Tenía 8 años cuando me regalaron mi primer disco de los Hombres G. Me acuerdo que me llegó en un pedido del Circulo de Lectores. No elegí tenerlo, ¡había que tenerlo!. A todos mis compañeros de colegio los papás le regalaron uno. Era Un par de palabras. Lo ponía una y otra vez. El encanto residía en que, por primera vez, se escuchaba en una canción una grosería: marica. Devuélveme a mi chica con su Sufre mamón, fue el éxito que convirtió a estos madrileños en el referente del rock en español para todos los pelados que, en ese momento, no sabíamos lo que estaba pasando en Argentina con sus Charlys y Fito.
Crecimos y, con el tetero, dejamos de escuchar Hombres G para sumergirnos en aguas más profundas. Pero uno siempre será lo que fue antes de los 10 años. Por eso fue tan emocionante, tan regresivo, estar anoche en el Movistar Arena. Encontrarme con amigos de la niñez como César Cely, a quien no veía desde los ochenta y darle un abrazo y comprobar que uno no necesita verse con alguien semanalmente para soportar un vínculo. La niñez siempre está en uno. El tiempo pasaba más lento y un día con alguien podía tener la intensidad de un año ahora, en el invierno de mi vida.
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Entonces lloramos con Temblando. Si, porque fue hermoso todo, desgañitarse con Las chicas cocodrilo y con Visite nuestro bar. Pero lo de Temblando fue sublime, era David Summer con nosotros, mecido hasta las lágrimas por el brillo de nuestros celulares. Había valido la pena. Por un momento el perreo se había extinguido. Aunque habían muchos jóvenes en las tribunas, la celebración de los cuarenta años de la banda fue una especie de desquite de los boomers contra más de un millenial que tiende a ver por encima del hombro a todo aquel que pueda tener más de cuatro décadas encima. ¡Ya quisieran tener nuestro aguante!
Subí a Instagram las fotos y los videos de las canciones. Amigos me reprochaban el haber elegido ir al Movistar y no al Campín a escuchar a Kiss. Me pellizcaron por mi falta de criterio. La verdad yo necesitaba encontrarme con mi Yo pequeño, contarle que todo ha salido bien, que la vida no es tan horrenda así uno viva en Bogotá, que sobreviví a mis ataques de asma y que extraño esa felicidad que llegué a sentir en 1988 cuando mi mamá me llevó a ver a los cines Devuélveme a mi chica.
Fueron 2 horas y media de show lo que le dieron a un público que los ama Los Hombres G, inmunes a la altura y a sus 62 años, lo dieron todo. La reventaron. Yo cumplí mi cita con el destino. Todo ha valido la pena.
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