Mientras muchos sueñan con irse a vivir a los Estados Unidos para Beto Coral, el desarraigo, es un golpetazo que aún siente en la boca del estómago. Miami fue el último lugar que le tocó para refugiarse de la guerra que destrozó su vida. En Estados Unidos, Beto ha sido de todo, hasta conductor de Uber. Incluso alguna vez tuvo que llevar a personajes que están en las antípodas de sus convicciones políticas como el periodista Ernesto Yamhure con el que tuvo una acalorada discusión. Coral, con ganas de sacarse de encima el peso que lo aplastaba, decidió convertir el dolor de haber perdido a su papá, de que se lo matara justamente Pablo Escobar, en un libro llamado El día que mataron a mi padre, editado por Planeta en donde el influencer decide recordar todo para exorcizar fantasmas.
El 22 de abril de 1994 no todo era felicidad para el capitán de la policía Franklin Humberto Coral. Cuatro meses atrás, sobre un tejado del barrio Los Olivos de Medellín, el Bloque de Búsqueda, la unidad que había diseñado el gobierno de César Gaviria para cazar a Pablo Escobar después de que se escapara impunemente de la cárcel de La Catedral luego de matar, asesinar, descuartizar y asar a Kiko Moncada y Fernando Galeano, sus socios mafiosos, caía abatido luego de una persecución de más de un año.
Después de la fiesta, los reconocimientos que produjo la operación, le quedó sólo la preocupación al Capitán Franklin Coral. Es que suplicaba a sus superiores un traslado que lo sacara de Medellín porque allí corría peligro. La muerte del capo sólo fue la antesala a otro círculo, más siniestro y agobiante, de nuestro propio infierno.
Pablo Escobar sólo era una cabeza de la hidra. Hasta entre la propia gente que lo persiguió, los PEPES, habían monstruos como Don Berna, Carlos y Fidel Castaño. Se acabó el Cartel de Medellín y quedaron los paras. La cabeza del Capitán Coral tenía precio. Eso lo sabía cuando salió esa noche de abril del bar Chocolo en plena 70 de Medellín. Lo acompañaba su amigo, el capitán Omar Acevedo y una mujer de nombre Luz Mary Arboleda. Coral llevó a su amiga, quién también era policía, a su casa. En el camino, según reza el expediente, fue abordado por dos hombres quienes lo robaron y luego lo obligaron a subir a un carro. El recorrido sólo duró tres cuadras. Cuando llegaron al barrio Olivos lo bajaron del carro, lo hicieron arrodillar y ahí le metieron tres tiros en la cabeza.
En esa época Beto Coral tenía tres años y los recuerdos de esos años en Medellín son difusos. Lo que recuerda es lo que le han contado sobre quién es su papá, un hombre que alcanzó fama y prestigio en la Policía gracias a su trabajo como comandante antinarcóticos del Aeropuerto El Dorado de Bogotá. Tal y como lo reseñó en varias entrevistas, Coral se caracterizó por un talante y una voluntad de hierro. Las investigaciones que hacía sobre tráfico de estupefacientes llegaron incluso a salpicar a altos miembros de la policía. Esto empezó a granjearle incómodos enemigos. Su propio hijo no descarta que detrás del asesinato de su papá hubiera estado alguien de la propia Institución.
Y sin temblarle la voz Beto Coral lanza su teoría en el libro. Cree que la policía urdió todo un plan para arrancarle a su papá. El prólogo del libro está a cargo de uno de sus amigos y quien más ha impulsado su carrera, el periodista Gonzalo Guillén. Un testimonio que revive el capítulo cuando Pablo Escobar supo arrodillar a un país sólo con un credo: “plata o muerte”.
Además del libro Beto Coral hizo este documental: