas noticias de todo calibre. De manera tímida e indirecta, algunos de nuestros comunicadores están abordando el tema desde su perspectiva, la cual no incluye por supuesto que ellos sean parte del problema. Solo víctimas.
Desde el punto de vista teórico, se acepta que las mentiras se producen de dos maneras; una, cuando el mentiroso de manera intencional dice algo que sabe o cree que no es verdad. La otra forma de mentir ocurre cuando una persona repite algo que no le consta, como si fuera cierto.
Las mentiras vienen en muchos formatos. Se nos miente mediante acciones, comportamientos, palabras y omisiones. Se miente para agradar a otros, para evitar castigos, para obtener provecho para sí mismo o para un tercero. Mucha teoría útil se ha escrito alrededor del tema.
Pero, sea cual sea la forma en la que se nos mienta, siempre estará presente un elemento esencial: una mentira solo es una mentira cuando quien la escucha decide creerla.
Y acá surge una necesaria interpretación de dos términos opuestos: posverdad y preverdad.
Hace unos 15 años (no “hace 15 años atrás”, como les encanta decir a algunos de nuestros comunicadores), en un popular programa radial de variedades que todavía está al aire, se recibió una llamada de alguien que decía ser el “jefe de seguridad del Congreso de la República de Colombia”. Llamaba para denunciar que en la desprestigiada institución se estaba cometiendo otro delito de los muchos que a diario se perpetran allí. De inmediato se le dio prioridad a esta llamada; y luego de una extensa entrevista en la cual el autodenominado jefe de seguridad denunció que las directivas del Congreso estaban ingresando un lote de armas de contrabando al país, el entusiasta periodista concluyó con una frase lapidaria, de las que tanto le gustan. “O sea que, además de todo, también contrabandistas”.
Si el afamado presentador de noticias y variedades tuviera un poco de ética profesional, pues lo lógico hubiese sido que verificara todo lo dicho por el oyente que le suministró de manera gratuita y desinteresada tan sabrosa chiva. Nada más rentable en términos de audiencia que destruir a los demás. Una simple exploración de superficie le habría bastado al muy recursivo presentador para darse cuenta que el cargo de Jefe de Seguridad del Congreso no existe; con lo que la credibilidad de la denuncia quedaba por el piso. Una más detallada pero necesaria investigación le habría podido revelar la verdad detrás de esta supuesta denuncia, que no era más que la de otro lagarto tratando de ganarse un “contratico” en el Congreso, a costa del erario y sin hacer nada a cambio. Se trataba en concreto de una importación de armas para la seguridad de los congresistas, la cual se había tramitado en convenio con el Fondo Rotatorio de la Policía y que tenía algunos inconvenientes en el trámite de documentos. No se trata de defender al Congreso. Solo que esta vez la situación anormal, no delictiva, se debió a un error en la importación por parte de un tercero. Esta historia termina en que las armas fueron entregadas a algunos congresistas, para luego ser recogidas y puestas en manos de la policía; como debe ser.
Independientemente del final de la historia, que se utiliza solo para ilustrar el problema, es importante preguntarnos acá: ¿se trató de un caso de preverdad, en el cual el periodista estaba pre dispuesto a creer lo que le dicen, ya que le conviene al estilo de pasquín de su programa? O, por el contrario, ¿sí fue asaltado en su buena fe y al calor de la inmediatez, liviandad y falta de profundidad de su espacio radial de variedades decidió acoger con entusiasmo una noticia atractiva sin tomarse la más mínima molestia en comprobar su veracidad?
A las noticias, vengan de donde vengan,
no le podemos escriturar nuestra razón y capacidad de análisis a nadie,
por más ropaje de adalid contra la corrupción que se quiera poner
Sea cual sea el caso, lo verdaderamente importante es que quienes escuchamos las noticias, vengan de donde vengan, no le podemos escriturar nuestra razón y capacidad de análisis a nadie, por más ropaje de personaje público, defensor de la verdad o adalid contra la corrupción que se quiera poner. Cualquier información, cualquiera que ella sea, debe recibirse como eso, como información para ser analizada y no para ser grabada en piedra como una verdad irrefutable.
En síntesis, al analizar una noticia o cualquier información que recibamos, deberíamos primero establecer si quien la emite tiene algún interés especial en que la creamos (por ejemplo, los porcicultores afirmando que la carne de cerdo es la más saludable); si se trata de alguien fletado expresamente para hacernos creer algo que él mismo sabe que es falso; o si por el contrario nos encontramos frente a un comunicador que no tiene ningún respeto por su oficio ni por su público; afanado en vender los productos de los patrocinadores de su programa de variedades.
La diferencia entre el dogma y la ciencia estriba en eso precisamente: en la ciencia todo se puede (y se debe) poner a prueba. Los dogmas no.