El debate público sobre la venta de Isagén se resume en aquellos que están de acuerdo y los que no. Independientemente de los argumentos que esgrimen unos y otros, opino que la discusión deja de lado otras consideraciones de naturaleza ética que son esenciales para plantearse reflexiones más profundas frente al sistema de valores sobre los cuales subyace la discusión.
Las lógicas que se reivindican en ambos casos pareciesen ser profecías auto cumplidas. Los que están a favor esgrimen un argumento maravillosamente simple y aparentemente evidente: “es mejor ser rico que pobre”. En nombre del desarrollo enfatizan en la necesidad de hacer una infraestructura vial y evidentemente afirman que para tal fin se necesita dinero. Hasta ahora no hay nada que debatir. En ese caso, la pregunta que resulta es cómo y dónde conseguir ese dinero.
Para abordar estas cuestiones se plantea la conformación de Alianzas Publico Privadas apalancadas con recursos del sector financiero. Ahora bien, resulta que para implementar el ambicioso proyecto 4G la capacidad de financiación privada no es suficiente y son necesarios recursos adicionales con los que actualmente no cuenta el fisco ergo hay que vender Isagén.
En consecuencia hasta ahora, el gobierno no ha podido esgrimir un argumento contundente para justificar por qué necesariamente los recursos derivados de la venta de Isagén deban ser destinados a financiar las 4G y no otros proyectos de política pública igualmente prioritarios.
Además que, creería yo, existen otros mecanismos de financiación que podrían considerarse para sufragar las 4G. Ahora bien, está claro que actualmente la capacidad de endeudamiento del Estado le dificulta el acceso al mercado financiero eso sin mencionar la crítica situación fiscal.
Por aquello de la austeridad, el sentido común nos diría (y esperaría uno también a los policymakers) que ahora no es el momento de emprender tales empresas, pues sencillamente no hay con qué. Más cuando tenemos una inflación del 7%, el precio del petróleo por los suelos, el dólar por los cielos, una ampliación de la base tributaria, un aumento del IVA, así como un ajuste del salario mínimo por debajo de la inflación.
Tal como lo menciona Fanny Kertzman en su columna de la revista Dinero, este negocio es parte de acuerdos previos entre Juan Manuel Santos y Luis Carlos Sarmiento Angulo. En ese sentido, no es descabellado pensar que quizás el negocio se justifique en nombre del “desarrollo” del país pero en realidad sea para beneficiar a un puñado de individuos. No es un detalle menor el hecho de que la subasta por la empresa haya tenido un solo oferente. Así se cumple, entonces, la primera profecía.
De otro lado, los opositores en su mayoría aprovechan la situación para reivindicar sus intereses políticos y partidistas para debilitar a sus oponentes. Lo que es particularmente interesante es que los uribistas en su momento contemplaron la idea de vender Isagén, esgrimiendo los mismos argumentos que actualmente plantea el Gobierno Santos.
Los que no apoyan la venta de Isagén, en especial los detractores políticos de Santos, muy seguramente están jugando a mantener este activo para que pueda ser botín de otro gobierno. Sería sumamente interesante anticiparse al leitmotif con el que saldrían en su momento para justificar su venta.
Me atrevería a decir que la venta de Isagén es inevitable, pues si aún queda alguna posibilidad de anular la transacción es cuestión de tiempo mientras llega otro gobierno y justifica su venta. Sumado a la evidente utilidad que puede tener para un gobierno contar con una inyección de capital durante su periodo, la inercia globalizadora, las dinámicas de concentración de la riqueza que vienen con ella y la adopción generalizada de las prescripciones de política económica de corte neoliberal por parte de los Estados, más los procesos de privatización que vienen consolidándose desde los años 90, son parte del debido procedimiento.
En conclusión, si a Isagén no la hubiese comprado Brookefield, la compraría otro sea durante el periodo de gobierno Santos o de aquel que lo suceda. Aquí podríamos decir, que como ha venido dándose hasta el momento la privatización de los activos del Estado, es cuestión de cuando se cumpliría la segunda profecía. Un claro ejemplo de esto, es que a pesar del revuelo que ha causado el tema, Peñalosa ya está proponiendo privatizar ETB.
En síntesis, la lógica del proceso que se surtió para la privatización de Isagén no tiene nada de distinto a la que ha venido imperando con el resto de activos del Estado que han sufrido esta suerte especialmente en lo que respecta al halo de corrupción y de intereses velados que han orientado estos negocios.
