La verdad incómoda sobre los restaurantes escolares

La verdad incómoda sobre los restaurantes escolares

"Cuando esperamos que el Estado haga todo, incluyendo la alimentación de nuestros hijos, estamos abriendo de par en par las puertas a la corrupción"

Por: Hari Prasada Das
diciembre 05, 2017
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La verdad incómoda sobre los restaurantes escolares
Foto: El Heraldo

Prácticamente todos los días estamos siendo bombardeados con noticias sobre los robos que los políticos corruptos están haciendo a nuestros niños en las diferentes instituciones educativas con respecto a su alimentación.

Los mismos que roban en la Guajira son los mismos que roban en las periferias de las grandes ciudades como Bogotá, Medellín o Cali, solo por mencionar algunas. Tamales, pechugas y demás se reportan en el papel con precios estratosféricos, mientras que en las redes vemos unos platicos de plástico verde con una mísera porción de arroz y un banano o acaso una galleta de soda con aguapanela.

Sin lugar a dudas los contratos de alimentación escolar se han convertido en el botín a saquear por los bandidos que elegimos cada cierto periodo de tiempo como administradores de nuestra nación, ahí está el billete. Como los niños no protestan por eso, más si son pobres, se les puede contentar con un bananito y una colada y hasta agradecidos quedan.

Algunos geniales esfuerzos que el gobierno hace para evitar la corrupción son por ejemplo exigir más certificados a los contratistas, certificados que “garantizan” la confiabilidad y decencia de los contratistas, certificados que cuestan dinero y tiempo sacarlos y que los contratistas luego compensan inflando más y más los costos.  Nadie puede negar el esfuerzo del gobierno en tratar de evitar estas prácticas malsanas, pero la malicia indígena colombiana busca la forma de evadir cualquier control y la corrupción es algo que ya se da por hecho.

Estos hechos todos los sabemos y cada que nos enteramos de estos sucesos y de las muertes de niños con hambre en la Guajira todos nos rasgamos las vestiduras y salen todo tipo de insultos al gobierno (que obvio en parte tiene la culpa): “¡Corrupto!, ¡Ladrón!, ¡Asesino de niños!”, y en los últimos años: “¡Catrochavista!”

Pero nadie hasta ahora se ha puesto a pensar cual es el origen real del problema.

El origen real del problema es que en Colombia no existe un ejercicio responsable de la paternidad. En general todo el mundo está esperando a que el estado sea quien alimente sus hijos. Si yo tengo un hijo la responsabilidad de alimentarlo recae sobre mí no sobre el estado.

Se han hecho muchas investigaciones sobre las muertes de los niños por desnutrición en la Guajira e incluso en el interior algunos han hecho campañas de recolección de alimentos y agua potable para enviar a los niños de la Guajira, lo cual es admirable. Lo que no hemos visto es a los padres de los niños de la Guajira ni siendo investigados por negligencia ni mucho menos preocupados por la muerte de sus hijos. Si yo veo que mi hijo se está muriendo de hambre o peor aún de sed, yo como un padre medianamente normal no me quedaría quieto, iría a alguna otra parte a rogar por ayuda o si es preciso recurriría a la violencia, pero a mi hijo no lo dejaría morir de esa forma.

Quien tenga un hijo tiene la obligación moral de alimentarlo el mismo y no tiene por qué esperar a que el Estado se lo alimente. Cuando esperamos que el Estado haga todo, incluyendo la alimentación de nuestros hijos, estamos abriendo de par en par las puertas a la corrupción. Entre más funciones le demos al Estado este más grande, corrupto, lento e inoperante se hace.

Hace algunos años en las escuelas y colegios públicos se hacía un cobro simbólico por todo el año (actualmente serían unos 30.000 pesos más o menos), el cual representaba para algunas familias un enorme sacrificio a la hora de pagar. Por disposiciones de acuerdos internacionales, por voluntad del gobierno y presión de sectores sociales dicho cobro fue abolido, lo cual es de aplaudirse porque es natural que la educación básica debe ser gratuita para todo el mundo.

Sin embargo, muchos de quienes trabajamos en la monstruosidad que es el sector público de la educación en Colombia coincidimos en que hemos evidenciado en los últimos años un relajamiento por parte de estudiantes y más de padres de familia en cuanto a las responsabilidades que tienen con respecto a las instituciones educativas. Hay padres de familia que no se enteran que su hijo va mal en el estudio sino al final de año cuando ya le dicen que efectivamente lo perdió y encima algunos son tan descarados que están exigiéndole al gobierno que implemente en todo el territorio nacional la jornada única para así deshacerse de sus bendiciones durante todo el día y solo tener que recibirlos por la noche con la barriga llena y cansados para que se acuesten a dormir y no molesten.

De la corrupción no saldremos en Colombia mientras este tipo de mentalidad impere, mientras esperemos que el Estado sea el que resuelva lo que nos corresponde como padres o madres de familia, mientras nuestros hijos no encuentren en nuestras casas la primera escuela y a sus padres los vean como los primeros maestros, mientras estemos esperando que otro sea el que nos resuelva todo siempre habrá un hampón avivato que se nos presentará como un mesías y dirá: “Si votan por mí, les daré de comer a sus hijos”.

Si tuviéramos dignidad como nación el hecho de que alguien nos ofreciera alimentar a nuestros hijos nos debería parecer un insulto y no un halago. A mis hijos los alimento yo y si no puedo entonces no tengo más hijos.

Si Colombia es una democracia, el gobierno por el pueblo y para pueblo, entonces todos en nuestras casas como padres y madres de familia tendremos que declarar como el Rey Sol: “El Estado soy yo” y ocuparnos efectivamente a alimentar nuestros hijos y no esperar a que el Estado nos los alimente.

 

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