Es la naturaleza del principal activo de Isagén, la que me lleva a plantear unas consideraciones adicionales más allá de las profecías auto cumplidas que promueven los unos y los otros. Más que una hidroeléctrica que produce ingresos a partir de la generación de energía eléctrica, esta capacidad de generación de valor está sustentada en unos servicios ambientales que presta el ecosistema que hace posible producir esa energía, particularmente el agua.
En un contexto de crisis climática, sequía generalizada y amenaza de racionamiento, estimo de imperiosa pertinencia preguntarnos si vender un bien que involucra un recurso como el agua, que es esencial para la supervivencia de las especies, cuyo uso debe privilegiar el consumo humano y el acceso a este recurso constituye un derecho humano fundamental: ¿no es acaso entonces un atentado contra la ciudadanía colombiana, la democracia, la soberanía y la seguridad nacional?
Muy probablemente, cuando ya la matriz energética de los países desarrollados está en proceso de transformación hacia el uso de las energías alternativas, la generación hidroeléctrica quedará obsoleta, sin embargo el agua y el ecosistema de soporte son recursos preciosos para quien los posea. ¿Qué estamos vendiendo entonces? Claramente, se vendieron los huevos de oro y se regaló de ñapa la gallina que los pone.
Lo anterior lleva a plantearse la siguiente pregunta: ¿Cómo se valoró la empresa? No dudo que para estos menesteres se han contratado ilustrísimos economistas que han utilizado metodologías de valoración ampliamente reconocidas y avaladas en el mercado.
Sin embargo, me queda la inquietud: ¿cuáles son los proxies que se incorporan en los modelos de valoración que han aplicado los reputados expertos que consideren temas más allá de los propiamente financieros? (como por ejemplo los ambientales y la utilidad que nos presta el ecosistema). ¿Qué es lo que realmente se está valorando? ¿Cuánto vale el agua? ¿Cuánto vale el bosque? ¿Vale algo siquiera?
Me atrevería a insinuar que son precisamente los temas ambientales los que han generado la indignación del ciudadano común, pues ha habido una gran serie de privatizaciones y ninguna ha causado tanta controversia como esta. Y ahora que estamos sufriendo en pleno los estragos del cambio climático: ¿cuánto estaría dispuesto usted a pagar por el agua?
Como ya se mencionó, tarde o temprano la venta de Isagén se hubiera dado, pero al menos si se va a vender es importante incorporar en el sistema de valoración (obviando las consideraciones éticas que posee el darle valor monetario a la naturaleza) los servicios y los activos ambientales.
El valor que le damos a las cosas es tan subjetivo, que así como es posible que una empresa de videojuegos como Mojang (la creadora de Minecraft) haya sido adquirida por Microsoft por USD 2.500 millones, mientras que Isagén se vendió solo por USD 2.000 millones.
En el primer caso el valor de esta empresa se fundamenta en unos activos virtuales y en el segundo estamos hablando de agua, bosques, y energía eléctrica (sin la cual no funcionarían los computadores que necesitan para jugar a Minecraft). ¿Con qué lógica y con qué criterios se valora en esta sociedad? ¿Qué valores son los que priman a la hora de determinar el precio de algo?
La venta de Isagén mas que suscitar una reflexión sobre el fenómeno de la privatización, o si se vendió bien o mal esta empresa, o en una arenga anti capitalista, debe ponernos a pensar sobre la ecología política y el rol estratégico que juega la biodiversidad que tiene este país.
La combinación de unos derechos de propiedad débiles, un régimen corrupto y el hecho de poseer amplias reservas hídricas y una exuberante biodiversidad ha situado a Colombia en el centro de los planes de otros países para garantizar su acceso a la seguridad alimentaria y al agua.
El cambio climático puede llevar a que otros países, sea por razones ideológicas, políticas o científicas se apoderen de nuestra biodiversidad, especialmente cuando estamos en un escenario de competencia global por el acceso a los recursos y dentro de poco tiempo, por la mera supervivencia.
El proceso de venta de Isagén es un claro ejemplo de cómo nuestros gobernantes refunden la política y la ciencia (sobre todo la económica) planteando problemas políticos como si fuesen científicos y los científicos como si fueran políticos, cuando en últimas son éticos.
P.D. Si aún no se han podido terminar obras como la variante Cali-Buenaventura, el Túnel de la Línea o el túnel de Oriente que esperanzas hay, con estos antecedentes de ineficiencia y corrupción, de que los recursos derivados de Isagén sí sirvan para construir las 4G antes de que se la roben?